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El Legado Permanente de Francisco de Asís

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El 4 de octubre la Iglesia celebra la memoria de San Francisco de Asís (1182-1226). No obstante su lejanía en el tiempo (ocho siglos), no cabe duda que su figura sigue siendo un referente y su legado permanente. Francisco nos hace recordar que debemos poner toda nuestra confianza en Dios y no buscar las seguridades que brindan la riqueza y el poder. Nos hace recordar que debemos imitar a Jesús, “manso y humilde de corazón” (Mt 11, 29).

En su contexto histórico, Francisco, con el testimonio de su vida, cuestiona a un sector de la sociedad y de la Iglesia vinculados al poder, donde la ostentación de riqueza constituía una afrenta a los pobres. Como los grandes profetas Francisco hace un gesto simbólico: se desprende de todo lo que posee, hasta de sus propias vestiduras, para seguir a Cristo pobre, de este modo llama la atención a las altas autoridades eclesiásticas, haciéndoles recordar que nuestra seguridad debe estar puesta en el Señor que se revela a los pobres y sencillos (Cf., Mt, 11, 25),  que “derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos” (Lc 1, 52-53). Francisco llegó a una tal configuración con Cristo que incluso se manifestaron físicamente en su cuerpo los estigmas (reproducciones de las heridas del Crucificado). Como el apóstol Pablo, Francisco pudo decir: “Para mi vivir es Cristo” (Flp 1, 21), “Todo lo estimo pérdida con tal de ganar a Cristo” (Flp 3, 8).

F rancisco fundó una Orden religiosa de hermanos, también inició una Orden de religiosas y una sociedad de seglares penitentes, a quienes quiso inculcar la entrega total al Señor, abrazando a la pobreza. A finales del siglo XV y comienzos del siglo XVI en Granada (España) se produjo una reforma al interior de la Orden franciscana. En efecto, hubo un grupo de frailes que decían apostar por la fiel y rigurosa observancia del legado de Francisco, fundándose la Orden de los Hermanos Menores Descalzos de la estricta observancia (conocidos como los “Franciscanos descalzos”). Los franciscanos se extendieron por el mundo contribuyendo a la acción misionera de la Iglesia, sobre todo en los comienzos de la evangelización del nuevo mundo (siglo XVI). Buscando recoger el legado del Santo de Asís, se han fundado también otras ramas religiosas femeninas que han sido y siguen siendo una riqueza para la Iglesia.

 De Francisco de Asís resaltamos su total entrega a Cristo, su profundo amor por el Crucificado, su entrega a los más pobres entre los pobres, su aprecio y veneración de la Palabra de Dios, su amor por las criaturas de la naturaleza; su vida fue un permanente himno de amor a Dios y sus criaturas (a quienes se dirige como “hermano Sol”, “hermana Luna”, “hermano lobo”). Su alegría interior brota de estar en comunión con el Señor. Francisco vivió lo que nos pide el apóstol Pablo: “Estén siempre alegres en el Señor” (Flp 4, 4). En Francisco convergen la alegría y la cruz, no en oposición, sino en armonía, el amor a la cruz (al Cristo crucificado) es fuente de su alegría.

 El Papa Francisco, que ha tomado el nombre del Santo de Asís, quiere también ser un signo para todos, nos exhorta a salir en busca de los pobres, identificarnos con ellos. El Santo Padre, nos da un ejemplo de austeridad y, en más de una ocasión, ha llamado la atención a algunos pastores que se sienten como “príncipes” en la Iglesia, exhortándolos a abandonar sus palacios para salir a las calles en búsqueda de los pobres.

 La pobreza de la que habla el evangelio no puede ser reducida a términos sociológicos. No se puede negar que Jesús compartió voluntariamente la suerte de los pobres; pero, como ha señalado el Papa Francisco, “la finalidad de Jesús al hacerse pobre no es la pobreza en sí misma”, sino—como dice San Pablo—...para enriqueceros con su pobreza.” (Mensaje en ocasión de la Cuaresma 2014). Ponerse al lado de los pobres, no es ‘idealizar’ la pobreza y menos aún darle una justificación; todo lo contrario, es cuestionar un estilo de vida que privilegia el bienestar material por encima de toda consideración. La Iglesia misma, como institución, tiene que dar ejemplo de pobreza y desprendimiento; como Jesús está llamada a compartir la suerte de los pobres, no la de los ricos y opulentos del mundo. Es una ilusión pretender tener “espíritu de pobres”, o vivir una “pobreza espiritual”, sin renunciar a un desprendimiento material concreto que nos cueste. No se trata de andar “descalzo” o “bien calzado” sino de la actitud personal, del firme propósito de identificarnos con Cristo pobre por amor a los pobres. También nosotros estamos llamados a enriquecer a los demás desde “nuestra pobreza”, como lo hizo el Santo de Asís. El amor y nuestro compromiso con los pobres no se reducen a algún tipo de filantropía, como dice el Santo Padre: “En los pobres y en los últimos vemos el rostro de Cristo; amando y ayudando a los pobres amamos y servimos a Cristo” (Mensaje en ocasión de la Cuaresma 2014). Hay que evitar, sin embargo, el equívoco de pensar que los pobres son solo “medios” para amar a Dios. El pobre, en cuanto persona, es fin en sí mismo, no es un medio para “ganar indulgencias”, toda persona es valiosa y amable en sí misma, más aún por ser imagen de Dios.

L a pobreza es, ante todo, una actitud, una opción personal para expresar nuestra total entrega al Señor. No tiene sentido, por ejemplo, discutir sobre cuánto es lo mínimo que debe ‘poseer’ un religioso o religiosa para no incumplir su “voto de pobreza”. Lo que hay que mirar es, sobre todo, la actitud del corazón. La pregunta debe ser ¿He puesto realmente mi confianza sólo en el Señor?, ¿Está mi corazón desapegado de las cosas? La pobreza material no tiene ningún valor en sí misma sino solo en cuanto expresa el voluntario desprendimiento de los bienes materiales para poder seguir a Cristo pobre, aliviando las necesidades de los otros. Dios quiere que los pobres de la tierra tengan mejores condiciones de vida. La extrema pobreza, en la que viven millones de personas en el mundo, es un verdadero escándalo y una interpelación a la conciencia cristiana. La Iglesia no puede evadir su compromiso de contribuir a aliviar las condiciones de miseria, hambre, desnutrición, salud; pues una Iglesia que se olvidase de los pobres no sería la Iglesia de Cristo; sin embargo, no puede reducir su misión a aliviar la pobreza material. La misión de la Iglesia va mucho más allá de la ayuda social a los pobres, pues tiene presente el fin supremo del hombre. Es evidente que el hombre no está en la tierra solo para satisfacer sus necesidades materiales, ni la Iglesia tiene por función sustituir el rol del Estado y de los organismos no gubernamentales. Esto no exime a los pastores, siguiendo el ejemplo y las exhortaciones del Papa Francisco, de dar verdaderos signos de austeridad ante los fieles.