Si Escuchas Su Voz

Entrar Al Desierto

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Una de las tentaciones fuertes de nuestro tiempo es el activismo, se hacen muchas cosas como una forma de “estar entretenidos” y, en el fondo, tratar de rehuir a un encuentro consigo mismo y con el Señor desde el silencio de la oración o la experiencia de desierto. A veces el activismo en el ámbito religioso pastoral se reviste de la apariencia de “afán misionero” para justificar el enfriamiento de la fe y la “mundanidad” a que conlleva. Es común ver a ciertos pastores con agendas recargadas por compromisos sociales, muchas reuniones y cenas que nada tienen que ver con la acción evangelizadora. Es necesario también escapar a la tentación de “estar siempre en la palestra”, hacer ruido en el sentido de llamar la atención de los demás para hacerles notar que “estamos trabajando”; hay personas que parecen sentirse muy a gusto con la sobreexposición mediática, saliendo constantemente en los medios de comunicación social. Es necesario renunciar a todo afán de popularidad, a “condecoraciones oficiales” y a diversas formas de “reconocimiento” social que no hacen más que acrecentar el ego o la vanidad de quienes las reciben.

En el evangelio leemos que Jesús es asediado por las multitudes. Por los signos que realizaba (curación de enfermos, expulsión de demonios) la popularidad de Jesús iba en aumento. Los discípulos le dicen: “Todo el mundo te busca” (Mc 1, 37). En este contexto era fácil ceder a la tentación de los populismos, del ‘baño de multitudes’, desvirtuándose el verdadero sentido del mesianismo de Jesús. Él no sucumbe a la tentación de la fama y al arrastre de multitudes; tampoco cae en el ‘activismo’ sino que busca el ‘retiro’, el desierto, la soledad. “Se levantó de madrugada, se marchó al descampado y allí se puso a orar” (Mc 1, 35). Las multitudes son lugares de encuentro con los ‘otros’, mientras que la soledad y el desierto son lugares de encuentro con Dios. No se trata, desde luego, de oponer el encuentro con los otros del encuentro con Dios, pues, en sentido estricto: el encuentro con Dios pasa por el encuentro con el ‘otro’, el Señor se deja encontrar en los otros, particularmente en el rostro del otro que sufre, de ahí que Jesús no ignora el sufrimiento de la gente, se conmueve, se compadece, no se resiste a dejar de curar a los enfermos y “endemoniados”.

No se trata de revivir la vieja polémica sobre la falsa disyuntiva que se suele plantear entre acción u oración, vida activa o vida contemplativa. El cristiano tiene que saber integrar en un solo dinamismo la acción y oración, no puede haber ningún tipo de oposición. Por otra parte, la oración no es un añadido a la actividad o complemento de la misión. La oración es la fuente misma de toda actividad, punto de partida para nuevos compromisos, también es culmen de toda actividad. Retirarse al ‘desierto’ no es huída del mundo, sino entrar dentro de nosotros mismos para comprometernos más con la misión en el mundo. El “desierto” no es tanto un “espacio físico” sino más bien un “estado interior”, un “punto de encuentro” con el Señor. “Salir al desierto” no es huir a un lugar alejado sino una actitud espiritual de “entrar” en nosotros mismos; hacer oídos sordos al mundanal ruido, para en el silencio escuchar la voz del Señor. La soledad buscada, el desierto, nos abre a nuevos horizontes; hace, en primer lugar, que nos encontremos con nosotros mismos, para podernos encontrar con Dios y con los otros. No olvidemos que en el Antiguo Testamento la experiencia del desierto fue para Israel la más significativa en la consolidación de su fe. Los profetas hacen continua referencia a esa experiencia del desierto para mover al pueblo a la fidelidad con Dios. El desierto no es solo el lugar de las luchas contra las tentaciones sino, sobre todo, lugar de encuentro cercano con el Señor. El desierto tiene, pues, un profundo significado teológico.

También hoy, y quizá más que nunca, tenemos que buscar el ‘desierto’, la soledad como espacio para la oración. El cristiano tiene que saber vencer las comunes tentaciones de nuestro tiempo: la fama, la notoriedad a cualquier precio. Tenemos que saber distinguir entre lo efímero y lo que realmente permanece. Tenemos que tener presente siempre el sentido de lo provisional a fin de no arraigarnos en lo que no dura, como bien se hace notar en el libro de Job (Cf., Jb 7, 1.7), “el hombre está en la tierra cumpliendo un servicio”, la vida es como un ‘soplo’. No se trata, desde luego, de menospreciar la vida terrena o el valor de las cosas materiales, sino de darles su verdadero sentido y alcance, ubicándolas en el lugar que realmente les corresponde, hay que relativizar lo que de suyo, por su propia naturaleza, es relativo. Lo principal es ganar el reino de Dios, lo demás es añadidura. Cristo es presencia de ese Reino, Él ha inaugurado el reino de Dios en la tierra y lo llevará a su plenitud. La Iglesia está llamada a anunciar ese reino y a trabajar para que ese reino crezca, ella misma es también presencia del reino.