Hermanos Maristas Construyen Comunidad en East Harlem

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Lo bueno de ser un hermano marista, explicó el hermano John Klein, FMS, es que cuando un marista le da la vuelta al mundo, con unos 4.000 hermanos trabajando activamente en 82 países, siempre hay una comunidad lista a darle la bienvenida y a aceptarle.

Comunidad es precisamente de lo que se trata del ser maristas. Y ahora mismo en East Harlem, tres hermanos maristas -hermano Klein, de los Estados Unidos, el hermano Santos García, FMS, de España, donde se ha desempeñado durante 40 años, y el hermano Héctor Dessavre, FMS, de México- están construyendo una nueva comunidad en donde nunca antes había existido una entre recientes inmigrantes provenientes de México, América Central y América del Sur, y quienes se han asentado en esa comunidad, muchos de ellos indocumentados y que viven en las sombras.

“Esto es totalmente único en el sentido de que; primero, es acerca de responder a las necesidades más críticas de las personas necesitadas, personas marginadas”, explicó el hermano Klein acerca de la Comunidad Juan Diego, basada en la escuela de Nuestra Señora Reina de los Angeles en la calle 112 Este. “La segunda manera en que esto es algo único es que somos una comunidad internacional de hermanos maristas. Así que es muy diferente incluso entre los hermanos. Cuando nos unimos no nos conocíamos unos con otros. Así que es acerca de aprender a vivir la vida marista de una manera muy intenso, una fuerte vida de oración, fe firme y fuerte espiritualidad, conociendo y realmente apreciando una variedad de culturas y aprendiendo a trabajar en una causa común”.

Inicialmente establecida por la Arquidiócesis de Nueva York en el 2013, los Hermanos Maristas se hicieron cargo de la operación de la comunidad de Juan Diego en septiembre. El principio organizador más importante es el de enseñar el inglés como segundo idioma (ESL), pero la comunidad es mucho más que eso.

“Las necesidades son realmente muy, muy significativas y la mayor esperanza es que esto no se trate de solamente prestar servicios. Esto se trata también de formar una comunidad de amistad, apoyo, y fe”, dijo el hermano Klein. “Se trata de aprender inglés, pero también de desarrollar comunidad y crear fuertes lazos de amistad entre las personas. Y yo creo que es lo que realmente ha sucedido. La gente es maravillosa. Ellos aprecian cada cosa que se hace y al mismo tiempo existe un gran espíritu”.

Hay alrededor de 80 familias participando en los programas ofrecidos por la Comunidad Juan Diego. Además de las clases de inglés, hay clases de artesanía, un grupo de discusión y programas de tutoría para los estudiantes. Un grupo cada vez más grande de jóvenes se reúne los viernes por la noche. Días de fiesta de diferentes países son celebrados. Aparte de los tres hermanos maristas hay 13 voluntarios, muchos de ellos educadores jubilados, dando tutoría, enseñando ESL, y liderando otros grupos de apoyo. El hermano Klein dijo que los feligreses en la parroquia cercana de San Ignacio de Loyola en Park Avenue han participado en gran medida como tutores. Los tutores trabajan con los niños de la comunidad para llevar sus estudios al nivel adecuado e incluso superior.

Pero es la interacción social y espiritualidad lo que distingue a la comunidad de Juan Diego aparte de otros programas de inglés como segundo idioma. Durante las sesiones de discusión llamadas “grupos de intercambio”, se anima a los miembros de la comunidad para que hablen de temas que son importantes para ellos: la familia, los desafíos para adaptarse –a veces de manera hostil- a la vida en una cultura diferente. Es una especie de grupo de apoyo el cual es muy popular.

“Es más que noticias o de lo que hiciste hoy”, explicó el hermano García. “Es algo mucho más profundo. Es vida. Es fe. “Muchos miembros de la comunidad vienen casi todos los días para participar en un programa u otro. Todos coinciden en que el aprender inglés es muy importante, por supuesto.

“Cuando voy al hospital yo quiero entender lo que dice el médico”, explicó Lorenza Sánchez de México y madre de cuatro niños. “Tengo que poder hablar con los maestros de mis hijos para saber cómo les está yendo en la escuela. En la casa ellos hablan inglés y yo quiero saber lo que están diciendo. Yo disfruto de las clases de inglés del hermano John porque no suenan como una clase de inglés, sino más bien como una homilía”.

Pero entonces ellos mencionan el aspecto social. Venir a la escuela en la calle 112 este es una manera de escapar del aislamiento y soledad que los inmigrantes recientes pueden sentir, especialmente entre mujeres a menudo atrapadas en su casa sin compañía de adultos.

La señorita Sánchez, y Ana Rodríguez, peruana y madre de dos niños, se han convertido en grandes amigas. La señorita Rodríguez viaja diariamente desde Queens para su trabajo.

“Yo paso tiempo con Lorenza yendo de compras o a su casa, simplemente disfrutando de la vida”, dijo Rodríguez con una sonrisa. Ella dijo que el programa le ha dado literalmente “libertad”.

Ignacia González, mexicana y madre de tres, agregó: “En primer lugar está el aprender inglés. Y en segundo lugar está el hacer amigos en la comunidad”.

Los maristas están buscando maneras de incluir más adultos jóvenes, incluyendo hombres. El hermano Héctor está trabajando con un joven indígena de México para enseñarle a leer y escribir en español.

“Este muchacho es un buen trabajador y él está decidido a salir adelante”, dijo el hermano Klein. “El está trabajando en un restaurante chino recibiendo $35 al día por 12 horas de trabajo. Es un muchacho inteligente y un hombre realmente agradable. El oyó que estábamos aquí y simplemente se nos apareció”. Es una cuestión de confianza añadió el hermano Santos.

El proyecto, el cual cuenta este año con un presupuesto de funcionamiento de $204.000, es financiado por Fidelis Health Care, la Fundación Alfred E. Smith Memorial, el Fondo Marista para Países del Tercer Mundo, los Hermanos Maristas y por medio de los esfuerzos de recaudación de fondos de la arquidiócesis. Pero ese financiamiento se acaba en agosto.

“En este momento el hermano Santos y yo estamos trabajando en una propuesta de subvención”, dijo el hermano Klein. “De ahora en adelante para que el proyecto continúe estamos esperando que hayan donantes, fundaciones, y personas que nos ayuden. Pero si no podemos conseguir el dinero, el programa no podrá continuar. Si no estamos aquí, no hay nada”.

Sin Comunidad Juan Diego, East Harlem no necesariamente se va a ver muy diferente, pero, por lo menos no por encima, definitivamente no para alguien que no es de aquí. Pero entonces qué sería del grupo de jóvenes que el hermano Héctor y el hermano Juan comenzaron a trabajar los viernes por la noche.

“Comenzamos con 22 y ya vamos por 35”, dijo el hermano Klein. “Es un grupo bastante grande de jóvenes. Tenemos estos adolescentes y tenemos discusiones. Hacemos oración. Los hemos tenido aquí por una noche de gimnasio abierto. Ellos están en situaciones difíciles. Incluso una noche tuvimos una conversación sobre los desafíos acerca de vivir en East Harlem y ellos hablaron y hablaron. Fue algo muy revelador. La violencia, las pandillas, las drogas, el tratar de hacer sus tareas, la vida familiar, y todas las demás cosas predecibles. Pero lo más interesante fue cuando al final de la noche el líder juvenil dijo: ‘terminemos la reunión con el Rosario’. Así pues que terminamos un viernes a las 8 de la noche en el sótano de la iglesia de Santa Cecilia con los niños de rodillas, y al menos 25 adolescentes, rezando el rosario.

“Yo pensé, ‘Si no estuviéramos aquí, esto no hubiera sucedido’”.