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¿De Qué Están Llenas Nuestras Lámparas?

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El papa Francisco, en su viaje apostólico al Perú (del 18 al 21 de enero de 2018), exhortó a los peruanos a “no dejarse robar la esperanza”, pues no estamos solos en medios de nuestras tribulaciones, sino que Jesús nos tiende su mano, nos acompaña en nuestros sufrimientos: “Él conoce el dolor y las pruebas; Él atravesó todos los dolores para poder acompañarnos en los nuestros. Jesús en la cruz quiere estar cerca de cada situación dolorosa para darnos su mano y ayudar a levantarnos. Porque Él entró en nuestra historia, quiso compartir nuestro camino y tocar nuestras heridas. No tenemos un Dios ajeno a lo que sentimos y sufrimos, al contrario, en medio del dolor nos entrega su mano” (Homilía del Santo Padre Francisco en la explanada de Huanchaco-Trujillo, el 20 de enero de 2018).

En aquella homilía, el papa Francisco comentó la conocida “Parábola de las diez vírgenes” (Cf., Mt 25, 1-13). En dicha parábola se habla de diez doncellas, cinco de las cuales son consideradas como “necias” y cinco como “prudentes”, pues, a diferencia de las necias, las prudentes sí se proveyeron oportunamente de aceite para sus lámparas en la espera del esposo. De improviso, a “media noche” (en la oscuridad), según la parábola, llegó el esposo y sólo pudieron salir a su encuentro aquellas cinco doncellas prudentes que tenían combustible para mantener sus lámparas encendidas. El Papa comentó al respecto: “En la lectura del Evangelio, podemos observar cómo las muchachas que no tenían aceite se fueron al pueblo a comprarlo. En el momento crucial de su vida, se dieron cuenta de que sus lámparas estaban vacías, de que les faltaba lo esencial para encontrar el camino de la auténtica alegría. Estaban solas y así quedaron, solas, fuera de la fiesta. Hay cosas, como bien saben, que no se improvisan y mucho menos se compran” (Homilía del Santo Padre Francisco en la explanada de Huanchaco-Trujillo, el 20 de enero de 2018). En el momento indicado—continuó comentando el Papa—“cada una mostró de qué había llenado su vida”; y, de modo espontáneo preguntó el Papa: “¿De qué están llenas nuestras lámparas?” Nos advierte que nos puede pasar lo mismo que a las “doncellas imprudentes” que se quedaron fuera de la fiesta: “En determinadas circunstancias nos damos cuenta con qué hemos llenado nuestra vida. ¡Qué importante es llenar nuestras vidas con ese aceite que permite encender nuestras lámparas en las múltiples situaciones de oscuridad y encontrar los caminos para salir adelante!” (Ibid)

El Papa hizo un símil entre el aceite de las lámparas (de la cuales habla la parábola del Evangelio) con el “aceite de la solidaridad y generosidad” con que los peruanos enfrentaron la adversidad por el fenómeno del “Niño Costero” que causó estragos en la zona norte del Perú, dejando a miles de familias sin hogar y en situación de extrema vulnerabilidad: “Sé que, en el momento de oscuridad, cuando sintieron el golpe del Niño, estas tierras supieron ponerse en movimiento y estas tierras tenían el aceite para ir corriendo y ayudarse como verdaderos hermanos. Estaba el aceite de la solidaridad, de la generosidad que los puso en movimiento y fueron al encuentro del Señor con innumerables gestos concretos de ayuda. En medio de la oscuridad junto a tantos otros fueron cirios vivos que iluminaron el camino con manos abiertas y disponibles para paliar el dolor y compartir lo que tenían desde su pobreza” (Ibid).

En Papa Francisco señala que no solamente hay tormentas generadas por fenómenos de la naturaleza (como los desbordes de ríos, huaicos que destruyen casas), sino también otro tipo de “tormentas”: “Otras tormentas pueden estar azotando estas costas y, en la vida de los hijos de estas tierras, tienen efectos devastadores. Tormentas que también nos cuestionan como comunidad y ponen en juego el valor de nuestro espíritu” (Homilía del papa Francisco en Huanchaco-Trujillo, el 20 de enero de 2018). Entre esas tormentas (refiriéndose a la situación en el Perú), el Papa señaló el sicariato y la inseguridad que genera, la falta de oportunidades educativas y laborales que afectan particularmente a los jóvenes, falta de techo seguro para tantas familias, “así como tantas otras situaciones que ustedes conocen y sufren, que como los peores huaicos destruyen la confianza mutua tan necesaria para construir una red de contención y esperanza. Huaicos que afectan el alma y nos preguntan por el aceite que tenemos para hacerles frente. ¿Cuánto aceite tienes?” (Ibid). El Papa nos dice que para enfrentar esas tormentas “no hay otra salida mejor que la del Evangelio: se llama Jesucristo”, de ahí que nos exhorta a llenar siempre nuestras vida del Evangelio. “En Jesús, tenemos la fuerza del Espíritu para no naturalizar lo que nos hace daño, no hacerlo una cosa natural, no naturalizar lo que nos seca el espíritu y lo que es peor, nos roba la esperanza” (Ibid).

La pregunta del papa Francisco,“¿De qué aceite están llenas nuestras lámparas?” nos interpela tanto a nivel comunitario como personal. Cada uno de nosotros tiene una respuesta personal a esa interrogante. Si nuestra vida no está llena de Jesucristo entonces estamos totalmente vacíos, carentes de motivaciones para enfrentarnos las tormentas. Por otra parte, parece imposible que las personas puedan llevar adelante su vida si están vacíos, es decir, sin esperanza, sino motivos para vivir; eso conlleva a la banalidad, también a la soledad, la angustia y la depresión que puede terminar en suicidio. Por ello, si nuestra vida no está llena de Dios, si Jesucristo no es la razón de ser y el centro de nuestra existencia, entonces se buscará llenar ese vacío existencial con algo. Eso explica por qué tantas personas corren desesperadamente detrás de falsos dioses (ídolos), caen en el “consumismo compulsivo”, aceptan ingenuamente “falsas doctrinas” y supersticiones.

El corazón del hombre jamás podrá sentirse satisfecho si no tiene a Dios. En un tweet, del día 28 de agosto de 2017 (fiesta de san Agustín), el Papa Francisco nos hacía recordar aquellas célebres frases de san Agustín: “Nos creaste, Señor, para ti y nuestro corazón andará siempre inquieto hasta que no descanse en ti” (Confesiones I, 1). Palabras que expresan la incesante e incansable búsqueda de Agustín hasta el momento de su conversión. Sólo el Señor pudo llenar esa insaciable búsqueda de sentido. No sería sensato de nuestra parte que intentáramos, como a tientas, seguir buscando aquello que dé sentido a nuestra vida si sabemos perfectamente que sólo el Señor puede llenar nuestro corazón. Es totalmente inútil que busquemos alcanzar la felicidad sin Dios, o que llenemos nuestras lámparas de un combustible que no sirve para encenderlas. Como en la parábola de las diez vírgenes, al final de nuestras vidas saldremos al encuentro del Señor con nuestras lámparas, ¿las podremos encender?, ¿tendrán el suficiente combustible para no apagarse? En esas circunstancias no habrá forma de salir a “comprar” aceite para nuestras lámparas, pues simplemente “hay cosas que no es posible comprar”. Es en esta vida, en el aquí y ahora, donde tenemos que abastecer del suficiente combustible a nuestras lámparas, para que cuando seamos llamados a la casa del Señor no nos suceda lo mismo que a las cinco doncellas imprudentes.