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Enriquecer Desde Nuestra Pobreza

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El Papa Francisco ha insistido varias veces en el compromiso de la Iglesia con los pobres. La opción preferencial por los pobres se sustenta en la misma palabra de Dios, en el ejemplo de Jesús que “siendo rico se hizo pobre por nosotros para enriquecernos con su pobreza” (2Cor 8, 9). En su mensaje en ocasión de la Cuaresma 2014 el Papa Francisco retoma nuevamente el tema del compromiso con los pobres, la invitación a una vida pobre en sentido evangélico. Cabe entonces precisar ¿Cuál es ese sentido evangélico de la pobreza? A fin de no reducir el concepto de ‘pobreza’ a un aspecto socio económico o político.

El Papa Francisco nos dice que “Dios no se revela mediante el poder y la riqueza del mundo, sino mediante la debilidad y la pobreza”. El punto de partida para entender esa “pobreza evangélica” es la misma revelación de Dios. El Hijo de Dios, por el misterio de su Encarnación se hizo “pobre”, no en sentido figurado sino real, asumió la pobreza material, se hizo pobre entre los pobres “para enriquecernos con su pobreza”. De hecho, los evangelios no permiten ‘idealizar’ esa pobreza. No se puede negar que Jesús compartió voluntariamente la suerte de los pobres por amor a los pobres. Ahora bien, dice el Papa Francisco, “la finalidad de Jesús al hacerse pobre no es la pobreza en sí misma, sino —dice San Pablo—...para enriqueceros con su pobreza.” (Mensaje en ocasión de la Cuaresma 2014). Ponerse al lado de los pobres, no es, obviamente ‘idealizar’ la pobreza y menos aún darle una justificación; todo lo contrario, es cuestionar un estilo de vida que privilegia el bienestar material por encima de toda consideración ética o religiosa.

Dios no puede querer que millones de personas en el mundo vivan en la miseria, imposibilitados de atender sus necesidades fundamentales, no puede querer que miles de personas mueran a causa del hambre ante la insensibilidad de los que tienen en abundancia; pero, las palabras de Jesús “no solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mt 4, 4), nos hacen también recordar el verdadero fin del hombre. El hombre no está en el mundo solo para satisfacer sus necesidades “materiales”. Por ser una unidad indisoluble de cuerpo y espíritu, el hombre no puede reducir su existencia terrena a la satisfacción de sus necesidades primarias. El espíritu, es decir la persona en su dimensión trascendente y religada a Dios, tiene también “necesidades primarias”, entre ellas nutrirse de la Palabra de Dios y de los sacramentos, especialmente de la Eucaristía.

Nos sorprende – dice el Papa Francisco - que el Apóstol Pablo nos diga que fuimos liberados no por medio de la riqueza de Cristo, sino por medio de su pobreza (Cf., 2Cor 8, 9). ¿Cómo hay que entender – se pregunta el Papa - esa ‘pobreza’  de Cristo que nos libera y enriquece? “Es precisamente su modo de amarnos, de estar cerca de nosotros, como el buen samaritano que se acerca a ese hombre que todos habían abandonado medio muerto al borde del camino” (Mensaje en ocasión de la Cuaresma 2014). “La pobreza de Cristo que nos enriquece consiste en el hecho que se hizo carne, cargó con nuestras debilidades y nuestros pecados, comunicándonos la misericordia infinita de Dios. La pobreza de Cristo es la mayor riqueza: la riqueza de Jesús es su confianza ilimitada en Dios Padre, es encomendarse a Él en todo momento, buscando siempre y solamente su voluntad y su gloria” (Ibid). 

El camino de Jesús de “enriquecernos con su pobreza”, no es algo exclusivo de un momento histórico. “En toda época y en todo lugar, Dios sigue salvando a los hombres y salvando el mundo mediante la pobreza de Cristo, el cual se hace pobre en los Sacramentos, en la Palabra y en su Iglesia, que es un pueblo de pobres” (Mensaje en ocasión de la Cuaresma 2014). Esto implica, según el Papa Francisco, que no podemos escoger un camino distinto al de Jesús; también nosotros debemos imitar a Jesús en nuestro compromiso con los pobres, también nosotros estamos llamados a enriquecer a los demás desde “nuestra pobreza”. “La riqueza de Dios no puede pasar a través de nuestra riqueza, sino siempre y solamente a través de nuestra pobreza, personal y comunitaria, animada por el Espíritu de Cristo. A imitación de nuestro Maestro, los cristianos estamos llamados a mirar las miserias de los hermanos, a tocarlas, a hacernos cargo de ellas y a realizar obras concretas a fin de aliviarlas” (Ibid). 

Toda ostentación de poder, de lucro resulta entonces contraria al evangelio. Una Iglesia que se olvida de los pobres no es la Iglesia de Cristo. Esto no implica, desde luego, convertir a la Iglesia en una especie de ONG (Organismo No Gubernamental) para atender las necesidades materiales de los pobres. La misión de la Iglesia va mucho más allá de la ayuda social a los pobres. 

El Papa Francisco nos dice que “la Cuaresma es un tiempo adecuado para despojarse; y nos hará bien preguntarnos de qué podemos privarnos a fin de ayudar y enriquecer a otros con nuestra pobreza. No olvidemos que la verdadera pobreza duele: no sería válido un despojo sin esta dimensión penitencial. Desconfío de la limosna que no cuesta y no duele” (Mensaje con ocasión de la Cuaresma 2014). La limosna, pues, no es dar algo que nos sobra, sino expresión de nuestro desprendimiento de los bienes materiales y una forma de identificarnos con Cristo pobre.  El amor y nuestro compromiso con los pobres no se reducen a algún tipo de filantropía. “En los pobres y en los últimos vemos el rostro de Cristo; amando y ayudando a los pobres amamos y servimos a Cristo” (Ibid). La Iglesia tiende sus brazos a los que viven en la miseria material, moral y espiritual, anunciándoles el amor misericordioso de Dios. El Papa Francisco nos exhorta a hacer realidad en nosotros lo dicho por el Apóstol Pablo: “…somos tenidos como pobres, aunque enriquecemos a muchos; como quienes nada tienen, aunque todo lo poseemos” (2Cor 6, 10).