Si Escuchas Su Voz

Jesús Sana Nuestras Dolencias

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Padre Lorenzo Ato Photo

En el Evangelio se nos dice que Jesús “recorría toda Galilea, enseñando en sus sinagogas, proclamando la Buena Nueva del Reino y curando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo. Su fama llegó a toda Siria; y trajeron todos los que se encontraban mal con enfermedades y sufrimientos diversos, endemoniados, lunáticos, y paralíticos, y los curó.” (Mt 4, 23-24). San Marcos nos relata que cuando Jesús llegó al país de Genesaret le traían enfermos en camillas adonde oían que estaba Jesús; y, “donde quiera que entraba, en pueblos, ciudades y aldeas, colocaban los enfermos en las plazas y le pedían que tocaran siquiera la orla de su manto; y cuantos la tacaron quedaban salvados” (Mc 6, 56). Jesús, sin embargo, no quiere aparecer como un “curandero” sino como el que viene a liberar al hombre de todo tipo de esclavitud. En numerosos pasajes se nos presentan relatos de curaciones: de endemoniados (Mc 1, 21-28); paralíticos (Mc 2, 1-12), ciegos (Mc 8, 22-26; 10, 46-52), sordomudos (Mc 7, 31-37), leprosos (Mc 1, 40-44), y otras enfermedades (curación del hombre que tenía una mano paralizada: Mc 3, 1-5; la hemorroísa: Mc 5, 25-34). Los otros tres evangelios (Mateo, Lucas y Juan) completan una larga lista de milagros de Jesús.

Jesús es movido por la compasión y misericordia; sus intervenciones en favor de los enfermos agobiados por diversas dolencias no conocen límites territoriales, distinciones de razas, credos, o tiempos; se atreve a curar en sábado, suscitando la ira de los judíos (Cf., Mc 3, 1ss), pone en elw centro a la persona humana. Al curar a los enfermos les devuelve su dignidad, los reincorpora en la sociedad de la que eran excluidos (particularmente los leprosos). Los milagros, en general, tienen como denominador común la “mediación de la fe”.  Jesús no realiza signos milagrosos para llamar la atención de la gente, ni para hacerse famoso. Sus signos dan testimonio de que Él es el Mesías enviado de Dios. La descripción de algunos milagros hechos pone en evidencia ciertos elementos presentes en la religiosidad popular de la gente sencilla, como es el caso de la curación de la mujer que sufría hemorragias, milagro al cual nos referiremos en esta columna.

El relato de la mujer que fue curada de flujos de sangre al tocar el manto de Jesús es relatado en el Evangelio de Marcos (Mc 5, 25-34); el relato también es recogido en el Evangelio de Mateo (Mt 9, 20-22) y de Lucas (Lc 8, 43-48). Aquella mujer, cansada de recurrir a los médicos por varios años sin encontrar la salud, va en busca de Jesús, se acerca a Él y al menos quiere tocar su manto esperando que algún poder milagroso emane de él. De hecho, muchas personas, también en la actualidad, buscan ‘tocar’ algo a lo que atribuyen un poder curativo: un manto, una imagen, una reliquia o cualquier objeto considerado como sagrado. Algunos críticos racionalistas ven en esos actos solo superstición y magia; pero eso es no comprender el significado del acto religioso. Ciertamente, allí donde no interviene la fe en Dios se desvirtúa el sentido de lo religioso y podemos caer en la magia y superstición. La gente de fe sencilla que toca las imágenes religiosas, frotando paños que luego se pone sobre las partes enfermas de su cuerpo, no puede ser considerada como de comportamientos mágicos y supersticiosos, aunque no se descarta que, en algunos casos, se mezclen actitudes supersticiosas en los comportamientos religiosos. La religión, como todo fenómeno humano no está libre de deformaciones.

En el caso de la hemorroísa del Evangelio, se trata de una mujer que tiene fe, no obstante que esa fe esté mezclada con creencias populares que para algunos son ‘supersticiones’. Jesús no mira simplemente los actos externos sino el corazón de sus interlocutores, y cuando constata que allí hay fe acoge sus súplicas. Jesús se deja mover por la compasión, el sentido humano; pero, tampoco quiere que se le tome como un curandero o ‘milagrero’. Jesús ha venido a inaugurar el Reino de Dios, a traernos la salvación. Sus signos milagrosos se enmarcan en el contexto de su mensaje liberador. Jesús ha venido a liberar al hombre entero, de todo aquello que lo esclaviza y que no le permite desarrollarse como persona integralmente. La peor esclavitud del hombre es el pecado y sus consecuencias. Entiéndase el pecado en todas sus dimensiones: personal, social, estructural.

Jesús no centra su atención en las ‘creencias’, quizá mezcladas de superstición, de aquella mujer. Jesús no pretende que aquella mujer tenga una ‘fe pura’, le basta la fe sencilla y poco ilustrada. Por otra parte, ¿Quién puede presumir de tener una ‘fe pura’ sin ninguna mezcla de superstición o de falsas creencias?, ni siquiera los teólogos más ilustrados pueden presumir de eso. La fe sencilla de aquella mujer fue suficiente para que Jesús se fijara en ella y obrara el milagro. En medio de la multitud que lo apretujada (situación que había sido hábilmente aprovechada por la mujer para tocar el manto de Jesús), preguntó Jesús: “¿Quién me ha tocado?” La pretensión de Jesús no era identificar a la persona para encararle una acción irregular o indebida, sino para hacerle ver el significado del ‘milagro’. Aquella mujer debía ser plenamente consciente que había sido curada no por haber tocado el manto de Jesús, sino por su fe, es decir: debe entender el hecho no como un acto de magia (aplicando el “principio del contacto” del cual hablaba Frazer en sus explicaciones sobre la magia), sino como un acto religioso mediado por la fe; por eso, Jesús dice a la mujer atemorizada: “Hija, tu fe te ha salvado. Vete en paz y con salud” (Mc 5, 34). Aquella mujer no solo es curada de una enfermedad de carácter físico sino que ha sido sanada espiritualmente. Lo más importante es el segundo aspecto, pues curaciones ‘milagrosas’ han hecho muchos personajes en el pasado y en el presente; pero, la salvación, la liberación del pecado, es una obra exclusiva de Dios.

Hoy, como en todos los tiempos, hay tanta gente que busca la curación de sus dolencias y enfermedades. En casos extremos, desahuciados por la ciencia médica, se aferran a la esperanza de un milagro que solo viene de Dios. Muchas personas experimentan que su curación es obra de un milagro. Los milagros suponen una ‘lectura religiosa’ de ciertos hechos que no tienen una explicación racional o científica; esa lectura religiosa presupone necesariamente la fe, pues sin fe no hay ningún milagro, sin fe nunca podremos reconocer un hecho como milagroso. Por otra parte, no son los ‘milagros’ los que suscitan la fe en los incrédulos, es más bien la fe la que nos permite descubrir milagros en nuestra vida.

Nuestro deseo no debe ser “tocar el manto de Jesús” sino tocar a Jesús mismo, en su cuerpo, alma y divinidad, entrar en comunión con Él. Eso es posible en la Eucaristía (donde se nos da su cuerpo y sangre) y en el encuentro con el pobre, haciéndonos cargo del cuerpo llagado de un enfermo, pues sus llagas son las “llagas de Cristo”, su carne es también “carne de Cristo” que nos cuestiona e interpela.