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La ‘Mundanidad Espiritual’

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El Papa Francisco, en su Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium, nos pone en guardia frente al peligro de la ‘mundanidad espiritual’ que puede afectar a los creyentes, y que si invadiera a la Iglesia sería “desastroso”, algo peor que la “mundanidad moral”. “La mundanidad espiritual, que se esconde detrás de apariencias de religiosidad e incluso de amor a la Iglesia, es buscar, en lugar de la gloria del Señor, la gloria humana y el bienestar personal” (Evangelii Gaudium, 93). El hombre termina poniendo su confianza no en Señor, sino en sí mismo, en las cosas, en las organizaciones, en los planes y proyectos, olvidándose de lo esencial. No busca tanto la gloria de Dios, sino la propia vanagloria, la ostentación de alguna forma de poder (económico, cultural, religioso). En el fondo, como bien señala el Papa, “es un modo sutil de buscar ‘sus propios intereses y no los de Cristo Jesús’” (Flp 2,21). Esa ‘mundanidad’, nos dice el Papa, “toma muchas formas, de acuerdo con el tipo de personas y con los estamentos en los que se enquista. Por estar relacionada con el cuidado de la apariencia, no siempre se conecta con pecados públicos, y por fuera todo parece correcto” (Ibid).

El Papa nos dice que esa ‘mundanidad’ puede alimentarse de fuentes emparentadas, por una parte está la “fascinación por el gnosticismo”, entendido como la pretensión de poseer un ‘conocimiento iluminador’ que crea una falsa sensación de ‘seguridad’, generando una complacencia subjetiva, donde el individuo se encierra en sí mismo; por otra parte, está el ‘neopelagianismo’, es la actitud de “quienes en el fondo sólo confían en sus propias fuerzas y se sienten superiores a otros por cumplir determinadas normas o por ser inquebrantablemente fieles a cierto estilo católico propio del pasado” (Evangelii Gaudium, 94). Hay quienes se refugian en una “supuesta seguridad doctrinal o disciplinaria que da lugar a un elitismo narcisista y autoritario, donde en lugar de evangelizar lo que se hace es analizar y clasificar a los demás, y en lugar de facilitar el acceso a la gracia se gastan las energías en controlar” (Ibid). Resulta evidente aquí que no se busca realmente al Señor y su gloria, tampoco interesan los demás, cayéndose en lo que el Papa Francisco califica como “inmanentismo antropocéntrico”, siendo una forma en que se desvirtúa el cristianismo.

El Papa Francisco señala a continuación las formas concretas en las que se expresa esa “mundanidad espiritual”: “En algunos hay un cuidado ostentoso de la liturgia, de la doctrina y del prestigio de la Iglesia, pero sin preocuparles que el Evangelio tenga una real inserción en el Pueblo fiel de Dios y en las necesidades concretas de la historia.” (Evangelii Gaudium, 95). Lo que se cuestiona aquí, obviamente, no es el “cuidado ostentoso de la liturgia” o la preocupación por “mantener la ortodoxia” y el “prestigio de la Iglesia”, sino la falta de preocupación por el evangelio. No es ninguna novedad la existencia de ministros de la Iglesia con mucha preocupación por la ‘liturgia’ (entendida como el cuidado de rituales externos) y por la ‘ortodoxia’. En el primer caso se cae en un ritualismo estéril, en la pura ostentación, en la fascinación por las ceremonias recargadas de elementos accesorios (vestimentas y otros objetos considerados como ‘sagrados’). En el segundo caso se cae en la intolerancia frente a los que no piensan igual (a quienes se condena como ‘heterodoxos’), se pretende un ‘Cristianismo monocorde’. Una Iglesia centrada en los ritos externos, ceremonias ostentosas, donde se ha perdido el dinamismo evangelizador, puede convertirse en una “pieza de museo”.

Otras de las formas en las que se expresa la ‘mundanidad espiritual’, señala el Papa, es la “fascinación por mostrar conquistas sociales y políticas, o en una vanagloria ligada a la gestión de asuntos prácticos, o en un embeleso por las dinámicas de autoayuda y de realización autorreferencial” (Evangelii Gaudium, 95). No se trata, desde luego, de evadir el compromiso con la justicia social en la búsqueda de un mundo mejor, ni de renunciar a la política, lo que se cuestiona es considerarlas como fines y no como medios. No es una novedad que haya pastores con mucho celo por lo social, pero si ese celo no está motivado por un amor a Jesucristo deviene en mero ‘antropocentrismo’. La ‘mundanidad espiritual’, “también puede traducirse en diversas formas de mostrarse a sí mismo en una densa vida social llena de salidas, reuniones, cenas, recepciones. O bien se despliega en un funcionalismo empresarial, cargado de estadísticas, planificaciones y evaluaciones, donde el principal beneficiario no es el Pueblo de Dios sino la Iglesia como organización (Ibid.,). No es una novedad ver a pastores, religiosas y religiosas, que hacen mucha ‘vida social’, con una ‘agenda recargada’ de reuniones, cenas, recepciones, y viajes. En esas ‘agendas recargadas’ hay poco espacio para la oración, la meditación. No hay un verdadero sentido evangelizador, un compromiso con los pobres, una real preocupación por los más necesitados; se pierde el fervor misionero y el espíritu de sacrificio; se abandona la lucha cayéndose en la desidia; se vive de las apariencias, de la vanagloria. En definitiva, sentencia el Papa: “Ya no hay fervor evangélico, sino el disfrute espurio de una autocomplacencia egocéntrica” (Ibid). Todo eso constituye el desvirtuar el mensaje evangélico, una “tremenda corrupción con apariencia de bien”. El Papa señala con firmeza: “¡Dios nos libre de una Iglesia mundana bajo ropajes espirituales o pastorales!”(Evangelii Gaudium, 96).

En los evangelios Jesús tiene duras palabras contra los escribas que usufructuaban de lo religioso bajo “ropajes espirituales”, devorando los bienes de la viudas para pretexto de ‘largos rezos’: “Guárdense de los escribas, que gustan pasear con amplio ropaje y quieren ser saludados en las plazas, ocupar de los primeros asientos en las sinagogas, y los primeros puestos en los banquetes; y que devoran los bienes de las viudas, bajo pretexto de largas oraciones. Éstos tendrán una sentencia más rigurosa” (Lc 20, 46-47). Se trata de una perversión de lo religioso. Hay que estar prevenidos frente a ese peligro siempre latente, también en nuestros tiempos.

¿Cómo evitar caer en la ‘mundanidad espiritual’? El Papa Francisco nos dice que “esta mundanidad asfixiante se sana tomándole el gusto al aire puro del Espíritu Santo, que nos libera de estar centrados en nosotros mismos, escondidos en una apariencia religiosa vacía de Dios.”(Evangelii Gaudium, 97). La Iglesia—nos dice el Papa—tiene que ponerse en movimiento de salida de sí, de misión centrada en Jesucristo, de entrega a los pobres.

Es necesario volver a poner nuestra confianza en el Señor y no en nosotros mismos, como dice el salmista: “Dichoso el hombre aquél que en el Señor pone su confianza” (Salm 40, 5); como dice también el profeta Jeremías en un bello pasaje: “Dichoso quien confía en el Señor, pues el Señor no defraudará su confianza: será como un árbol plantado junto al agua, que junto a la corriente echa raíces; cuando llegue el estío no lo sentirá, su hoja estará verde; en año de sequía no se inquieta, no deja de dar fruto” (Jer 17, 7-8).