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El Futuro de La Vida Consagrada

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La vida religiosa constituye, indudablemente, una gran riqueza para la Iglesia. El papa Francisco, en ocasión de la celebración del Año de la Vida Consagrada, promulgó la Carta Apostólica “A todos los consagrados” (21 de noviembre de 2014). En dicha Carta Apostólica el Papa invitaba a los religiosos y religiosas a mirar el pasado con gratitud, vivir el presente con pasión y abrazar el futuro con esperanza. La vida consagrada se expresa en una gran variedad de carismas y formas concretas organizativas. Especial relevancia tiene la vida contemplativa, la cual contrasta con una mentalidad secularista que privilegia el activismo, la eficacia y la eficiencia.

En algunos casos, la mentalidad eficientista ha penetrado en el ámbito eclesial bajo formas de activismo pastoral que relega la vida interior, con el pretexto de que el “trabajo es oración”, olvidando que la eficacia de la acción evangelizadora no depende tanto de la cantidad de actividades que realizamos, o de los recursos con que contamos, sino de la acción del Espíritu. El papa Francisco nos dice que “No hay que ceder a la tentación de los números y de la eficiencia, y menos aún a la de confiar en las propias fuerzas” (Carta Apostólica “A todos los consagrados”). Debemos renunciar a la tentación de medirlo todo. No es cuantificable, por ejemplo, el impacto que tiene en la Iglesia la oración silenciosa de tantas monjas de clausura; ellas suplen, en cierto modo, la falta de oración de quienes han sucumbido al “activismo pastoral” y a una agenda recargada de compromiso sociales.

Debemos ser plenamente conscientes que más podemos lograr con la oración contemplativa que con grandes proyectos pastorales carentes de espiritualidad. El papa Francisco nos dice que “una pastoral sin oración y contemplación no podrá alcanzar jamás el corazón de las personas. Se detendrá en la superficie sin permitir que la semilla de la Palabra de Dios pueda nacer, germinar, crecer y dar fruto” (Mensaje del papa Francisco a los participantes del Congreso Internacional sobre la Evangelii Gaudium, 19 de septiembre de 2014). Jesús no se dejó envolver por el activismo, no cedió a la tentación del reconocimiento y aclamación de las multitudes. Los evangelios nos presentan a un Jesús que se retira a solas a orar, que se separa de las multitudes: “Después de despedir a la multitud, subió al monte a solas para orar; y al anochecer, estaba allí solo” (Mt 14, 23). Igualmente, Jesús enseña a sus discípulos a no dejarse llevar por el activismo: “vamos aparte a un lugar tranquilo para descansar un poco” (Mc 6, 31).

No se puede negar que en la actualidad hay una crisis vocacional, en el sentido que han disminuido notablemente las vocaciones para la vida sacerdotal y religiosa. En Europa muchos conventos de clausura han quedado casi vacíos, otros se han cerrado. Ante esta situación muchos se preguntan ¿Cuál es el futuro de la vida contemplativa? Los conventos ¿Terminarán convertidos en museos de arte religioso? El papa Francisco nos pone en guardia frente a quienes el papa Benedicto XVI llamaba “profetas de desventuras” anunciadores del final o del “sinsentido de la vida consagrada en la Iglesia de nuestros días”; por el contrario, somos invitados a mirar el futuro con esperanza: “Conocemos las dificultades que afronta la vida consagrada en sus diversas formas: la disminución de vocaciones y el envejecimiento, sobre todo en el mundo occidental, los problemas económicos como consecuencia de la grave crisis financiera mundial, los retos de la internacionalidad y la globalización, las insidias del relativismo, la marginación y la irrelevancia social... Precisamente en estas incertidumbres, que compartimos con muchos de nuestros contemporáneos, se levanta nuestra esperanza, fruto de la fe en el Señor de la historia, que sigue repitiendo: «No tengas miedo, que yo estoy contigo» (Jr 1,8)” (Carta Apostólica “A todos los consagrados”). Esa esperanza, insiste el Papa, “no se basa en los números o en las obras, sino en aquel en quien hemos puesto nuestra confianza (cf. 2 Tm 1,12) y para quien «nada es imposible» (Lc1, 37). Esta es la esperanza que no defrauda y que permitirá a la vida consagrada seguir escribiendo una gran historia en el futuro, al que debemos seguir mirando, conscientes de que hacia él es donde nos conduce el Espíritu Santo para continuar haciendo cosas grandes con nosotros” (Ibid.,).

Hay que destacar que los fundadores de congregaciones o institutos de vida religiosa buscaron, en cierta forma, “traducir el Evangelio” a un momento histórico concreto, responder a los signos de los tiempos y a las necesidades de la Iglesia vistas en ese momento histórico. La centralidad, pues, está en el Evangelio, no en un carisma particular. El carisma tiene sentido si expresa el Evangelio. La centralidad es Cristo, no el fundador de una congregación, por muy santo que haya sido. Esto nos permitirá evitar caer en exageraciones al momento de ensalzar la obra de los fundadores; pues, en algunos casos, pareciera que más se habla del fundador o fundadora antes que de Cristo. Por otra parte la historia no es estática sino dinámica; en ese sentido hay que estar siempre abiertos a la acción del Espíritu que nos permita discernir cómo debe ser traducido hoy el Evangelio, aprender a discernir cuáles son, actualmente, los signos de los tiempos, a fin de, si fuera necesario, tener que adecuar nuestro carisma, en el sentido de redescubrir su verdadero espíritu.

El Papa invita a los religiosos y religiosas a revisar sus obras, los ministerios que desarrollan, para ver si responden realmente al carisma original, a lo que el Espíritu pidió a los fundadores y fundadoras. No se trata, desde luego, de permanecer anclados en el pasado, pretendiendo cumplir literalmente las reglas o estatutos, sino también de preguntarse si responden a las necesidades de la Iglesia de hoy. Hay que estar siempre abiertos a la novedad del Espíritu. La evangelización del mundo actual nos plantea nuevos retos y exigencias que hay que afrontar, “la fantasía de la caridad no ha conocido límites y ha sido capaz de abrir innumerables sendas para llevar el aliento del Evangelio a las culturas y a los más diversos ámbitos de la sociedad” (Carta Apostólica “A todos los Consagrados”).

No hay que olvidar, por otra parte, que debemos vivir nuestra vocación con alegría. Quienes viven plenamente su propia vocación experimentan la profunda alegría que trae consigo la llamada del Señor. En cualquier estado de vida, todos debemos experimentar la alegría cristiana. Seguir a Jesús será siempre motivo de gran alegría. El papa Francisco nos dice que “estamos llamados a experimentar y demostrar que Dios es capaz de colmar nuestros corazones y hacernos felices, sin necesidad de buscar nuestra felicidad en otro lado” (Carta Apostólica “A todos los consagrados”, expectativas para el Año de la Vida Consagrada, N.° 1). El Papa exhorta a testimoniar nuestra alegría: “Que entre nosotros no se vean caras tristes, personas descontentas e insatisfechas, porque, «un seguimiento triste es un triste seguimiento»” (Ibid.,). Esta alegría, desde luego, no ignora el sufrimiento, la enfermedad, la cruz de cada día; pero, aún medio de todo eso no podemos perder la alegría, pues el Señor está siempre con nosotros.