Si Escuchas Su Voz

Mostrar Nuestras Credenciales

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En un artículo anterior nos referimos a la negaciones de Pedro; obviamente, no para dejar mal parado al apóstol, sino para darnos cuenta, que el Señor no nos elige por nuestros méritos, por nuestras capacidades o habilidades en el trabajo misionero; esto, sin embargo, no debe entenderse como que la elección del Señor es totalmente arbitraria o irracional. Sin poner en tela de juicio la libérrima voluntad divina, por la cual puede elegir al que quiere, debemos decir que el Señor tiene sus propios “métodos y procedimientos de elección”, los cuales sí tendría en cuenta para darnos un “encargo pastoral” y, en ese sentido, deberíamos mostrar las credenciales que evidencien que cumplimos con los “requisitos” que el Señor nos pide. Para ser más precisos: el Señor, que escruta nuestros corazones y nos conoce mejor que nosotros mismos, ya sabe si tenemos o tendremos las condiciones requeridas, antes de elegirnos.

Volvamos con el ejemplo del apóstol Pedro. En los evangelios, Simón Pedro aparece tratando de asumir un cierto liderazgo en el grupo de los doce apóstoles, habla algunas veces en nombre de ellos, toma la iniciativa para responder a las preguntas de Jesús, tratando de mostrar seguridad en lo que dice; pero, en más de una ocasión Jesús desbarata esa seguridad de Pedro, pone en evidencia su fragilidad, sus temores, sus flaquezas. Es la impetuosidad no muy reflexiva de Pedro la que le hace decir, cuando Jesús hace el primer anuncio de su Pasión, “¡Lejos de ti, Señor! ¡De ningún modo te sucederá eso!” (Mt 16, 22), lo cual genera el duro reproche de Jesús: “¡Quítate de mi vista, Satanás! ¡Escándalo eres para mí, porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombre!” (Mt 16, 23). Hacía muy poco que Jesús había elogiado a Pedro, llamándolo “bienaventurado”,  porque había respondido acertadamente a la pregunta: “Ustedes, ¿Quién dicen que soy Yo?” (Mt 16, 15). La respuesta de Pedro: “Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios Vivo” (Mt 16, 16), como aclara Jesús, no provenía de la sabiduría de Pedro, sino que le había sido revelada de lo Alto. Ahora Pedro, basándose en razones humanas, pretendía que Jesús se aparte del camino de la cruz, tienta a Jesús para que busque otra alternativa que no suponga sufrimiento y muerte; esto le genera una durísima reprimenda por parte de Jesús. Si antes fue llamado “bienaventurado” ahora recibe el calificativo de “Satanás”, durísimo cuestionamiento para alguien a quien Jesús, momentos antes, le había prometido darle las llaves del Reino de los Cielos (Cf., Mt 16, 19), para quien sería elegido como “el primer Papa”.

Otro de los episodios en los cuales se pone en evidencia las flaquezas de Pedro, es el referido a Jesús caminando sobre las aguas, a quien los apóstoles confunden con un fantasma (Cf., Mt 14, 23-33). En dicha escena, ante el desconcierto y miedo de los apóstoles, Pedro quiere una prueba de que se trata realmente de Jesús, por eso le dice: “Señor, si eres Tú, mándame ir a ti sobre las aguas” (Mt 14, 28). Jesús le concede el pedido y Pedro comienza a caminar sobre las aguas en dirección a Jesús. El Evangelio nos relata que Pedro, al sentir la fuerza del viento, y tomar conciencia de la posibilidad real de hundirse, entró en pánico y gritó a Jesús: “¡Señor, sálvame!” Jesús le tiende la mano, pero también le hace un reproche: “Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?” (Mt 14, 31). A ese “hombre de poca fe”, Jesús le encomendará el cuidado de su Iglesia. Eso pone en evidencia que la razón por la cual Jesús eligió a Pedro no fue por sus cualidades personales. Seamos directos: Pedro no hubiera logrado superar ninguna exigente evaluación curricular para ser pastor de la Iglesia universal, tampoco hubiera podido pasar por una evaluación de competencias o habilidades. Definitivamente, evaluado con criterios humanos, y si a eso le añadimos su negación al maestro en los momentos más cruciales, Pedro no aprobaba.

Tal como lo muestran los evangelios, la fe pre-pascual de Pedro no era suficientemente sólida. Pedro necesita pasar por duras pruebas; debe aprender en carne propia a ser humilde, a no confiar demasiado en sus propias fuerzas sino en la gracia de Dios, en el amor misericordioso del Señor. Ha tenido que superar la enorme frustración que debió sentir por haber negado tres veces a su maestro. Después de la Resurrección del Señor, el panorama resulta ser muy diferente. Su amor por el Señor se ha fortalecido, le ha hecho superar sus miedos, al punto de señalar públicamente a los “responsables” de la muerte de Jesús: “El Dios de nuestros padres resucitó a Jesús a quien ustedes mataron colgándolo de un madero” (Hch 5, 30). Cuando el Sumo Sacerdote interroga a Pedro y los otros apóstoles por desacatar la prohibición de predicar en nombre de Jesús, Pedro le responde: “Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres” (Hch 5, 29). El amor misericordioso del Señor ha hecho que Pedro se transforme con la fuerza del Espíritu.

¿Cuáles son las credenciales de Pedro como para poder asumir el encargo de “cuidar del rebaño del Seño”? La lectura del evangelio, que se propone para el Tercer Domingo de Pascua del Ciclo C (Cf., Jn 21, 1-19), no da la pista correcta. Se trata de la tercera aparición del Resucitado. En el contexto de una pesca infructuosa de los apóstoles Jesús se les aparece, les ordena echar las redes, cogen una gran cantidad de peces; luego, Él mismo les invita a comer. Después de haber comido, relata el evangelista, Jesús se dirige a Simón Pedro y le dice: “Simón, ¿me amas más que éstos?”, Simón Pedro le respondió: “Sí, Señor, tú sabes que te quiero”, Jesús le dice entonces; “Apacienta a mis ovejas”; por tres veces Jesús le hace la misma pregunta y en las tres recibe la misma respuesta de Pedro (Cf., Jn 21, 15-17). La credencial de Pedro es ahora su profundo amor al Señor, un amor que lo llevará hasta el martirio como supremo testimonio de su entrega generosa a la causa de Cristo.

Están fuera de lugar quienes presumen de sus capacidades oratorias, de sus grados y títulos, especializaciones en pastoral, entre otras cosas. Nuestra credencial debe ser nuestro amor al Señor, un amor que nos haga capaces de entregarnos totalmente al servicio del Evangelio, a soportar las duras pruebas. Un amor fundado en el hecho de que El Señor nos amó primero. Si no nos mostramos, en el ejercicio de nuestros ministerios, primordialmente en esa “credencial del amor”, todas las otras credenciales de nuestro currículum carecen de valor. La credencial de nuestro amor al Señor, obviamente, tiene que estar convalidada por la credencial de nuestro amor a los hermanos, especialmente los más pobres, pues en ellos se nos revela el rostro de Cristo sufriente que nos cuestiona e interpela (Cf., Mt 25, 31-46). No nos olvidemos, como decía San Juan de la Cruz: “En el ocaso de nuestra vida seremos juzgados por el amor”.