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Esperanza y Retribución en el Antiguo Testamento

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En el antiguo judaísmo se pensaba que la bendición de Dios se concreta en esta vida, pues no se creía en la resurrección o en una pervivencia del alma más allá de la muerte física del hombre. De ahí que, para no contradecir la justicia divina, había que defender la tesis de que solo en esta vida se recibe el castigo o recompensa por nuestros actos. Todavía hoy en día hay quienes piensan que “todo se paga en esta vida”. Tesis que, sin duda, es contradicha por la realidad de los hechos: Hay muchas personas deshonestas, delincuentes, corruptos, criminales, que llevan una vida de placeres y de lujos, indolentes ante el sufrimiento de los demás, y que terminan su vida sin que la justicia terrena les haya alcanzado, sin que hayan pagado por sus crímenes. Si no hubiera resurrección y juicio después de la muerte ¿Cómo quedaría la justicia divina?

En el libro de Job se defiende la idea según la cual es en esta vida que Dios recompensa y castiga. Si una persona es justa (llamémosla correcta) y cumple con los mandamientos de Dios, entonces será bendecida, todo le irá bien; por contrapartida, si una persona sufre en esta vida será porque está pagando por sus malas acciones, de lo contrario sería como admitir el absurdo de que Dios es injusto. Otro tema que se plantea en el libro de Job es si amamos a Dios interesadamente, es decir: si hacemos el bien solo porque esperamos que Dios nos recompense (sea en esta vida o en la otra vida).

Respecto al problema planteado de la retribución en el libro de Job, la respuesta no resulta satisfactoria pues es contradicha por la experiencia. No es verdad que todos reciban lo que merecen en esta vida. El libro de Job concluye diciendo, que después de haber superado la prueba, Dios le retribuyó con creces por lo que había sido privado: “Después de esto Job todavía vivió ciento cuarenta años, y vio a sus hijos y a los hijos de sus hijos, cuatro generaciones. Después Job murió anciano y colmado de días” (Jb 42, 16-17). Pero, nos preguntamos ¿Qué hubiera pasado si Job hubiera muerto sin que se le haga justicia? Obviamente, el libro no se pone en esa hipótesis, pues el relato está construido presuponiendo que no hay resurrección de los muertos y una justicia ultraterrena.

La tesis de una retribución justa en esta vida resultaba insostenible porque era contradicha por los hechos. De ahí que no se podía defender la idea de un Dios justo, sin dar una respuesta al problema del sufrimiento de los inocentes. Lenta y progresivamente se irá abriendo paso en el Antiguo Testamento la idea de una justicia ultraterrena, indesligablemente unida a la resurrección de los muertos y un juicio final.

En algunos salmos hay ciertos atisbos de una esperanza de pervivencia después de la muerte. En la doctrina del “scheol” (“lugar de los muertos”), se percibe una nebulosa idea de pervivencia, sin que se refiera de modo explícito a un “más allá” de esta vida terrena. En el salmo 16, por ejemplo, se dice: “​​No has abandonado mi alma al scheol, ni dejarán a tu amigo ver la sepultura. Me enseñarás el camino de la vida, hartura de goces, delante de tu rostro a tu derecha, delicias para siempre” (Sal 16, 10-11). Igualmente, en el salmo 49, al hablar de la vanidad de las riquezas, dice que los ricos insensatos terminarán su existencia en el scheol pastoreados por la muerte, mientras que los justos dominarán sobre ellos y Dios rescatará sus almas de las garras del scheol (Cf., Sal 49, 15ss). El salmo 73 nos habla de la justicia divina por la cual los impíos serán aniquilados, los que se alejan de Dios perecerán, pero para los justos el bien es estar junto a Dios: “Para mí, mi bien es estar junto a Dios; he puesto mi cobijo en el Señor” (Sal 73, 28). Afirmar que el goce de los impíos es de corta duración y que Dios permite el sufrimiento del justo para fortalecerlo en la virtud, no era una respuesta satisfactoria. En ese contexto, hablar de una verdadera justica divina conllevaba necesariamente a abrirse a la esperanza de una vida ultraterrena.

Varios pasajes del Antiguo Testamento nos hablan veladamente, a veces de manera simbólica, de la apertura hacia la fe y esperanza en una existencia ultraterrena, primero del pueblo en su conjunto (resurrección colectiva) y luego de la resurrección de cada individuo (Cf., Os, 1ss; Ex 37, 1-14; Is 26, 19). Al final del Antiguo Testamento, aparecen ya textos muy explícitos de la creencia en la resurrección individual y la vida ultraterrena, donde la justicia divina se manifestará en todo su esplendor. Por ejemplo, en el libro de Daniel se nos dice claramente: “Muchos de los que duermen en el polvo de la tierra se despertarán, unos para la vida eterna, otros para el oprobio, para el horror eterno” (Dn 12, 2).

En el segundo libro de los Macabeos, que es posterior en algunos años al libro de Daniel, y que fue escrito probablemente hacia el año 100 antes de Cristo, encontramos ya de manera muy explícita una fe judía en la resurrección de los muertos. Allí se nos dice que “para el tirano no habrá resurrección para la vida eterna” (2Mac 7, 14). En dicho libro se nos habla de oraciones (sufragios) que se hace por los muertos, para que sean liberados del pecado. El autor del libro explica que creían en la resurrección y por eso, con toda razón, ofrecían sufragios, “pues de no esperar que los soldados caídos resucitarían, hubiera sido superfluo y necio rogar por los muertos” (2Mac 12, 44).

El libro de la Sabiduría (escrito originariamente en griego), considerado como el último libro del Antiguo Testamento, fue escrito aproximadamente hacia el año 50 antes de Cristo, complementa desde una perspectiva diferente la tesis de una vida más allá de la muerte. El libro recogería la idea, probablemente influenciada por el pensamiento helénico, de la inmortalidad el alma. En el pensamiento bíblico de raíces judías (del último periodo del Antiguo Testamento) lo que se defiende es la idea de una resurrección corporal, no la idea de una inmortalidad del alma separada del cuerpo (tesis de la filosofía platónica). El libro de la Sabiduría, si bien es cierto habla de “inmortalidad del alma”, usa la terminología de “cuerpo” y “alma”, ha sido escrito por un judío creyente y recoge el modo de pensar judío, no la antropología platónica dualista. Nos dice que “las almas de los justos están en las manos de Dios y no les alcanzará tormento alguno” (Sb 3, 1); así mismo, que “aunque el justo muera prematuramente, hallará el descanso” (Sb 4, 7). En resumen: al final del Antiguo Testamento constatamos la fe judía en la resurrección de los muertos; tesis que, sin embargo, no era compartida por todos los judíos de esa época. Habrá que esperar la revelación de Jesús en el Nuevo Testamento para que quede definitivamente consolidada la fe en la resurrección de los muertos y el juicio final de Dios.