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El Rostro Misericordioso De Yahvéh

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Una de las afirmaciones más claras del Antiguo Testamento es “la bondad y misericordia de Dios”. El Señor es “misericordioso y clemente, tardo a la cólera y rico en amor y fidelidad…” (Ex 34, 6). Dios no ha creado nada para la muerte, no quiere la muerte del pecador sino que se convierta y viva (Cf., Ez 18, 23; 33, 11). De igual modo, en el Nuevo Testamento, Jesús nos revela a un Dios, Padre misericordioso, que quiere que todos los hombres se salven. A través de las parábolas del perdón Jesús pone de manifiesto su mensaje de misericordia. Jesús se presenta como el Salvador; nos dice que no ha venido a condenar sino a salvar (Cf., Jn 3, 17; 12, 47). En el presente artículo, como preparación para la celebración del Año Jubilar convocado por el Papa Francisco con la Bula “Misericordiae Vultus”, destacaremos algunos pasajes del Antiguo Testamento en los cuales se nos revela la misericordia de Yahvéh. En un artículo posterior reflexionaremos sobre cómo Jesús nos revela el rostro misericordioso del Padre.

En varios pasajes del Antiguo Testamento, sobre todo en los salmos, se nos muestra los rasgos de un Dios compasivo y misericordioso: “El Señor es compasivo y misericordioso, lento a la cólera y rico en piedad […], no nos trata como merecen nuestros pecados, ni nos paga según nuestras culpas” (Sal 103, 8.10). La misericordia desborda la justicia. Nadie puede justificarse por sí mismo delante del Señor. Nuestras relaciones con Dios no pueden medirse en términos de justicia distributiva, pues en tal caso siempre saldríamos perdiendo. El Salmista nos dice: “Si llevas cuentas de los delitos, Señor, ¿Quién podrá resistir? Pero de ti procede el perdón...” (Sal 130, 3-4). “Del Señor viene la misericordia, la redención copiosa y Él redimirá a Israel de todos sus delitos” (Sal 130, 7-8). El Señor se deja llevar por su compasión. Esta misma idea expresada por el Salmista se repite en otros pasajes. El salmo 145 exalta la bondad y misericordia de Dios para con el pecador: “El Señor es clemente y misericordioso, lento a la cólera y rico en piedad, el Señor es bueno con todos…” (Sal 145, 8-9; Cf., también lo expresa el Sal 86, 15).

En el libro de la Sabiduría se destaca que Dios es misericordioso porque es todopoderoso: “Te compadeces de todos porque todo lo puedes y disimulas los pecados de los hombres para que se arrepientan” (Sb 11, 23). En la Bula Misericordiae Vultus, el Papa Francisco, comentando una cita de Santo Tomás de Aquino: “Es propio de Dios usar misericordia y especialmente en esto se manifiesta su omnipotencia” (Summa Theologiae, II-II, q. 30, a.4),  señala: “Las palabras de Santo Tomás de Aquino muestran cuánto la misericordia divina no sea en absoluto un signo de debilidad, sino más bien la cualidad de la omnipotencia de Dios” (Misericordiae Vultus, 6).

En el Antiguo Testamento, se resalta también la fidelidad incondicional de Dios a sus promesas no obstante la terquedad del pueblo que olvida las grandes obras que el Señor realizó en favor de ellos: “Rehusaron escuchar, y no se acordaron de las maravillas que hiciste entre ellos; fueron tercos y eligieron un jefe para volver a su esclavitud en Egipto. Pero Tú eres un Dios de perdón, clemente y compasivo, lento para la ira y abundante en misericordia, no los abandonaste” (Neh 9, 17). Dios es fiel a sus promesas de salvación y está siempre dando oportunidades a los hombres para que acojan la oferta de gracia y perdón, por ello “les envió desde el principio avisos por medio de sus mensajeros porque tenía compasión de su pueblo…” (2 Cro 36, 15).

El Libro del Profeta Jonás nos relata una bella historia en la cual se destacan los rasgos misericordiosos de Dios que siempre está dispuesto a perdonar. El profeta recibe el encargo del Señor de anunciar un “castigo” para todos los habitantes de la ciudad de Nínive a causa de sus pecados. Al inicio el profeta se resiste a cumplir con anunciar la inminente destrucción de Nínive; pero, finalmente, después de varias peripecias (como su huida a otra ciudad para “escapar” de Dios), Jonás decide cumplir la misión. ¿Cuál era la razón de la inicial resistencia del profeta para cumplir el encargo del Señor? El profeta mismo lo dice: temía que Dios, se dejase llevar de su compasión, se retracte del castigo anunciado y perdone al pueblo, en tal caso el profeta quedaría en una situación complicada; algunos podrían llegar a pensar que Jonás habría hecho un “falso anuncio” (la destrucción de Nínive). Después de haber cumplido la misión resultó que el pueblo se convirtió y, sucedió lo que había temido el profeta: Dios perdonó a los habitantes de Nínive y la ciudad no fue destruida. Jonás, como dice el relato, se disgustó mucho por eso, y oró a Yahvéh diciendo: “Fue por eso que me apresuré a huir a Tarsis. Porque bien sabía yo que tú eres un Dios clemente y misericordioso, tardo a la cólera y rico en amor, que se arrepiente del mal” (Jo 4, 2).

Los profetas del Antiguo Testamento hacen una severa crítica a una religión centrada en el culto (entendido de un modo meramente ritualista), apartada de la justicia, donde se olvida del amor y la misericordia para con el prójimo. El profeta Isaías, por ejemplo, cuestiona duramente la hipocresía religiosa de quienes se sienten satisfechos por cumplir con las “tradiciones religiosas” ignorando al pobre, al huérfano y a la viuda (Cf., Is 1, 10-17). El profeta Amós nos dice que Dios no quiere “holocaustos ni sacrificios” sino que “que fluya el juicio como agua, y la justicia como arroyo perenne” (Am 5, 24). El profeta Oseas cuestiona la falsa religión que se reduce a un conjunto de prácticas rituales y donde la misericordia se echa de menos: “Vuestra misericordia es como lluvia mañanera, como rocío de madrugada que se evapora” (Os 3, 4). El profeta lanza esa célebre sentencia: “Misericordia quiero y no sacrificios, conocimiento de Dios más que holocaustos” (Os 6, 6). Se trata de un cuestionamiento radical a la tradición religiosa, a una religión llena de sacrificios rituales, incienso, fiestas, dejando de lado la justicia y la misericordia (Cf., también: Is 29, 13-14; 58, 1-8; Jr 6, 20; Jl 2, 12-14).

A partir de la reflexión de los pasajes bíblicos antes citados queda claro que el Antiguo Testamento tiene como una de sus afirmaciones centrales la misericordia de Dios como Padre, siempre dispuesto a perdonar al pecador, lo cual no significa, desde luego, una condescendencia con el pecado, sino la expresión de su amor al pecador que está necesitado de perdón. Dios ofrece su misericordia para que el hombre se convierta y viva; al mismo, tiempo exige de nosotros que seamos misericordiosos como el Padre.