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‘Deja que los Muertos Entierren a sus Muertos’

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En los evangelios (Cf., Lc 9, 57-62; Mt 8, 18-21), Jesús nos habla de exigencias radicales para poder ser su discípulo. Jesús, a diferencia de otros líderes, pareciera que intentara desanimar a los que buscan seguirle, su lenguaje es duro. Sus mismos discípulos, en otra ocasión, se lo hicieron notar diciéndole: “Ese lenguaje es duro, ¿Quién podrá aceptarlo?” (Cf., Jn 6, 60). Muchos discípulos - dice el evangelista san Juan - a partir de ese momento dieron un paso atrás y dejaron de seguirlo (Cf., Jn 6, 66). Jesús no parece muy interesado en captar el mayor número de seguidores, ni emplea estrategias de fidelización para retenerlos; no hace concesiones, no hace rebajas a sus exigencias. Jesús quiere prevenir a sus discípulos de falsas expectativas, de afanes de éxito y de notoriedad. No les asegura éxitos sino más bien persecuciones; pero también, en otro pasaje, ante la pregunta interesada de Pedro: Nosotros que lo hemos dejado todo por servirte, ¿Qué recompensa recibiremos? Jesús le responde: “Todo aquel que haya dejado casas, hermanos, padre, madre, hijos o haciendas por mi nombre, recibirá el ciento por uno y heredará la vida eterna” (Mt 19, 29). ¿En realidad nosotros lo hemos dejado todo por seguir al Señor? Seguir al Señor no es una especie de inversión para obtener rentabilidad, donde damos para que nos den. La mejor recompensa en esta vida es estar en comunión con el Señor, sentir su presencia que nos acompaña y fortalece; eso es lo que nos hace felices; y como decía santa Teresa de Ávila en uno de sus bellos poemas: si tenemos a Dios, nada nos falta, “solo Dios basta”.

¿Qué exige, concretamente, Jesús a sus seguidores? Un seguimiento sin condiciones, una entrega total a la misión, un desprendimiento total, una ruptura radical con el pasado, una decisión con carácter irrevocable. Jesús mismo es modelo de desprendimiento; Él, siendo el maestro, no tiene ni siquiera dónde reclinar la cabeza (Cf., Lc 9, 58). El Señor, desde luego, no está pidiendo a sus discípulos que vivan una pobreza absoluta, en la total indigencia, lo que Jesús pide es el desprendimiento, no tener nuestro corazón apegado a las cosas. No se trata de cantidad sino de actitud; pero, esa actitud tiene que traducirse en un estilo de vida, saber vivir en la pobreza o en la abundancia sin estar atado a nada, considerar las cosas siempre como medios, nunca con fines. Sin ese desprendimiento material no puede haber plena disponibilidad y entrega total al servicio de Dios.

Otra de las exigencias que debe cumplir quien sigue al Señor es “la ruptura con el pasado”, esto se expresa en aquella frase de Jesús: “Deja que los muertos entierren a sus muertos, tú vete a anunciar el Reino de Dios” (Lc 9, 60; Cf., Mt 8, 22). Jesús, desde luego, no pretende que sus seguidores incumplan con sus deberes familiares, eso sería absurdo. Lo que aquí se enfatiza es la urgencia del cumplimiento de la misión, no hay tiempo para seguir mirando el pasado, hay que ponerse en movimiento en la misma dirección de Jesús. No hay tiempo para las añoranzas o lamentaciones, es necesario ponerse de cara al futuro, el tiempo apremia. Esto exige también una decisión irrevocable: “El que echa mano al arado y sigue mirando atrás no sirve para el Reino de Dios” (Lc 9, 62). El seguimiento es una opción totalmente libre, Jesús no nos obliga a seguirle, no nos arrastra a la fuerza, sino que te dice “si quieres puedes seguirme”; pero, desde el momento en que tomas la decisión tienes que cumplir con las exigencias de ese seguimiento. Hay una decisión fundamental que nunca debería ser revocada: la decisión de seguir a Jesús, de estar siempre con Él. Nuestra felicidad es estar con el Señor.

La respuesta de Jesús “deja que los muertos entierren a sus muertos” (Lc 9, 60), genera mucha controversia en su interpretación. ¿Qué es lo que realmente quiso decir con esas palabras? Lo primero es que no se debe entender la frase en su sentido literal, que además resultaría contradictorio, porque es evidente que una persona que está muerta (en sentido literal), no podrá enterrar a otra persona que también está muerta; tampoco es una invitación a incumplir con una de las siete obras de misericordia corporales (“enterrar a los muertos”). Excluida la interpretación literal, debemos entonces entender la frase en un sentido figurado, otros dirán en “sentido metafórico”, “lenguaje hiperbólico”.

Uno de los criterios de interpretación de la biblia es entender los pasajes dentro de la unidad de la Sagrada Escritura, no como textos aislados. Encontramos otro pasaje, en la parábola del Hijo Pródigo (Cf., Lc 15, 11-31), donde al final de la parábola, el padre lleno de alegría intenta persuadir al hijo mayor para que se una a la fiesta por el retorno del hijo menor, pues “estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y ha sido hallado” (Lc 15, 32). Estaba “muerto” significa, en ese contexto, que se había apartado del Señor, había tocado fondo en su vida pecaminosa, estaba muerto en sentido espiritual. Cuando el padre dice que aquel hijo menor “ha vuelto a la vida”, significa que ha recuperado su verdadera dignidad, la gracia perdida por el pecado. En otro pasaje, en el diálogo con Nicodemo (Cf., Jn 3, 1-11), Jesús le dice que “es necesario nacer de nuevo”; Nicodemo lo entiende inicialmente en sentido material o literal (Cf., Jn 3, 4), pero Jesús le explica que el nuevo nacimiento es por el agua y el Espíritu (Cf., Jn 3, 5). En muchos pasajes bíblicos se utiliza ese tipo de lenguaje. No cabe duda que cuando Jesús le dijo a aquel candidato a discípulo que dejara que “los muertos entierren a sus muertes”, este entendió correctamente el sentido de aquellas palabras, las mismas que a nosotros, hijos de otro tiempo y cultura, nos pueden parecer como escandalosas o inaceptables. Jesús le estaba diciendo que para ser discípulo no se puede quedar anclado en el pasado, atado a vínculos familiares que no le dan la libertad necesaria para el seguimiento.

Lo que quizá aquel hombre le pedía a Jesús era que le diera tiempo (aplazamiento del llamado) para arreglar situaciones familiares, como podría ser el permanecer con sus padres hasta la muerte de estos. No parece razonable que alguna persona, teniendo el deber legal y moral de atender a unos padres ancianos en grave estado de necesidad, los deje en el abandono total para seguir una vocación sacerdotal o religiosa, interpretando literalmente el pasaje bíblico que estamos comentando.

Las palabras de Jesús hay que entenderlas en el contexto y la cultura en que fueron escritos los Evangelios. No debemos caer en anacronismos. Lo permanente es que el seguimiento a Jesús exige “radicalismos”. Lo que no resulta aceptable es que alguien se resista a aceptar el llamado del Señor (vocación) porque simplemente no quiere desprenderse de su familia, de una vida cómoda, o de apegos afectivos hacia determinadas personas. Cuando el Señor llama a alguien a seguirle, le exige respuestas inmediatas; no acepta pedidos de prórroga para responder al llamado.