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Una Pastoral en Clave Misionera

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La pastoral es la acción de la Iglesia en el cumplimiento de su misión fundamental: anuncio de la Buena Nueva, es acción evangelizadora que busca llegar a todos los ambientes para con la fuerza del Evangelio transformar al hombre y la sociedad. La pastoral es, de suyo, misionera, no puede dejar de serlo. La pastoral está asociada a la tarea del “pastor” que es capaz de conducir al rebaño hacia las fuentes de agua viva, es decir a Jesús. En ese sentido la acción pastoral se entiende como un acompañamiento que conduce a los fieles a un encuentro personal con Cristo, movidos por el Espíritu Santo.

¿Qué significa realizar un pastoral en clave misionera? Un pastoral en clave misionera presupone una Iglesia siembre en salida, de puertas abiertas, que va en búsqueda de los alejados y no espera cómodamente que ellos vengan al templo. La Iglesia tiene que abandonar cualquier actitud narcisista de autocomplacencia, de estar mirándose siempre a sí misma y no mirar a los que están fuera o se han alejado.  El papa Francisco, en la Exhortación Pastoral Evangelii Gaudium (“El gozo del Evangelio”), no dice que una pastoral en clave misionera tiene que abandonar el cómodo criterio pastoral que se sintetiza en la expresión “siempre se ha hecho así”. No podemos seguir haciendo “siempre lo mismo” como si las personas fueran las mismas y el mundo no hubiera cambiado. El papa nos invita a romper con ese inmovilismo anquilosado en el pasado, ser más creativos y audaces, repensando nuestros métodos de evangelización (Cf., Evangelii Guadium, 31). Una pastoral misionera busca llegar a todos sin excepciones, sin olvidar que los pobres son y serán siempre los “destinatarios privilegiados del Evangelio” (Evangelii Gaudium, 48).

El Papa nos exhorta a salir del inmovilismo pastoral, sin temores. Es preferable—nos dice—“una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle, antes que una Iglesia enferma por el encierro y la comodidad de aferrarse a las propias seguridades” (Evangelii Gaudium, 49). El temor a equivocarnos o contaminarnos con el mundo no nos debe paralizar; más que el temor a equivocarnos – nos dice el Papa – lo que debe preocuparnos es “el temor a encerrarnos en las estructuras que nos dan una falsa contención” (Evangelii Gaudium, 49). El Papa quiere una Iglesia de puertas abiertas, donde los pastores se comporten no como controladores sino como facilitadores de la gracia, pues “la Iglesia no es una aduana, es la casa paterna donde hay lugar para cada uno con su vida a cuestas” (Evangelii Gaudium, 47). Una Iglesia de “puertas abiertas” es una “Iglesia en salida” que va hasta las periferias humanas; esto, como dice el Papa, no es un salir sin rumbo, sin una orientación; es necesario no dejarse ganar por las urgencias o por la ansiedad en la búsqueda de resultados notorios que se pueden expresar en cuadros estadísticos.

Las “puertas abiertas” hay que tomarlo en su sentido literal, y como una actitud pastoral permanente. La Iglesia—nos dice el Papa— está llamada a ser siempre la casa abierta del Padre. “Uno de los signos concretos de esa apertura es tener templos con las puertas abiertas en todas partes. De ese modo, si alguien quiere seguir una moción del Espíritu y se acerca buscando a Dios, no se encontrará con la frialdad de unas puertas cerradas” (Evangelii Gaudium, 47). Somos testigos que muchos templos se están quedando vacíos de fieles, otros han cerrado o terminan convirtiéndose en museos de arte religioso, para beneplácito de turistas o de quienes perciben las rentas por administrar dichos lugares. Con frecuencia vemos templos cerrados todo el día, que sólo abren cuando hay una celebración litúrgica los domingos y raras veces durante la semana. En otros casos, vemos templos abiertos con confesionarios vacíos porque no hay sacerdotes disponibles para administrar el sacramento de la reconciliación. Quienes desean confesarse no solamente buscan templos abiertos sino también confesionarios con un confesor. En varias parroquias los pastores dedican un corto tiempo para confesar sólo antes de la misa.

Una Iglesia de “puertas abiertas” está referida principalmente a la actitud de acogida sin exclusiones, donde todos puedan participar, de alguna manera, en la vida eclesial integrando la comunidad; “tampoco las puertas de los sacramentos deberían cerrarse por una razón cualquiera” (Evangelii Gaudium, 47). En la misión, que incumbe a todos los bautizados, los laicos tiene un significativo protagonismo; hay una mayor participación en los ministerios laicales; pero, como dice el Papa, ese compromiso “se limita muchas veces a la tareas intraeclesiales sin un compromiso real por la aplicación del Evangelio a la transformación de la sociedad” (Evangelii Gaudium, 102). De ahí el desafío que conlleva la formación de los laicos. “La nueva evangelización debe implicar un nuevo protagonismo de cada uno de los bautizados” (Evangelii Gaudium, 120).

Muchos fieles laicos piensan que “no están preparados” para evangelizar, para ir de misión; algunos ofrecen cierta resistencia para asumir tareas evangelizadoras aduciendo que no tienen suficiente formación doctrinal. Al respecto nos dice el Papa: “Si uno de verdad ha hecho una experiencia del amor de Dios que lo salva, no necesita de mucho tiempo de preparación para salir a anunciarlo, no puede esperar que le den muchos cursos o largas instrucciones. Todo cristiano es misionero en la medida en que se ha encontrado con el amor de Dios en Cristo Jesús; ya no decimos somos “discípulos” y “misioneros”, sino somos siempre “discípulos misioneros” (Evangelii Gaudium, 120). Resulta imposible pretender ser “discípulo” sin ser “misionero”; menos todavía ser “misionero” sin ser “discípulo”. Pertenece a la identidad del discípulo el ser misionero. Somos discípulos “siendo misioneros”. El verdadero misionero—nos dice el papa Francisco—“nunca deja de ser discípulo, sabe que Jesús camina con él, habla con él, respira con él, trabaja con él. Percibe a Jesús vivo con él en medio de la tarea misionera” (Evangelii Gaudium, 261). Nadie que haya experimentado un verdadero encuentro con Jesús se lo guarda para sí, sino que siente el impulso interior de comunicar a los otros la alegría del encuentro. No espera mucho tiempo siguiendo “cursos de evangelización” para recién animarse a evangelizar.

Una “pastoral en clave misionera”—nos dice el Papa—“no se obsesiona por la transmisión desarticulada de una multitud de doctrinas que se intenta imponer a fuerza de insistencia” (Evangelii Gaudium, 35). Es necesario, ante todo comunicar una experiencia de encuentro con Jesús, salir gozosos, como los primeros discípulos, para proclamar: “¡Hemos encontrado a Jesús!” (Cf., Jn 1, 41). Hoy, si nos dejamos mover por la gracia, todos podemos tener un real encuentro con Jesús Resucitado desde la experiencia de fe. “Ser discípulo es tener la disposición permanente de llevar a otros el amor de Jesús y eso se produce espontáneamente en cualquier lugar: en la calle, en la plaza, en el trabajo, en un camino” (Evangelii Gaudium, 127). Todos tenemos ocasiones para actuar como “discípulos misioneros”. Es el Espíritu Santo quien suscita en nosotros el impulso misionero; “ninguna motivación será suficiente si no arde en nosotros el fuego del Espíritu” (Evangelii Gaudium, 261).