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La Autoridad Como Servicio

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Es de todos sabidos que quienes aspiran a gobernar son movidos, generalmente, por intereses personales, por la ambición, el afán de poder y dominio, no por el servicio o la búsqueda del bien común. La lógica del evangelio, en este punto, es radicalmente distinta a la lógica del mundo, de quienes detentan el poder político. Jesús nos marca la pauta de cómo debemos actuar al respecto: “Ustedes saben que los jefes de las naciones las dominan como señores, y los grandes las oprimen con su poder. No ha de ser así entre ustedes, sino que el que quiera ser grande entre ustedes, sea su servidor, y el que quiera ser el primero que sea el último, del mismo modo que el Hijo del Hombre no ha venido a ser servido sino a servir y dar su vida en rescate por muchos” (Mt 20, 25-28). Desde esa perspectiva la autoridad está necesariamente asociada a la humildad y a la caridad. En la Iglesia, toda autoridad debe ser concebida como servicio, y quien ostenta el más alto cargo o jerarquía es quien más obligado está a dar ejemplo de servicio. El Santo Padre es, en efecto, el “Siervo de los siervos de Dios”. El apóstol Pablo exhorta a los cristianos a convertirse, “por el amor del Espíritu”, en “siervos los unos de los otros” (Gal 5, 13).

El Papa Benedicto XVI, nos decía: “A menudo, para el hombre la autoridad significa posesión, poder, dominio, éxito. Para Dios, en cambio, la autoridad significa servicio, humildad, amor; significa entrar en la lógica de Jesús que se inclina para lavar los pies de los discípulos (Cf. Jn 13, 5), que busca el verdadero bien del hombre, que cura las heridas, que es capaz de un amor tan grande como para dar la vida, porque es Amor” (Angelus del 29 de enero de 2012). Jesús es el modelo de pastor a quien todos estamos llamados a seguir. La Iglesia necesita de pastores “según el corazón de Cristo”, fieles cuidadores del rebaño del Señor. Jesús es el pastor que sabe guiar a sus ovejas “hacia las fuentes tranquilas de agua viva”; capaz de entregar su vida por los demás (Cf., Jn 10, 11ss). Jesús a diferencia de los falsos líderes, no es alguien que manipula a la gente para que lo sigan; no se sirve de los demás, sino que se pone a su servicio hasta dar la vida por ellos. Jesús es el líder que atrae no con falsas promesas, sino con la verdad y el amor. Las multitudes siguen a Jesús porque creen en Él, quedan impresionados porque “hablaba con autoridad y no como los maestros de la Ley” (Mt 7, 29).

La autoridad no es imposición, no es el ejercicio despótico de un poder (político, económico, religioso, o intelectual), sino una autoridad fundada en la verdad, en la honestidad, en definitiva: en la integridad moral y espiritual. Nuestros pastores, en el ejercicio de su ministerio, basan su liderazgo en el modelo de Jesús. Toda autoridad debe infundir confianza, credibilidad. Sin un testimonio coherente de vida se pierde la credibilidad. Hay líderes religiosos a quienes se podría aplicar esas duras palabras de Jesús dichas a los escribas y fariseos: “Hagan lo que ellos dicen, pero no lo que ellos hacen” (Mt 23, 3). A los fieles católicos no se les puede pedir, simplemente, que crean a sus pastores porque la Iglesia es una institución de origen divino y porque los ministros están “revestidos de autoridad” en virtud de su consagración; es también indispensable el testimonio de estos pastores, que corroboren con signos externos lo que predican.

Todo aquél que ejerce autoridad en la Iglesia debe hacerlo siempre en concordancia con la búsqueda de la verdad, tratando en todo momento de hacer lo que el Señor realmente quiere de nosotros; ello exige, necesariamente la capacidad de discernimiento, unida a la actitud de oración y reflexión, de búsqueda del consejo de otros; y, sobre, todo, el ejercicio de la caridad. Sin esa perspectiva la autoridad se convierte en el ejercicio de un poder despótico, totalmente contrario al evangelio, pues implicaría una suplantación de la voluntad de Dios para ejercer la propia voluntad subjetiva. La caridad siempre es más necesaria que la autoridad, sin la caridad la autoridad de desnaturaliza y pierde su razón de ser. En ese sentido, “la autoridad está llamada a desarrollar una pedagogía del perdón y la misericordia, a ser instrumento del amor de Dios que acoge, corrige y da siempre una nueva oportunidad al hermano o la hermana que yerran y caen en pecado. Deberá recordar sobre todo que, sin la esperanza del perdón, la persona a duras penas podrá reanudar su camino e inevitablemente tenderá a sumar un mal al otro y una caída tras otra” (Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica. Instrucción “Al Servicio de la autoridad y la Obediencia”, N.° 25, d), aprobada por el Santo Padre el 5 de mayo de 2008).

El Papa Francisco, dirigiéndose a los obispos reunidos en Río de Janeiro, en ocasión de la Reunión General de Coordinación (del 29 de julio al 2 de agosto de 2013), decía: “El Obispo debe conducir, que no es lo mismo que mangonear (…) Los Obispos han de ser Pastores, cercanos a la gente, padres y hermanos, con mucha mansedumbre; pacientes y misericordiosos. Hombres que amen la pobreza, sea la pobreza interior como libertad ante el Señor, sea la pobreza exterior como simplicidad y austeridad de vida. Hombres que no tengan “psicología de príncipes”.  Los obispos, señalaba el Papa Francisco, no deben ser ambiciosos, su preocupación es velar por el rebaño que les ha sido confiado, cercanos a su pueblo, caminar con su pueblo, y “el sitio del Obispo para estar con su pueblo es triple: o delante para indicar el camino, o en medio para mantenerlo unido y neutralizar los desbandes, o detrás para evitar que alguno se quede rezagado, pero también, y fundamentalmente, porque el rebaño mismo también tiene su olfato para encontrar nuevos caminos.” El Papa Francisco es un ejemplo de sencillez, austeridad, desprendimiento, amor a los pobres; él ha exhortado a todos los obispos a que den ejemplo de pobreza, salgan de sus palacios y se pongan al lado de los pobres.

El Papa Francisco ha hecho notar el daño que hacen a la Iglesia las personas arribistas, que utilizan a la Iglesia como “trampolín para sus intereses y ambiciones personales”.

Dirigiéndose a un grupo de superioras religiosas les dice: “Sabed ejercer siempre la autoridad acompañando, comprendiendo, ayudando, amando; abrazando a todos y a todas, y especialmente a las personas que se sienten solas, excluidas, áridas, en las periferias existenciales del corazón humano. Mantengamos la mirada puesta en la cruz: ahí se sitúa toda autoridad en la Iglesia, donde Aquel que es el Señor se convierte en siervo hasta la entrega total de sí.” (Discurso del Papa Francisco en la Plenaria de la Unión Internacional de Superioras Generales (UISG), el 8 de mayo de 2013).