Si Escuchas Su Voz

Función Mediadora de La Palabra en El Contexto Eucarístico

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Importancia de La Homilía. 

El Concilio Vaticano II resalta la importancia que tiene la Sagrada Escritura en la vida de la Iglesia, particularmente en la Liturgia: “La Iglesia siempre ha venerado la Sagrada Escritura, como lo ha hecho con el Cuerpo de Cristo, pues sobre todo en la sagrada Liturgia, nunca ha cesado de tomar y repartir a sus fieles el pan de vida que ofrece la mesa de la Palabra de Dios y del Cuerpo de Cristo” (Dei Verbum, 21). La Iglesia, al hablarnos de las distintas formas de la presencia de Cristo en la Liturgia, señala: “Está presente en su Palabra, pues cuando se lee en la Iglesia la Sagrada Escritura, es Él quien habla” (Sacrosanctum Concilium, 7). El cristiano es llamado a meditar asiduamente la Palabra de Dios, a acogerla, celebrarla y hacerla vida.

En la Misa, la Liturgia de la Palabra y la Liturgia Eucarística “están tan íntimamente unidas que constituyen un solo acto de culto” (Constitución sobre la Sagrada Liturgia “Sacrosanctum Concilium”, 56). Dentro de esa orientación, la Instrucción General del Misal Romano nos dice: “En la Misa se prepara la mesa, tanto de la Palabra de Dios, como del Cuerpo de Cristo, de la cual los fieles son instruidos y alimentados” (Instrucción General del Misal Romano, 28). La Palabra no es mera instrucción, es también alimento espiritual, es pan de vida.

El Concilio Vaticano II nos enseña que “toda la predicación de la Iglesia se tiene que alimentar y regir por la Sagrada Escritura” (Dei Verbum, 21). La homilía es “parte de la Liturgia”, y su sentido fundamental es explicar la Palabra tomada de la Sagrada Escritura: “Se recomienda encarecidamente como parte de la misma Liturgia, la homilía, en la cual se exponen durante el ciclo del año litúrgico, a partir de los textos sagrados, los misterios de la fe y las normas de la vida cristiana” (Sacrosanctum Concilium, 52).

Dios, como en el pasado, sigue hablando también hoy “en lenguaje humano”; la homilía cumple una función mediadora en ese diálogo de Dios con su pueblo. El papa Francisco nos hace recordar que “en la celebración eucarística asistimos a un verdadero dialogo entre Dios y su pueblo (…), Dios sigue hablando con nosotros como sus amigos” (Carta Apostólica “Misericordia et Misera”, 6), se trata de un diálogo de inagotable riqueza. El ministro tiene que estar al servicio de la Palabra. Una buena homilía puede contribuir grandemente a que la Palabra de Dios, debidamente explicada, pueda ser mejor acogida por los fieles. El Papa destaca la gran importancia de la homilía “para que el corazón de los creyentes vibre ante la grandeza de la misericordia”; nos dice al respecto: “Recomiendo mucho la preparación de la homilía y el cuidado de la predicación. Ella será tanto más fructuosa, cuando más haya experimentado el sacerdote en sí mismo la bondad misericordiosa del Señor” (Misericordia et Misera, 6). El predicador, antes debe ser “tocado por la Palabra” para pretender mover el corazón de sus oyentes.

En la Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium, el Papa Francisco había ya desarrollado ampliamente la importancia de la homilía y la preparación de la predicación (nn. 135 al 159). Allí nos dice que “la homilía es la piedra de toque para evaluar la cercanía y la capacidad de encuentro de un Pastor con su pueblo. De hecho, sabemos que los fieles le dan mucha importancia; y ellos, como los mismos ministros ordenados, muchas veces sufren, unos al escuchar y otros al predicar” (Evangelii Gaudium, 135). De hecho, los fieles tienen derecho a recibir por parte de sus pastores un alimento “substancioso” en la predicación. Hay, en consecuencia, una gran responsabilidad de los ministros de prepararse convenientemente para la predicación, particularmente para la homilía. El Papa nos dice que debemos renovar nuestra confianza en la predicación, la cual “se funda en la convicción de que es Dios quien quiere llegar a los demás a través del predicador y de que Él despliega su poder a través de la palabra humana” (Evangelii Gaudium,  136). No debemos olvidar que la homilía cobra un especial significado e importancia por tratarse de predicación que se da en un “contexto eucarístico”, el cual—como dice el Papa—“supera a toda catequesis por ser el momento más alto del diálogo entre Dios y su pueblo, antes de la comunión sacramental” (Evangelii Gaudium, 137). “La homilía no puede ser un espectáculo entretenido, no responde a la lógica de los recursos mediáticos, pero debe darle el fervor y el sentido a la celebración. Es un género peculiar, ya que se trata de una predicación dentro del marco de una celebración litúrgica; por consiguiente, debe ser breve y evitar parecerse a una charla o una clase” (Evangelii Gaudium, 138). En la homilía, la palabra del predicador no debe ocupar un lugar excesivo.

La celebración eucarística tiene una estructura, una secuencia, un tiempo limitado, un ritmo y una armonía. Con frecuencia hay sacerdotes que rompen esa armonía cuando hacen de la homilía un discurso largo que dura más que las otras partes de la celebración. Una buena homilía nunca debe durar más de quince minutos en una celebración prevista para una hora. Aquí se debe tener en cuenta, como una especie de principio: “Non multa, sed multum”, que aplicado a la homilía se podría traducir como: “No muchas palabras, sino mucho contenido”, o: “decir mucho en pocas palabras” (Cf., Si 32, 8). Algunos predicadores se hacen la ilusión de que por mucho hablar convencerán más. Los fieles no suelen estar muy dispuestos a escuchar largos o complejos discursos en una Misa; es necesario también, como nos recomienda el Papa, usar un lenguaje sencillo y cercano a la gente, hablar en algunos casos con imágenes. Una imagen atractiva hace que el mensaje se sienta como algo familiar, cercano, posible, conectado con la propia vida: “Una imagen bien lograda puede llevar a gustar el mensaje que se quiere transmitir, despierta un deseo y motiva a la voluntad en la dirección del Evangelio. Una buena homilía, como me decía un viejo maestro, debe contener «una idea, un sentimiento, una imagen»” (Evangelii Gaudium, 157).

La preparación de la homilía exige que el ministro tenga una adecuada formación teológica y espiritual, conocimientos de Biblia, entre otras disciplinas; pero sobre todo una actitud de apertura al Espíritu, humildad y oración. Cuando no hay una adecuada preparación se tiende a improvisar, a llenar el tiempo destinado a la homilía con temas que muchas veces nada tienen que ver con los textos de la Liturgia de la Palabra, o se recurre a los discursos moralistas. Por eso, el Papa exhorta a dedicarle mucho esmero a la preparación de la predicación, considerándola como una tarea muy importante, “conviene dedicarle un tiempo prolongado de estudio, oración, reflexión y creatividad pastoral” (Evangelii Gaudium, 145). El predicador es, a la vez, mediador e instrumento (no pasivo) para facilitar ese diálogo de Dios con su pueblo. Debe disponer de todas sus capacidades y, principalmente: dejarse conducir por el Espíritu Santo. El papa Francisco señala con toda claridad: “Un predicador que no se prepara no es ‘espiritual’; es deshonesto e irresponsable con los dones que ha recibido” (Evangelii Gaudium, 145).