Si Escuchas Su Voz

‘Rasgad Los Corazones, No Las Vestiduras’

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El tiempo de Cuaresma es un tiempo especial de preparación y renovación interior, tiempo en el cual somos invitados a escuchar el llamado del Señor a la conversión. El hombre tiene que dejarse interpelar por la palabra del Señor, tiene que escuchar la voz del Señor que resuena en lo más profundo del corazón. Dios quiere que el hombre escuche su voz, que no sea indiferente o insensible a la Palabra. Dios vuelve a repetirnos a través del salmista: “Ojalá escuchen mi voz y no endurezcan su corazón…” (Sal 95, 8). Escuchar a Jesús no es solamente abrir nuestros oídos, es sobre todo abrir nuestro corazón, es dejar que la Palabra de Dios penetre en nosotros, resuene en nuestro corazón para que éste no se endurezca.

La exhortación del profeta Joel: “Rasgad los corazones, no las vestiduras” (Jl 2, 13), resume, a nuestro modo de ver, el espíritu con el cual debemos vivir la Cuaresma. ¿Qué implica “rasgar los corazones” y no las “vestiduras”? Para entender el sentido de dicha expresión hay que remitirnos a la misma Escritura. Encontramos varios pasajes en los que aparece dicho gesto. En el libro del Génesis, por ejemplo, se nos relata que Jacob, al enterarse de la presunta muerte de su hijo José (creyendo que había sido devorado por una fiera), “rasgó sus vestiduras, se ciñó el sayal y guardó luto por su hijo durante muchos días” (Gn 37, 34). Aquí el gesto expresa el profundo dolor de Jacob, su pesar por la muerte de su hijo. En otros pasajes el gesto de “rasgarse las vestiduras” quiere expresar “indignación”; por ejemplo, el rey Ezequías ante las blasfemias proferidas por el emisario del rey de Asiria, “rasgó sus vestiduras, se vistió de sayal y se fue al templo del Señor” (2Re 19, 1).  En el nuevo testamento, el gesto de “rasgarse las vestiduras” aún conserva su sentido de dolor, consternación, indignación. En el libro de los Hechos de los Apóstoles se narra que Pablo y Bernabé, al curar a un enfermo (cojo de nacimiento) en la ciudad de Listra, fueron confundidos por la gente como dioses y pretendieron ofrecerles un sacrificio, en esas circunstancias, en un gesto de indignación, “se rasgaron sus vestidos…” (Hech 14, 14), tratando de hacer entender a la gente que eran seres mortales y que obraban con el poder del Señor.

En general, pues, en la Biblia, el gesto de “rasgarse las vestiduras” tiene un alto contenido simbólico de connotaciones religiosas para expresar “pesar”, “sufrimiento”, “indignación”; sin embargo, ya en la misma Biblia encontramos que en ocasiones dicho gesto era desvirtuado o desnaturalizado, vacio de significado, hasta el extremo de expresar una actitud de “hipocresía” y “cinismo”. Un ejemplo de ello es la actitud de sumo sacerdote Caifás en el proceso seguido a Jesús ante el Sanedrín (Cf., Mt 26, 57-66). Al escuchar la respuesta de Jesús ante la pregunta “dinos si tú eres el Mesías, el Hijo de Dios” (Mt 26, 63),  “…el sumo sacerdote rasgó sus vestiduras y dijo: - ¡Has blasfemado! ¿Qué necesidad tenemos ya de testigo?” (Mt 26, 65).

Hoy en día “rasgarse las vestiduras”, sobre todo en el ámbito secular, tiene un sentido negativo, como expresión de “hipocresía” y “cinismo”, como una forma de “guardar apariencias”, pretendiendo aparecer ante los demás como “justos”, “dignos” y “respetables”. Es esa hipocresía la que los profetas del antiguo testamento, y el mismo Jesús, fustigaron duramente. Cuando decimos que algunas autoridades se “rasgan las vestiduras” se quiere indicar que son “hipócritas” y “cínicos”. Del cinismo y la hipocresía, por otra parte, no están inmunes los personajes religiosos, incluidas las altas autoridades. Jesús nos exhorta a mantenernos en guardia frente a la “levadura” de los escribas y fariseos con una frase lapidaria: “Hagan lo que ellos dicen, pero no lo que ellos hacen” (Mt 23, 3).

Es más fácil, sin duda, “rasgarse las vestiduras” que “rasgar el corazón”. El profeta Joel alude a la “dureza de corazón”, a la “dura cerviz”, al “corazón de piedra”. Es necesario, como decía San Bernardo Abad, “…partir el corazón de piedra con la espada del Espíritu, que es la palabra de Dios: Hágale pedazos y dese prisa a partirle en menudas migajas. Porque no es posible convertirse al Señor de todo corazón, sino haciendo pedazos el corazón” (San Bernardo Abad., Sermón II, “Cómo debemos convertirnos a Dios”). El corazón, como sabemos, expresa la interioridad del ser humano, expresa a la persona misma. “Rasgar el corazón” implica entonces una actitud profunda y sincera de conversión interior. El profeta Joel exhorta a un verdadero cambio interior (conversión), una renovación en el espíritu, confiando en la misericordia del Señor: “Conviértanse al Señor Dios nuestro; porque Él es compasivo y misericordioso, lento a la cólera y rico en piedad, y se ablanda ante la desgracia” (Jl 2, 13).

El corazón del hombre puede irse endureciendo al punto de llegar a convertirse en un “corazón de piedra” que ya no se puede rasgar, es decir que ya no responde a las mociones del Espíritu. La dureza de corazón es una actitud que brota del interior del hombre, se expresa en la soberbia y la obstinación de vivir en el error y el pecado. Se llega a ese estado a través de un progresivo alejamiento de Dios, se trata de una forma de ceguera espiritual. Dios no niega a nadie el auxilio de la gracia, pero esa gracia se hace ineficaz en la persona que ha endurecido el corazón en su grado extremo. Endurecer el corazón es cerrarse a la gracia, rechazar el amor de Dios, es no dejarse transformar por el Espíritu; es, en definitiva: un pecado contra el Espíritu Santo. De ahí la necesidad de una conversión permanente a fin de no llegar hasta ese límite en el cual el hombre no siente la necesidad de Dios ni de la ayuda de la gracia. La meditación asidua de la palabra de Dios, la vida de oración, los sacramentos, son antídoto eficaz para evitar endurecer nuestro corazón.