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El Adviento y La Parusía

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El tiempo de Adviento está marcado por el signo de la esperanza cristiana en la venida del Señor. Por su Encarnación, el Hijo de Dios se hizo hombre, “en todo semejante a nosotros menos en el pecado”; vino a quedarse entre nosotros. Jesús de Nazaret fue crucificado (en tiempos de Poncio Pilatos), murió y resucitó al tercer día, “subió a los cielos” (Ascensión) para sentarse a la “Derecha del Padre” (Glorificación); y, de “nuevo vendrá”, lleno de gloria, al final de los tiempos (“Segunda Venida”) para juzgar a vivos y muertos. Los cristianos esperamos esa “Segunda Venida del Señor” (Parusía); esta afirmación, que pertenece al contenido de nuestra fe, sin embargo, podría llevarnos a equívocos, como el suponer que Cristo, el Señor Resucitado, por su Ascensión se hubiera ido de este mundo para “retornar” lleno de gloria al final de los tiempos; lo cual parece contradecirse con lo que nos dice el mismo Jesús: “Yo estoy con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo” (Mt 28, 20). Si Jesús está con nosotros “todos los días”, entonces no se ha ido, no nos ha abandonado a nuestra suerte en este “valle de lágrimas”, como si se desentendiera de este mundo para volver al final de los tiempos. ¿Cómo entender, entonces, la primera y segunda venida del Señor?

El Nuevo testamento designa, frecuentemente, a la Parusía con términos como “apocalipsis”, “epifanía”, “manifestación”. ¿Quiere esto significar que la Parusía consistirá simplemente en un descubrimiento o revelación de lo ya ahora ocultamente presente? o ¿El acontecimiento que cierra la historia ha de importar, además, algo nuevo y no manifestado hasta entonces? ¿Cómo se relacionan la primera venida con la segunda venida del Señor? ¿Se trata de un solo evento o dos eventos distintos?

La “contraposición” entre “primera” y “segunda venida” es recogida por el Concilio Vaticano II en el Decreto Ad Gentes, donde se nos dice que el tiempo de la actividad misional de la Iglesia discurre “entre la primera venida del Señor y la segunda [...] Antes de que venga el Señor, es necesario predicar el Evangelio a todas las gentes” (Ad Gentes, 9). Está claro entonces que se nos habla de un “intervalo” entre las dos venidas del Señor. ¿Supone esto que habría una última generación que será testigo presencial de esa “Segunda Venida” al final de la historia? La primera venida del Señor (por su Encarnación y nacimiento en Belén) es un evento histórico, ubicado en un espacio y tiempo claramente determinados. La segunda Venida no parece ser un evento cronológico que pueda ser establecido en una fecha de nuestro calendario. Esto, sin embargo, no nos debe llevar a pensar que la Parusía no sea un “evento real”. La Parusía es un acontecimiento real que se mueve entre la “historia” y la “meta historia” (en el sentido que es un hecho que va más allá de la historia) y, por tanto, no se reduce a categorías cronológicas verificables empíricamente.

No se puede liquidar la Parusía en cuanto acontecimiento real sin poner en peligro el carácter objetivo que reviste la Resurrección. La Parusía, al no ser verificable en su realidad, por vía empírica, sigue siendo una promesa; pero, si la Parusía nunca tuviera lugar, entonces nunca se despejará la oscuridad del “ya, pero todavía” propio de lo escatológico, y la promesa perseveraría indefinida­mente como mera promesa.  Si la Resurrección es un dato objetivo, la Parusía, que es su comprobación última, tiene que ser también un dato objetivo, con el carácter de un acontecimiento. A partir de los datos del Nuevo Testamento, lo mínimo que podemos afirmar acerca de la Parusía es que se trata de una manifestación evidente, inmediata y universal del señorío que compete a Cristo desde su Resurrec­ción. Cristo resucitado se manifestará al final de los tiempos en todo su poder y gloria, se impondrá al mundo y a la muerte. Ese imponerse en su “venida en poder”, con todas sus implicancias, es lo que llamamos “Parusía”.

Por la Encarnación y nacimiento, el Hijo de Dios ha entrado realmente en la historia, en el espacio y el tiempo; pero ha entrado bajo la figura de siervo, en la condición de kénosis. Cristo es uno solo (el Cristo histórico sufriente y el Cristo glorioso que vendrá al final de los tiempos). La fe en el Jesús-siervo de Yahvé es insepara­ble de la esperanza en el Cristo-Hijo del Hombre, Señor del universo. El realismo de la Encarnación impone el realismo de la Parusía. Si la Parusía fuera un mero símbolo de una dimensión supratemporal, metahistórica de la existencia, se relativizaría y vaciaría de significado la misma Encarnación y Resurrección de Cristo. La Parusía no es un mero símbolo de una situación permanentemente actual, sino que tiene un carácter de acontecimiento real, al igual que la resurrección. Sin negar el carácter revelador de la Parusía, ello no agota su contenido. La Parusía trae algo nuevo con respecto a lo que ahora puede experimentarse. La esperanza cristiana aguarda del futuro de Cristo no solo como “desvelamiento”, sino también como cumplimiento definitivo de las promesas, algo que hasta ahora no ha acontecido todavía.

La Parusía será, ciertamente, “revelación”, “desvelamiento” de lo que, en parte, es ya actual. En este sentido, hay que tener en cuenta el hecho significativo de que el Nuevo Testamento no hable nunca de “retorno” o “vuelta” de Cristo, pues el Señor no se ha marchado con su Ascensión a los cielos; muy por el contrario, la fe confiesa una presencia real y actual de Cristo en el mundo, significado por los sacramentos y la comunidad. No hay, pues, en sentido estricto, dos venidas, sino una única venida: la Encarna­ción, a partir de la cual la presencia de Cristo se va desplegando históricamente, de la kénosis del Jesús-siervo al señorío de Cristo resucitado, hasta la epifanía de esa condición señorial en la Parusía. La Parusía, más que ser una venida de Cristo al mundo, es una ida del mundo y los hombres a la forma de existencia gloriosa de Cristo resucitado.

Hay que tener presente, para entender en qué consiste la “consumación” al final de los tiempos, que el Nuevo Testamento presenta la parusía como íntimamente conectada a los restantes eventos concurrentes: la resurrección de los muertos, el juicio final y la nueva creación. No se trata de sucesos plurales independientes entre sí. San Pablo relaciona estrechamente la resurrección de Cristo con nuestra resurrección, su venida triunfal y el fin (Cf., 1Cor 15, 20-28); a su vez: la resurrección connota necesariamente una nueva creación (Cf. Rm 8, 19-23). La resurrección de los muertos al final de los tiempos, el juicio final y la renovación cósmica deben entenderse como dimensiones o concreciones del único aconteci­miento que es “la venida de Cristo en majestad” llevando el reino de Dios a su plenitud.