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Desafíos Pastorales del Año de La Misericordia

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El 20 de noviembre del presente año (2016), con la Solemnidad de Cristo Rey, concluyó el Jubileo Extraordinario de la Misericordia convocado por el papa Francisco con la Bula Misericordiae Vultus (11 de abril de 2015). En la clausura del Año de la Misericordia, el papa Francisco ha promulgado la Carta Apostólica “Misericordia et Misera”, en la cual nos dice que “la misericordia no puede ser un paréntesis en la vida de la Iglesia, sino que constituye su misma existencia, que manifiesta y hace tangible la verdad profunda del Evangelio. Todo se revela en la misericordia; todo se resuelve en el amor misericordioso del Padre” (Carta Apostólica Misericordia et Misera, 1). En consecuencia: somos llamados a comprometernos permanentemente con el anuncio y puesta en práctica del Evangelio de la misericordia. Concluido este Jubileo - nos dice el papa Francisco-“es tiempo de mirar hacia adelante y de comprender cómo seguir viviendo con fidelidad, alegría y entusiasmo la riqueza de la misericordia divina” (Carta Apostólica Misericordia et Misera, 5).

¿Qué ha significado para la Iglesia este Jubileo de la Misericordia? ¿Qué retos pastorales nos plantea con posteridad a su clausura? En la Bula Misericordiae Vultus (El Rostro de la Misericordia), nos decía el papa Francisco: “La misericordia es la viga maestra que sostiene la vida de la Iglesia. Todo en su acción pastoral debería estar revestido por la ternura con la que se dirige a los creyentes; nada en su anuncio y en su testimonio hacia el mundo puede carecer de misericordia. La credibilidad de la Iglesia pasa a través del camino del amor misericordioso y compasivo” (Misericordiae Vultus, 10). En el Año Jubilar de la Misericordia el Papa nos ha invitado a reflexionar, a la luz de la Escritura, sobre el tema de la misericordia, haciendo notar cómo la Biblia nos revela el rostro misericordioso del Señor, cómo Jesús nos muestra el rostro misericordioso del Padre, y cómo la Iglesia tiene que testimoniar la misericordia, especialmente con los más excluidos de la sociedad. El papa Francisco nos decía: “Es mi vivo deseo que el pueblo cristiano reflexione durante el Jubileo sobre las obras de misericordia corporales y espirituales. Será un modo para despertar nuestra conciencia, muchas veces aletargada ante el drama de la pobreza, y para entrar todavía más en el corazón del Evangelio, donde los pobres son los privilegiados de la misericordia divina” (Misericordiae Vultus, 15).  La misericordia es, ante todo, una praxis: tenemos que mostrar con gestos concretos nuestro amor, especialmente por los más pobres y desposeídos de la tierra. El gran desafío pastoral, por lo tanto, será seguir testimoniando siempre en nuestra vida el Evangelio de la misericordia.

Durante el Año Jubilar que ha concluido, el Santo Padre no se ha limitado a exhortar a los creyentes a reflexionar y practicar la misericordia, sino que él mismo ha testimoniado ante el mundo entero que no sólo hay que hablar de la misericordia sino practicarla. El papa Francisco ha tenido muchos encuentros con diversos grupos de personas y jubileos específicos, entre los cuales cabe destacar: jubileo de los sacerdotes, jubileo de los enfermos y diversamente hábiles, jubileo de los jóvenes (Jornada Mundial de la Juventud en Cracovia), jubileo de los voluntarios y operadores de la misericordia, jubileo de los catequistas, jubileo mariano, jubileo de los reclusos en San Pedro y, finalmente, un jubileo de las personas socialmente excluidas que se celebró en Roma los días 11 y 13 de noviembre del presente año (2016). Cobran una especial relevancia los encuentros del Santo Padre con los presidiarios, con los sin techo, en los que se pone en evidencia la predilección por los más pobres. En la Misa de clausura del encuentro con los excluidos, el domingo 13 de noviembre de 2016, el papa Francisco, comentando el pasaje bíblico referido al pobre Lázaro (Cf., Lc 16,19-21), decía que no darnos cuenta del excluido y rechazado es “darle la espalda a Dios”, y que cuando el interés se centra en las cosas y no en las personas, eso es una síntoma de “esclerosis espiritual”; el Papa señala que hay un “trágica contradicción en nuestra época”: “Cuanto más aumenta el progreso y las posibilidades, lo cual es bueno, tanto más aumentan las personas que no pueden acceder a ello”. El cristiano no puede estar con su “conciencia tranquila” ignorando al pobre que está a nuestro lado. 

En la Bula Misericordiae Vultus el Papa nos decía: “En este Año Santo, podremos realizar la experiencia de abrir el corazón a cuantos viven en las más contradictorias periferias existenciales, que con frecuencia el mundo moderno dramáticamente crea (…) No caigamos en la indiferencia que humilla, en la habitualidad que anestesia el ánimo e impide descubrir la novedad, en el cinismo que destruye. Abramos nuestros ojos para mirar las miserias del mundo, las heridas de tantos hermanos y hermanas privados de la dignidad, y sintámonos provocados a escuchar su grito de auxilio.” (Misericordiae Vultus, 15). Lo dicho por el Santo Padre, no ha sido exclusivamente para ser tenido en cuenta en el Año Jubilar de la Misericordia que acaba de concluir, sino para toda la vida. Lo propuesto por el Santo Padre debe ser considerado con lineamientos para orientar la acción pastoral de la Iglesia en el mundo entero. “En nuestro tiempo, en el que la Iglesia está comprometida en la nueva evangelización, el tema de la misericordia exige ser propuesto una vez más con nuevo entusiasmo y con una renovada acción pastoral” (Misericordiae Vultus, 12).

La pastoral de la misericordia exige responder a los nuevos retos del mundo globalizado, el cual sigue generando “nuevas formas de pobreza espiritual y material que atentan contra la dignidad de las personas. Por este motivo, la Iglesia debe estar siempre atenta y dispuesta a descubrir nuevas obras de misericordia y realizarlas con generosidad y entusiasmo” (Carta Apostólica Misericordia et Misera, 19). El papa Francisco quiere fervientemente que la misericordia sea el sello distintivo de la acción evangelizadora: “¡Cómo deseo que los años por venir estén impregnados de misericordia para poder ir al encuentro de cada persona llevando la bondad y la ternura de Dios! A todos, creyentes y lejanos, pueda llegar el bálsamo de la misericordia como signo del Reino de Dios que está ya presente en medio de nosotros” (Misericordiae Vultus, 5). Como un  símbolo de la clausura del Año de la Misericordia, se han cerrado en todo el mundo, en las basílicas y catedrales, las puertas denominadas “Puerta de la Misericordia”, lo cual no significa que cerramos un periodo y volvemos a lo que hemos estado haciendo antes, hasta otro jubileo de la misericordia, sino que, por el contrario, nos compromete a todos a mantener siempre abiertas las puertas reales de la misericordia, es decir: nuestros corazones para testimoniar en la práctica el amor misericordioso del Señor: “Termina el Jubileo y se cierra la Puerta Santa. Pero la puerta de la misericordia de nuestro corazón permanece siempre abierta, de par en par” (Misericordia et Mísera, 16).