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Jesús ¿El Profeta Escatológico?

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Uno de los títulos aplicados a Jesús en su vida terrena es el de “Profeta”. Jesús no se aplica así mismo este título, sino que es la gente quien lo utiliza. La Samaritana dice de Jesús: “Veo que eres un profeta” (Jn 4, 19). Este profeta se identifica con el Mesías o Cristo (Cf., Jn 1, 25). Después del milagro de la multiplicación de los panes, el evangelista Juan nos dice que la gente, viendo la señal que Jesús había realizado, proclama: “Este es verdaderamente el profeta que iba a venir al mundo” (Jn 6, 14). La gente discute sobre el verdadero origen de Jesús; al oír sus discursos, decían: “Este es verdaderamente el profeta” (Jn 7, 41). ¿En qué sentido se atribuye a Jesús el título de “Profeta”?

Oscar Cullmann, en su libro “Cristología del Nuevo Testamento” (1957), ha hecho un análisis detallado del título de “Profeta” atribuido a Jesús. Comienza señalando que, en tiempos de Jesús, el profetismo prácticamente ya no existía, el antiguo profetismo judío se había ido extinguiendo progresivamente, y “de hecho solo existía bajo la forma escrita de libros proféticos”. En los evangelios sinópticos Jesús no es considerado como un profeta más en la línea del Antiguo Testamento, sino como el profeta escatológico que había de venir la final de los tiempos.

La fe judía esperaba para el final de los tiempos el retorno de un profeta determinado, lo cual se sustenta en el mismo libro del Deuteronomio: “Yahveh tu Dios suscitará, de en medio de ti, entre tus hermanos, un profeta como yo, a quien escucharás” (Dt 8, 15). Los judíos esperaban, en realidad, el retorno del profeta Elías o de Enoc. Después de la escena de la transfiguración de Jesús en el Monte Tabor, sus discípulos le preguntaron: “¿Por qué, pues, dicen los escribas que Elías debe venir primero? Respondió él: Ciertamente Elías ha de venir a restaurarlo todo. Les digo, sin embargo: Elías vino ya, pero no le reconocieron, sino que hicieron con él cuanto quisieron. Así también el Hijo de hombre tendrá que padecer de parte de ellos. Entonces los discípulos comprendieron que se refería a Juan el Bautista” (Mt 17, 10-13).

Originalmente, ese profeta del final de los tiempos no era un simple precursor del Mesías; “el Mesías no tiene necesidad de precursor puesto que él mismo realiza la función de profeta escatológico” (Cristología del Nuevo Testamento. Sígueme, Salamanca 1998, p. 75); en una sola persona aparecen reunidas la condición de Profeta y de Mesías. Hay que distinguir, sin embargo, entre “precursor de Dios” y “precursor del Mesías”. En el Cántico de Zacarías, se dice del niño Juan Bautista: “Serás llamado profeta del Altísimo, pues irás delante del Señor para preparar sus caminos” (Lc 1, 76), es decir: será el “Profeta de Dios” (El Altísimo). Cabe también precisar que el Bautista no se presenta a sí mismo como “el Profeta”; son otros los que se refieren a él con ese título. Tampoco se presenta como el “precursor de Dios” sino del Mesías. “Los discípulos de Jesús y el mismo Jesús consideraron al Bautista como el profeta, como Elías vuelto a la tierra, pero solamente en calidad de precursor del Mesías” (O. Cit., p. 80).

En el Evangelio de Juan, en cambio, se nos presenta al Bautista rechazando ser considerado como el Profeta o como Elías: “Y este fue el testimonio de Juan, cuando los judíos enviaron donde él sacerdotes y levitas a preguntarle: ¿Quién eres tú? El confesó y no negó; confesó: Yo no soy el Cristo. Y le preguntaron: ¿Qué, pues? ¿Eres tú Elías? Él dijo: No lo soy. ¿Eres tú el Profeta? Respondió: No” (Jn 1, 19-21). Juan Bautista quiere ser simplemente un profeta como los del Antiguo Testamento, no el profeta escatológico esperado al final de los tiempos.

Inicialmente también se aplicó el título de profeta a Jesús en la línea de los profetas del Antiguo Testamento. Cuando resucita al hijo de la viuda de Naín, la gente exclama: “Un gran profeta se ha levantado entre nosotros” (Lc 7, 16). Mateo señala que los sumos sacerdotes y los fariseos, que pretendían detener a Jesús, “tuvieron miedo a la gente porque le tenían por profeta” (Mt 21, 46). Los textos más significativos son aquellos que consideran a Jesús como el profeta de los últimos tiempos. Jesús es identificado con el Bautista resucitado o con el profeta Elías (Cf., Mc 6, 14-15). Los evangelios sinópticos nos muestran que “una parte del pueblo consideraba a Jesús durante su vida como el Profeta esperado para el fin de los tiempos” (O. Cit., p. 88).

Hay que tener presente que ninguno de los tres evangelios sinópticos (Mateo, Marcos y Lucas) se ha servido del título de “Profeta” para expresar su propia fe en Jesús. Los sinópticos se han limitado a transmitirnos, con respecto del título de Profeta aplicado a Jesús, la opinión de una parte del pueblo; sin embargo, como dice Cullmann, en el Evangelio de Juan hay la clara intención del evangelista de reservar el título de “El Profeta” exclusivamente para Jesús. Esto explica la resistencia del Bautista para reconocerse como “El Profeta”. Para san Juan, “Jesús, siendo Logos y Cristo, es al mismo tiempo el Profeta; por eso, Moisés no puede ya ser considerado como el profeta por excelencia” (O. Cit., p. 89).

En la primera parte del libro de los Hechos (aquella que contiene tradiciones judeo-cristianas), según explica Cullmann, se hace una identificación de Jesús con el Profeta anunciado por Moisés (Cf., Dt 18, 15), específicamente en dos pasajes (Hch 3, 22 y 7, 37); pero, en la segunda parte de los Hechos (referida a la acción misionera de Pablo) ya no se hace tal identificación. “Fuera del Evangelio de Juan y de la primera parte (judeocristina) de Hechos, Jesús no aparece nunca como el Profeta que al final de los tiempos debe preparar los caminos del Señor” (Ibid., p. 90). Al desaparecer la corriente judeo-cristiana, se extingue también la visión cristológica centrada en Cristo como “El Profeta” de los últimos tiempos, más aún si tenemos en cuenta que “la idea del profeta escatológico resulta demasiado estrecha como para abarcar en toda su riqueza la persona y obra de Cristo” (Ibid., p. 95); sin embargo, hay rasgos rescatables de esa antigua cristología, puesto que la noción de “Profeta” era menos problemática que la misma noción de “Mesías”, la cual estaba cargada de expectativas políticas en tiempos de Jesús. El título de Profeta permite comprender en parte la obra terrena de Jesús, asociándolo con la figura del Siervo Sufriente; pero, como bien señala Cullmann, dicho título resultaba insuficiente por sí mismo para explicar toda la obra de Jesús, pues, para el cristianismo lo escatológico no solo está referido a la segunda venida del Señor: Lo definitivo ya ha comenzado con su primera venida, aunque todavía no se realice en su plenitud. Jesús no puede ser considerado solo como un Profeta, pues el profeta desempeña un rol preparatorio. Jesús, en cambio, ha realizado la obra de la redención; Él es el Cristo, el Señor, con cuya llegada ha comenzado el reino de Dios que se consumará al final de los tiempos.