Si Escuchas Su Voz

Practicar La Misericordia

Posted

El Papa Francisco nos dice que el “lema” del Año Santo es: “Misericordiosos como el Padre” (Cf.,  Misericordiae Vultus, 14). Desde esta óptica hemos venido reflexionado sobre cómo Dios se nos revela en la Sagrada Escritura; cómo Jesús nos revela el rostro misericordioso del Padre y cómo la Iglesia, continuadora de la misión de Jesús, debe testimoniar la misericordia. Ahora bien, el creyente, como miembro de la Iglesia, tiene que ser signo de la misericordia en sus relaciones con los demás. El Papa nos exhorta para que durante el Jubileo reflexionemos sobre las obras de misericordia corporales y espirituales, nos hace un llamado a no caer en la indiferencia y el egoísmo, a no habituarnos a contemplar el sufrimiento de los otros: “Es mi vivo deseo que el pueblo cristiano reflexione durante el Jubileo sobre las obras de misericordia corporales y espirituales. Será un modo de despertar nuestra conciencia, muchas veces aletargada ante el drama de la pobreza, y para entrar todavía más en el corazón del Evangelio, donde los pobres son los privilegiados de la misericordia divina” (Misericordiae Vultus, 15).

En la línea de los grandes profetas del Antiguo Testamento, el Tercer Isaías nos dice que el verdadero ayuno que agrada al Señor es: “soltar las cadenas injustas, desatar los lazos del yugo, dejar en libertad a los oprimidos y romper todos los yugos; compartir tu pan con el hambriento y albergar a los pobres sin techo; cubrir al que veas desnudo y no abandonar a tus semejantes…” (Is 58, 6-7). El texto anterior, que es citado por el Papa Francisco (Cf., Misericordiae Vultus, 16), es un preclaro ejemplo de lo que significa la fe como estilo de vida, como orto-praxis, allí se nos señala cuáles son esas ‘obras luminosas’ que Dios espera de nosotros.

No se puede eludir el compromiso con la justicia. Resulta inútil pretender agradar a Dios siendo indiferente al dolor humano, a la solidaridad con los más desposeídos de la tierra. Practicar la justicia y la misericordia es comprometerse con los excluidos de la sociedad. Dar testimonio de la fe es dar testimonio de la misericordia. No se trata sólo de hacer algunas “obras de misericordia” para ganar el favor de Dios o de dar un poco o mucha limosna. Es necesario, como dice el Papa Francisco, escuchar el grito de auxilio de los pobres, de quienes viven en “las más contradictorias periferias existenciales”; hay que salir a su encuentro, estrechar sus manos, hacerles sentir el calor de nuestra presencia, de nuestra amistad y fraternidad, comprometernos con ellos (Cf., Misericordiae Vultus, 15).

El compromiso con el otro que sufre es incondicionado. El otro es el que está ahí y me interpela, como decía el filósofo E. Levinas, “yo soy responsable por el otro sin esperar que el otro sea responsable por mí”. El otro que sufre no es un medio para ganar indulgencias para mí. El otro vale por sí mismo, es un fin en sí mismo, no lo puedo convertir jamás en medio, peor aún en mi propio beneficio. Ese otro del cual habla E. Levinas es mi prójimo a quien debo amar y servir.

Sólo en el encuentro con el otro puedo encontrarme realmente con Dios. De hecho Jesús nos dice en el evangelio de Mateo: “Tuve hambre y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui forastero, y me acogisteis; estuve desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel y vinisteis a verme…(Cf., Mt 25, 35 ss). El Papa Francisco nos dice que “no podemos escapar a las palabras del Señor y en base a ellas seremos juzgados: si dimos de comer al hambriento y de beber al sediento. Si acogimos al extranjero y vestimos al desnudo. Si dedicamos tiempo para acompañar al que estaba enfermo o prisionero (Cf., Mt 25, 31-45) [Misericordiae Vultus, 15]. Igualmente, nos dice el Papa,  se nos preguntará si ayudamos a superar la duda, si fuimos capaces de vencer la ignorancia, si hemos sido capaces de esta al lado de los afligidos, si perdonamos al que nos ofendió erradicando todo tipo de rencor, si tuvimos paciencia; “finalmente, si encomendamos al Señor en la oración a nuestros hermanos y hermanas” (Misericordiae Vultus, 15). El Papa nos exhorta reconocer en esos “más pequeños”, de los cuales habla el texto de Mateo antes citado, la presencia de Cristo mismo. “Su carne se hace de nuevo visible como cuerpo martirizado, llagado, flagelado, desnutrido, en fuga … para que nosotros los reconozcamos, lo toquemos y lo asistamos con cuidado” (Misericordiae Vultus, 15).

No se puede asumir una postura de desinterés o indiferencia ante la necesidad del otro. Ser misericordiosos es conmoverse ante el dolor ajeno, sentirse interpelado por el otro necesitado, ser sensibles a su situación desesperada; pero, sobre todo, realizar verdaderos gestos de solidaridad. Dice el Apóstol Santiago, al hablar de la necesidad de las obras como prueba de la fe: “Si a un hermano o a una hermana les falta la ropa y el pan de cada día, y uno de ustedes le dice: ‘que les vaya bien; que no sientan frío ni hambre’, sin darles lo que necesitan, ¿De qué les sirve?” (St 2, 16). Indudablemente, la fe se evidencia en nuestros actos. El Papa nos exhorta para que en este Jubileo, con mayor intensidad, seamos la voz de los que no tienen voz, curemos las heridas de los que sufren, aliviándolas con el óleo de la consolación, vendándolas con la misericordia, curándolas con la solidaridad y la debida atención (Cf., Misericordiae Vultus, 15).