Si Escuchas Su Voz

Entrar Por La Puerta Estrecha

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En cierta ocasión, según relata el Evangelio, le preguntaron a Jesús: ¿Serán pocos los que se salven? (Cf., Lc 13, 23). La pregunta refleja curiosidad, un “querer saber”, más que un propósito serio por alcanzar la salvación. También en nuestro tiempo hay gente que se deja llevar por la simple curiosidad. Se pretende incluso saber el número exacto de los elegidos el de 144 mil y así se aventuran a afirmar algunas confesiones religiosas no católicas haciendo una interpretación literal del Apocalipsis (Cf. Ap 7, 4; 14, 1). ¿Será porque en el Reino de Dios, o en el cielo, no hay suficiente ‘espacio’ para todos? o ¿Será porque no todos tienen la voluntad de alcanzar un ‘lugar’? Lo cierto es que “Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad” (1Tm 2, 4); Dios, no nos ha destinado al castigo sino a la salvación (Cf., 1Tes 5, 9). Esa voluntad salvífica universal de Dios estaría en abierta contradicción con la predeterminación, por parte del mismo Dios, de un número muy reducido de ‘salvados’. En el cielo nunca habrá problemas de superpoblación, hay ‘lugar’ para todos; no hay necesidad de disputar con otros un ‘lugar’, simplemente porque el cielo no es un “espacio geográfico” ubicado en algún lugar del cosmos; el cielo es, fundamentalmente, ‘estar con el Señor’.

La religión es un ‘camino’ de búsqueda de Dios. Todas las religiones, de alguna manera u otra, se preguntan por la salvación y cómo alcanzarla; por otra parte, nuestras credenciales para salvarnos no están garantizadas por nuestra pertenencia a un determinado grupo religioso, sino por nuestra práctica de la justicia y el amor, pues Dios no hace distinción de personas sino que “el que ama al Señor y practica la justicia ese es grato a los ojos de Dios” (Hch 10, 35), no importa de qué nación o ‘religión’ sea. Esto, desde luego, no significa relativizar la fe cristiana o el catolicismo, sino discernir con claridad qué es realmente lo esencial para la salvación. Lo sepan o no, quienes alcancen la salvación son salvados por Cristo, único camino de salvación.

En el Evangelio (Cf., Lc 13, 22-23) se pone en evidencia que Jesús no quiere satisfacer nuestras curiosidades sino invitarnos a un compromiso serio con Él, haciéndonos tomar conciencia de la necesidad de esforzarnos por alcanzar la salvación. La pregunta ¿Serán pocos los que se salven? debe ser replanteada por esta otra: ¿Qué he de hacer para salvarme?  En efecto, ¿Quién de nosotros no quiere salvarse?, todos nosotros buscamos, de una manera u otra, la salvación, la vida eterna. La salvación coincide con la realización plena del hombre, con la plenitud del mundo y de la historia; sin salvación no puede haber felicidad. La pregunta ¿Qué he de hacer para ganar la vida eterna? ya ha sido hecha también a Jesús por aquel joven rico del cual nos habla el Evangelio de Marcos (Cf., Mc 10, 17ss). Jesús contestó a aquél joven diciéndole: cumple los mandamientos y ganarás la vida eterna; y si quieres ser perfecto renuncia a todo lo que tienes, luego ven y sígueme. Aquel joven estaba dispuesto a cumplir los mandamientos, pero sólo hasta cierto límite, no estaba dispuesto a renunciar a todo para seguir a Jesús.

A la pregunta ¿Serán pocos los que se salven? Jesús no responde directamente, no dice si serán pocos o muchos, no se aventura a señalar ningún número, sino que lleva a su interlocutor a un cuestionamiento personal: “Esfuércense por entrar por la puerta estrecha. Muchos intentarán entrar por ella y no podrán” (Lc 13, 24). ¿Qué significa esto de la “puerta estrecha”? En el sermón de la montaña Jesús también nos dice: “Entren por la puerta estrecha, porque la puerta ancha y el camino amplio conducen a la perdición y muchos entran por allí. El camino y la puerta que conducen a la salvación son estrechos, y son pocos los que dan con él” (Mt 7, 13-14). Jesús utiliza esta imagen de la “puerta estrecha” para hablarnos de las exigencias que supone seguirle, de las dificultades y renuncias que tenemos que afrontar si realmente queremos estar entre los elegidos en el reino celestial. Jesús nunca nos ha dicho que el camino es fácil; sin la ayuda misma de Dios no sería posible cumplir con lo que el Señor nos pide.

El que se decide a hacer algo puede actuar en dos direcciones. Una posibilidad sería vivir como mejor le parece, usando de la libertad, incluso contra sí mismo, sin límites de orden moral o religioso; ese sería el ‘camino amplio’ o la ‘puerta ancha’. La otra posibilidad para orientarse en la vida supone que debe cumplir con exigencias morales y religiosas, ordenar su vida a partir de unos principios y valores, aunque eso conlleve a muchos sacrificios; ese es el ‘camino estrecho’ o la ‘puerta angosta’ de la cual nos habla Jesús. Cada uno de nosotros puede escoger entre una posibilidad o la otra, entre la puerta estrecha o la puerta ancha; pero debemos también ser conscientes de hacia dónde nos conducen ambos caminos. Jesús nos dice que quien escoge la puerta ancha camina hacia su propia perdición y quien escoge la puerta estrecha camina hacia la salvación. En realidad, Dios no ofrece dos caminos, sino un sólo camino: el camino de la salvación. El otro camino (condenación) lo escogemos nosotros mismos haciendo un mal uso de nuestra libertad. La salvación es siempre una obra de Dios, la condenación es obra del hombre. Dios es un Padre misericordioso que siempre está dispuesto a perdonarnos y darnos vida eterna.

Hay quienes pretenden ganar la salvación pero sin pasar por la puerta estrecha, sino por la ancha, es decir: optando por lo fácil, por lo que agrada, por lo que no supone esfuerzo ni renuncia alguna. Los que escogen la puerta ancha son justamente quienes quieren llevar una vida fácil, sin exigencias de ningún tipo, viviendo pragmáticamente el momento presente, buscando el placer, o el bienestar material sin ningún tipo de ‘limitación’ que venga de unos principios o valores éticos. El pragmatismo es una forma peligrosa de relativismo en todos los aspectos, considera como verdadero lo que tiene una utilidad práctica para este momento, niega que haya verdades permanentes o necesarias.

Libertad no significa posibilidad para hacer lo que mejor nos parezca. El hombre, si quiere vivir humanamente, tiene la obligación de ordenar su vida de acuerdo a unos principios que no dependen de él ni de las circunstancias cambiantes. Vivir los valores cristianos, es la novedad del ser humano, viviendo esos valores evangélicos en una sociedad actual, donde campea el pragmatismo relativista, siendo esto lo que constituye un reto que hay que afrontar. Lo más fácil es dejarse llevar por esa corriente camuflada de ‘modernidad’, ‘progreso’, ‘libertad’, ‘tolerancia’, y que se difunde a través de los medios de comunicación social; pero eso sería escoger el camino amplio que ya sabemos a dónde nos lleva.

El creyente no puede dejarse arrastrar por la corriente, no puede seguir por ese camino ancho sino que, por el contrario, tiene que esforzarse por entrar por la puerta estrecha, aceptando los sacrificios que supone vivir los valores y principios cristianos.