Si Escuchas Su Voz

Jesús al Encuentro de Zaqueo

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En un pasaje del Evangelio de Lucas (Cf., Lc 19, 1-10), se nos relata el encuentro de Jesús con un publicano llamado Zaqueo, quien, según el relato bíblico, era de baja estatura y tuvo que subirse a un Sicomoro para poder ver a Jesús. El sicomoro o sicómoro (Ficus sycomorus) es un árbol que puede alcanzar hasta unos veinte metros de altura y seis de ancho, se diferencia de la higuera (Ficus carica), otro tipo de ficus, que es un árbol más pequeño (alcanza una altura entre los tres y diez metros). El Sicomoro le permitió a Zaqueo lograr su deseo: ver a Jesús.

San Lucas nos dice que Zaqueo era jefe de publicanos, y un hombre rico; su riqueza, sin embargo, era “mal habida”, pues había amasado fortuna aprovechándose de su condición de funcionario “cobrador de impuestos” al servicio de un poder extranjero (el imperio romano), extorsionando a la gente, cobrándoles demás; era un hombre como los hay muchos hoy en día: gente que hace dinero de modo fácil, sin ningún escrúpulo, gente que se aprovecha de sus cargos públicos para enriquecerse a costa de otros. Zaqueo era un hombre de muy mala reputación. Precisamente, a ese hombre de tan “mala fama”, a ese pecador público, Jesús salió a buscarlo.

Zaqueo había oído hablar de Jesús, tenía mucho interés de poder verlo cuando pasara por allí, pero, como era bajo de estatura, y por la gran cantidad de personas que se aglomeraba entorno a Jesús, optó por subirse al sicomoro, sin importarle en ese momento su condición de “funcionario” jefe de los publicanos. Zaqueo no quiso desaprovechar la oportunidad que se le presentaba para ver a Jesús que pasaba por allí, como dice San Agustín en uno de sus sermones, comentando el episodio de los dos ciegos de Jericó (Cf., Mt 20, 29-34): “Temo a Jesús en cuanto pasa y en cuanto permanece y por eso no puedo callar” (San Agustín. Sermón 88, 13).

Jesús puede pasar por nuestras vidas y nosotros, desaprovechar la oportunidad de encontrarnos con él; debemos temer que Jesús pase sin que nos demos cuenta. Como el ciego de Jericó (Mc 10, 46-52), si sentimos de la presencia de Jesús, debemos gritar fuerte para hacernos oír por él. Zaqueo, ciertamente, no gritó para llamar la atención de Jesús que pasaba; Jamás pensó que Jesús se fijara en él, que le dirigiera la palabra y menos que quisiera alojarse en su casa compartiendo su mesa; por ello, enorme debió ser su sorpresa cuando en medio de la multitud escuchó a Jesús que le llamaba por su nombre: “Zaqueo, baja pronto, porque hoy quiero hospedarme en tu casa” (Lc 19, 5).  Su respuesta inmediata fue bajar rápidamente del árbol y recibir a Jesús con alegría (Cf., Lc 19, 6).

Jesús se “auto invita” a casa de Zaqueo. Mucha gente que se consideraba importante y religiosa se sintió ofendida porque Jesús prefirió irse a comer a casa de un pecador público. Jesús nos dice: “no he venido por los sanos sino por los enfermos”, pues los sanos no necesitan ser curados, “no he venido a buscar a los justos sino a los pecadores” (Mt 9, 13). De modo que si no nos sentimos pecadores, entonces consideramos que Jesús no ha venido por nosotros, que no tenemos necesidad de Él. Jesús ha venido por todos nosotros, pues todos somos pecadores. Él ha venido a rescatar lo que estaba perdido, pues Dios no quiere la condenación del pecador sino que se convierta y viva (Cf., Ez 18, 23).

Cuando Zaqueo se subió al sicomoro para poder ver a Jesús, tal vez no era mera curiosidad,  sino una respuesta a un impulso interior, por la actuación de Dios, lo cual fue suficiente para propiciar el encuentro con el Señor. Ese encuentro con Jesús cambió radicalmente su vida. Los otros que se aglomeraban, intentando estar cerca a Jesús, sienten envidia de Zaqueo. Jesús ha preferido alojarse en la casa de un pecador público, el Señor ha apostado por él con la confianza de no equivocarse: la salvación ha llegado para Zaqueo. Fijémonos en la actitud de este hombre en el modo de profesar su fe y testimoniar su conversión. Zaqueo no expresa su fe diciendo: “Señor yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”. Ciertamente que lo creía, pero no fue ese el modo de testimoniar su fe. Zaqueo hace algo mucho más concreto, algo que no se queda en una profesión de fe con los labios sino que va a la praxis: “la mitad de mis bienes Señor se la doy a los pobres, y si de alguno me he aprovechado le devolveré cuatro veces más” (Lc 19, 8). Esta es una actitud concreta que expresa la conversión.

No hay verdadera conversión sin un cambio concreto en el modo de vida. ¿Cuántas personas actualmente roban, extorsionan o estafan a la gente y luego piensan que en el confesionario se arregla todo? No, no puede ser así, quien roba está en la obligación de restituir lo robado si realmente quiere ser perdonado, como Zaqueo, quien devolvió mucho más de lo que había obtenido de mala manera. Sólo cuando Zaqueo descubre que es libre de sus propias esclavitudes en las que había caído encuentra la verdadera alegría, pues encuentra realmente a Dios. La obsesión por ‘tener’ es manifestación de un vacío interior del hombre. El hombre que entre en la dinámica de “tener más” es como un barril sin fondo, nunca se llenará, es decir: nunca se sentirá satisfecho, nunca dirá “es suficiente”.

Zaqueo había vivido esclavizado por su deseo desenfrenado de acumular riquezas, sin importarle el modo como las obtenía; había sido víctima de su propio egoísmo, de su codicia. Sólo cuando se encuentra con el Señor comprende dónde está la verdadera felicidad, la verdadera paz. Alcanzar la salvación fue para él librarse de todas esas esclavitudes que lo habían alejado de Dios. Gracias a que Cristo fue capaz de apostar por él, este hombre fue liberado; fue rescatado lo que parecía perdido.

Dios también está apostando por ti. Él no se resignará a considerarte como un caso perdido, por más que tú mismo te sientas así. Dios no se cansará de darte nuevas oportunidades, hasta el último instante de tu vida, con la esperanza de que, al igual que Zaqueo, aceptes recibir al Señor en tu vida. Dios también te está diciendo: hoy quiero alojarme en tu casa, hoy quiero comer contigo, hoy quiero que la salvación llegue a tu vida, depende de ti aceptar esa nueva oferta de amor y de perdón que te hace el Señor. ¿Qué hubiera pasado si Zaqueo no hubiera aceptado que Jesús vaya a su casa? Si no hubiera tenido ese deseo de ver a Jesús, la salvación no hubiera llegado a él; pues, aunque Jesús se atreva hasta auto invitarse, Él no se atreverá a entrar por la fuerza, porque respeta plenamente nuestra libertad.