Si Escuchas Su Voz

La Globalización de La Indiferencia

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La Cuaresma es un tiempo especial de conversión en preparación para la Pascua. Convertirse es, como decía el Papa Juan Pablo II, “entrar en la profunda intimidad con Dios”, esa conversión tiene que expresarse en gestos concretos, en signos visibles. Siguen siendo plenamente válidas las obras que tradicionalmente la Iglesia recomienda en la cuaresma (ayuno, limosna y oración), pero no como signos meramente externos; pues, lo central no es en realidad la penitencia, sino la conversión, la misma que conlleva a “un nuevo descubrimiento de Dios.” La conversión conduce necesariamente a una verdadera renovación del hombre y se traduce, finalmente, en un mayor amor a los hermanos.

En ocasión de la Cuaresma 2015 el Papa Francisco dirige un mensaje a los cristianos, en el cual nos invita, acogiendo la exhortación del apóstol Santiago (Cf., St 5, 8), a fortalecer nuestros corazones y no caer en la tentación de la indiferencia ante el sufrimiento humano. El Santo Padre señala expresamente: “Uno de los desafíos sobre los que quiero detenerme en este Mensaje es el de la globalización de la indiferencia” (Mensaje para la Cuaresma 2015. Vaticano 4 de octubre del 2014). El Papa Francisco nos exhorta a salir de la indiferencia ante el sufrimiento del otro. El fenómeno tan comentado de la globalización de la economía ha traído también consigo lo que se podría llamar una “Globalización de la indiferencia”, lo cual constituye un verdadero desafío para los cristianos. “La indiferencia hacia el prójimo y hacia Dios es una tentación real también para los cristianos. Por eso, necesitamos oír en cada Cuaresma el grito de los profetas que levantan su voz y nos despiertan” (Mensaje para la Cuaresma 2015). Ante la “globalización de la indiferencia” es nuestra obligación promover una cultura solidaria, una “globalización de la solidaridad”, aunque parezca un ideal utópico.

La Cuaresma, nos dice el Papa Francisco, “es un tiempo de renovación para la Iglesia, para las comunidades y para cada creyente. Pero sobre todo es un ‘tiempo de gracia’ (2Cor 6, 2)”. Es un tiempo de gracia puesto que es el Señor quien toma la iniciativa suscitando en nosotros, a través de su Espíritu, el deseo de conversión. La historia de la salvación, como intervención de Dios, está marcada por el signo de la gracia y la fidelidad de Dios; en contraposición, la Biblia nos presenta la infidelidad de los hombres que rechazan constantemente esa oferta de gracia y perdón. El Pueblo de Dios, como dice el Papa Francisco, “tiene necesidad de renovación, para no ser indiferente y para no cerrarse en sí mismo.”

El Papa nos propone para meditar, acerca de la renovación interior, tres pasajes bíblicos (1Cor 12, 26; Gn 4, 9; y St 5, 8). El primero de ellos es parte del conocido texto de San Pablo en el que recurre a la imagen del “cuerpo” para hablar de la Iglesia. Dentro de esa analogía, dice el Apóstol de los gentiles: “Si un miembro sufre, todos sufren con él; y si un miembro es honrado, todos se alegran con él” (1Cor 12, 26). El Papa nos recuerda la doctrina de la Comunión de los Santos. La Iglesia es comunión “porque en ella participan los santos, pero a su vez porque es comunión de cosas santas”. La teología del “Cuerpo místico de Cristo” es sustento de la exigencia de la solidaridad. Al recibir los sacramentos nos nutrimos de la gracia de Cristo, particularmente en la Eucaristía, pues “en ella nos convertimos en lo que recibimos: el cuerpo de Cristo. En él no hay lugar para la indiferencia, que tan a menudo parece tener tanto poder en nuestros corazones. Quien es de Cristo pertenece a un solo cuerpo y en él no se es indiferente a los demás.” (Mensaje para la Cuaresma 2015). Es impensable, pues, que podamos celebrar dignamente la eucaristía, participar de la comunión eucarística, y ser indiferentes ante el sufrimiento de nuestros hermanos, negándonos a las exigencias de la solidaridad.

No podemos caer en la tentación de la indiferencia, no podemos habituarnos a contemplar impasibles el sufrimiento del otro. “La Cuaresma es un tiempo propicio para mostrar interés por el otro, con un signo concreto, aunque sea pequeño, de nuestra participación en la misma humanidad…, el sufrimiento del otro constituye un llamado a la conversión, porque la necesidad del hermano me recuerda la fragilidad de mi vida, mi dependencia de Dios y de mis hermanos” (Mensaje para la Cuaresma 2015). No podemos refugiarnos en una especie de “amor universal” abstracto que olvide a los Lázaros que están sentados delante de las puertas cerradas de nuestras casas. No hay necesidad de salir a buscar a los pobres que están lejos de nosotros, ellos mismos nos salen al encuentro, tocan nuestras puertas, no hay forma de ignorarlos. Por otra parte, tener un “corazón misericordioso”, como dice el Papa Francisco, “no significa tener un corazón débil”, sino que, por el contrario, “quien desea ser misericordioso necesita un corazón fuerte, firme, cerrado al tentador, pero abierto a Dios. Un corazón que se deje impregnar por el Espíritu y guiar por los caminos del amor que nos llevan a los hermanos y hermanas. En definitiva, un corazón pobre, que conoce sus propias pobrezas y lo da todo por el otro” (Mensaje para la Cuaresma 2015).

Nuestra solidaridad debe orientarse hacia un compromiso concreto con los más pobres y necesitados. Demos una mirada en nuestras parroquias y comunidades, allí podemos unirnos a los esfuerzos de nuestros pastores que hacen para aliviar las necesidades que tenemos en nuestras diócesis, como compromiso necesario, pero sin embargo, no puede reducirse a la atención de sus necesidades puramente materiales. Hacerse cargo del otro en sus necesidades materiales, es también hacerse cargo de sus necesidades espirituales, de su salvación o destino eterno, sin dicotomías, sin reduccionismos. El compromiso con el otro, la preocupación por su salvación tiene también un sentido profundamente comunitario; no se trata sólo de hacer un “favor” al otro, movidos por la “compasión”, sino que es una exigencia de la misma fe, dar con amor, que nos hace reconocer en el otro al hermano y el rostro del Señor que nos cuestiona e interpela.