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Diálogo y Verdad

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La realización de un referéndum independentista en Cataluña el 1 de octubre de 2017, que había sido declarado ilegal por el tribunal español, y los hechos de violencia producidos a raíz de ese acontecimiento, vuelven a plantear la cuestión de la urgente necesidad del recurso al diálogo como la mejor vía para resolver conflictos en la búsqueda del bien común. El diálogo, obviamente, debe darse en un clima de respeto y estar basado en la verdad.

El arzobispo de Oviedo, en una entrevista, ha acusado al nacionalismo catalán de utilizar la mentira y la manipulación para lograr sus propósitos, hace referencia a un “adoctrinamiento ideológico” a través de la educación; ha señalado que no obstante que el independentismo no es “pecado”, no se puede promoverlo ignorando la historia común de España, educando en una ideología separatista que no respeta la Constitución, la cual ha mantenido unido a un país durante los últimos cuarenta años. Lo dicho por el arzobispo de Oviedo, al margen de cuánto haya de verdad en sus afirmaciones, expresa una toma de postura política de un amplio sector de la Iglesia en España. De otra parte, un sector del clero de Cataluña no ha ocultado su simpatía por la separación de Cataluña y su constitución como república independiente, aunque también tienen fundados temores por el accionar de corrientes secularistas vinculadas a grupos nacionalistas independentistas que cuestionan severa e injustamente el rol de la Iglesia en la sociedad catalana.

¿Cuál ha sido el rol que ha desempeñado la Iglesia de Cataluña en este conflicto? Algunos pastores han tratado de mantener la “imparcialidad” ante las partes en conflicto, a fin de poder actuar con ponderación y contribuir a la “unidad nacional”; pero, ¿era eso posible en esa coyuntura política? Otros pastores han expresado más abiertamente su postura inclinándose a favor de una de las partes, otros incluso han utilizado el púlpito para “orientar a los fieles” en una determinada dirección (a favor o en contra del referéndum). Las fronteras entre lo político y religioso son muy difusas. En situaciones concretas resulta extremadamente difícil pretender mantenerse al margen de las posturas en conflicto sin involucrarse en el mismo, sin tomar partido.

La Comisión Permanente de la Conferencia Episcopal Española (CEE) aprobó por unanimidad, antes del referéndum, una declaración sobre la grave situación en Cataluña. Los obispos de España manifestaban que “la verdadera solución al conflicto pasa por el recurso al diálogo desde la verdad y la búsqueda del bien común de todos”; citan al papa Francisco quien señala que “es hora de saber cómo diseñar, en una cultura que privilegie el diálogo como forma de encuentro, la búsqueda de consensos y acuerdos, pero sin separarla de la preocupación por una sociedad justa, con memoria y sin exclusiones” (Evangelii Gaudium, 239). Los obispos, en su declaración, invocan a las autoridades, partidos políticos, organizaciones y a los ciudadanos en general, a fin de que se evite tomar “decisiones y actuaciones irreversibles y de graves consecuencias”. Como era de esperar, el llamado de los obispos, demasiado genérico, cayó en saco roto. El referéndum se realizó, ganando el “sí” independentista. El gobierno español, utilizando a la policía, reprimió a los ciudadanos que se atrevieron a ir a votar. Ahora la situación en Cataluña es más incierta y de consecuencias impredecibles.

Es frecuente que la Iglesia emita declaraciones de principios con los cuales nadie, en su sano juicio, puede estar en desacuerdo, pero que resultan ineficaces en la práctica. La Iglesia suele actuar con suma prudencia a fin de que no se la vincule con una de las partes en conflicto. ¿Quién no está de acuerdo con que el diálogo es un camino para lograr consensos?; pero, ¿Qué sucede cuando las posturas son tan encontradas que hacen imposible un diálogo fructífero? Todo diálogo presupone un respeto por la verdad. El desacuerdo no suele darse en los principios generales, sino en la aplicación de los mismos en la esfera práctica. Cuando las posturas llegan a su máximo antagonismo, la primera víctima es la verdad. Todos aceptan la importancia del diálogo, el valor de la democracia, el respecto a los derechos humanos; pero, al momento de aplicar esos principios a situaciones concretas cada quien los entiende a su manera vaciándolos de contenido y eficacia.

La Iglesia, como decía el papa Benedicto XVI, “no tiene soluciones técnicas que ofrecer y no pretende «de ninguna manera mezclarse en la política de los Estados». No obstante, tiene una misión de verdad que cumplir en todo tiempo y circunstancia en favor de una sociedad a medida del hombre, de su dignidad y de su vocación. Sin verdad se cae en una visión empirista y escéptica de la vida, incapaz de elevarse sobre la praxis, porque no está interesada en tomar en consideración los valores...” (Encíclica “Caritas in Veritate”, 9). Es la fidelidad a la verdad lo que nos garantiza la libertad. El diálogo no es posible allí donde no hay un respeto por la verdad. “En efecto, la verdad es «logos» que crea «diálogos» y, por tanto, comunicación y comunión. La verdad, rescatando a los hombres de las opiniones y de las sensaciones subjetivas, les permite llegar más allá de las determinaciones culturales e históricas y apreciar el valor y la sustancia de las cosas” (Caritas in Veritate, 4).

Benedicto XVI ha enfatizado la estrecha relación entre verdad, libertad, bondad, caridad. Todos debemos desarrollar una especial sensibilidad por la verdad en la búsqueda del bien común. Benedicto XVI hace referencia a un autor contemporáneo, Jürgen Habermas, quien habla de la necesidad de un proceso de “argumentación sensible en la verdad”. Habermas señalaba que la legitimidad de la Constitución de un país derivaría de dos fuentes: la participación política igualitaria de los ciudadanos y la “forma razonable como se resuelven las divergencias políticas”, esta última no puede ser una especia de lucha por “mayorías aritméticas”, sino que debe caracterizarse como un “proceso de argumentación sensible en la verdad”. Lo señalado por Habermas – hace notar Benedicto XVI – siendo cierto, resulta, sin embargo, muy difícil llevarlo a la praxis política, pues los responsables de realizar ese “proceso de argumentación” son los partidos políticos, los cuales suelen estar más preocupados por sus propios intereses, y por sintonizar con los intereses de la población a la cual pretenden representar; ahora bien, “esos intereses a menudo son particulares y no están verdaderamente al servicio del conjunto. La sensibilidad por la verdad se ve siempre arrollada de nuevo por la sensibilidad por los intereses” (Texto de la conferencia que el Papa Benedicto XVI iba a pronunciar durante su visita a la “Sapienza, Universidad de Roma”, el jueves 17 de enero). Resulta muy significativo, señalaba Benedicto XVI, que Habermas introduzca el concepto de verdad en el debate filosófico y político; sin embargo, en la búsqueda del derecho a la libertad, y la justa convivencia fundada en la verdad, y dada la coyuntura en la que actúan los partidos políticos, “se debe escuchar a instancias diferentes de los partidos y de los grupos de interés, sin que ello implique en modo alguno querer restarles importancia” (Ibid). Estas reflexiones de Benedicto XVI cobran especial relevancia en el contexto del conflicto en Cataluña al cual nos hemos referido.