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La Misericordia Incondicionada

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La publicación de la Carta Apostólica“Misericordia et Misera” del papa Francisco ha sido objeto de diversos comentarios. Algunos (muy cercanos a posturas cismáticas), se han escandalizado y han cuestionado el magisterio del papa Francisco, aduciendo que se estaría haciendo una banalización del pecado y una exageración de los alcances de la misericordia divina, pues el Papa propondría, supuestamente, un “camino fácil” a los pecadores, dejando de lado las exigencias de la “justicia”; algo, sin duda, totalmente ajeno al propósito del Papa Francisco.

El Papa nos habla como verdadero pastor, sin apartarse, desde luego, del magisterio de la Iglesia, poniendo en el centro a Jesús misericordioso que revela la misericordia del Padre. El ejemplo que toma el Papa, del conocido pasaje bíblico de la mujer adúltera (Cf., Jn 8, 1-11), es una clave para entender el mensaje que quiere transmitirnos. Jesús, como nos muestran los evangelios, no ha venido a condenar sino a salvar (Cf., Jn 3, 17; 12, 47). En el pasaje  de la mujer adúltera—como hace notar el Papa—no nos encontramos ante un juicio abstracto sobre la gravedad del pecado y las penas a que conlleva, sino ante la presencia de “una pecadora y el Salvador”; “Jesús ha mirado a los ojos a aquella mujer y ha leído su corazón: allí ha reconocido su deseo de ser comprendida, perdonada y liberada. La miseria del pecado ha sido revestida por la misericordia del amor” (Misericordia et Misera, 1).

La misericordia no implica ninguna banalización del pecado; Jesús mismo también dice a la mujer pecadora: “Anda y en adelante no peques más” (Jn 8, 11). La misericordia—señala el Papa—es siempre un acto de gratuidad del Padre, “un amor incondicionado e inmerecido”; y, “por este motivo, ninguno de nosotros podemos poner condiciones a la misericordia” (Misericordia et Misera, 2). Esto no significa, desde luego, que Dios nos perdona contra nuestra propia voluntad. Es la gracia la que mueve el corazón del hombre pecador para que acepte la oferta de misericordia que Dios le hace. La libertad del pecador quedará siempre a salvo, es decir: puede obstinarse en el pecado y rechazar el amor misericordioso del Señor y, en tal sentido autoexcluirse del perdón. En el Evangelio, Jesús nos dice que no hay pecado que no pueda ser perdonado, excepto el llamado “pecado contra el Espíritu Santo” (Cf., Mc 3, 28-29); ese pecado consistiría, precisamente, en la obstinación en el mal negándose a pedir perdón. Si el hombre no quiere ser perdonado, obviamente no hay manera de que reciba el perdón. Haciendo uso de su libertad el hombre pecador puede condicionar para sí mismo la misericordia de Dios, poniéndole obstáculos a la acción del Espíritu Santo. Por otra parte, los confesores no pueden condicionar la misericordia de Dios al pecador que, al menos con atrición, se acerca al confesionario. Esa atrición dispone al pecador para obtener el perdón de Dios en el sacramento de la penitencia. La Iglesia nos enseña que “la contrición llamada ‘imperfecta’ (o ‘atrición’) es también un don de Dios, un impulso del Espíritu Santo. Nace de la consideración de la fealdad del pecado o del temor de la condenación eterna y las demás penas con que es amenazado el pecado” (Catecismo de la Iglesia, 1453). Los pastores son facilitadores de la gracia no del pecado. El Papa ha cuestionado a aquellos confesores que pretenden exigir a los penitentes “pruebas de la conversión” para darles la absolución, más aún cuando se trata de pecados tan graves como el aborto; pero, una cosa es exigir las condiciones mínimas que evidencien un propósito de conversión y otra cosa es la demostración de esa conversión sin que deje lugar a dudas.

El Jubileo de la Misericordia que acaba de concluir ha sido— como dice el papa Francisco—un año “en que la gracia de la misericordia se nos ha dado en abundancia”; “Ahora, concluido este Jubileo, es tiempo de mirar hacia adelante y de comprender cómo seguir viviendo con fidelidad, alegría y entusiasmo la riqueza de la misericordia divina” (Misericordia et Misera, 5). El Papa nos exhorta, en primer lugar, a celebrar la misericordia, en la Liturgia, en los sacramentos. “En la liturgia, la misericordia no sólo se evoca con frecuencia, sino que se recibe y se vive. Desde el inicio hasta el final de la celebración eucarística, la misericordia aparece varias veces en el diálogo entre la asamblea orante y el corazón del Padre, que se alegra cada vez que puede derramar su amor misericordioso” (Misericordia et Misera, 5). Destaca también la importancia de la homilía, la cual debe ser  adecuadamente preparada, así como la predicación; “ella será tanto más fructuosa, cuanto más haya experimentado el sacerdote en sí mismo la bondad misericordiosa del Señor” (Misericordia et Misera, 6). El Papa nos exhorta a celebrar y difundirla cada vez más la Palabra de Dios, “para que nos ayude a comprender mejor el misterio del amor que brota de esta fuente de misericordia” (Misericordia et Misera, 7).

El Papa Francisco ha destacado la importancia del Sacramento de la Reconciliación: “la celebración de la misericordia tiene lugar de modo especial en el Sacramento de la Reconciliación” (Misericordia et Misera, 8). En el Año Jubilar de la Misericordia envió a los “Misioneros de la Misericordia” con facultades especiales; señala que dicho ministerio extraordinario continuará hasta una nueva disposición; así mismo, concedió a los fieles que acuden a las iglesias donde celebran sacerdotes de la Fraternidad Pío X (grupo que no está en plena comunión con el Papa), para que puedan recibir válida y lícitamente la absolución sacramental, “por el bien pastoral de esos fieles”, además, señala que por una decisión personal extiende dicha facultad “más allá del periodo jubilar, hasta nueva disposición” (Misericordia et Misera, 12). Otra acción muy significativa del Papa ha sido conceder a todos los sacerdotes la facultad de absolver del pecado de aborto, “para que ningún obstáculo se interponga entre la petición de reconciliación y el perdón de Dios” (Misericordia et Misera, 12), ya no por un tiempo limitado sino por un periodo indefinido. Esto, desde luego, no debe mal interpretarse, como si la Iglesia hubiera cambiado su postura respecto a la gravedad de ese pecado; por ello el Papa Francisco precisa: “Quiero enfatizar con todas mis fuerzas que el aborto es un pecado grave, porque pone fin a una vida humana inocente. Con la misma fuerza, sin embargo, puedo y debo afirmar que no existe ningún pecado que la misericordia de Dios no pueda alcanzar y destruir, allí donde encuentra un corazón arrepentido que pide reconciliarse con el Padre (Misericordia et Misera, 12).

El Papa nos dice que al haberse terminado el Jubileo de la Misericordia y el haberse cerrarse la Puerta Santa, la puerta de la misericordia de nuestro corazón debe permanecer siempre abierta “de par en par” para testimoniar al amor misericordioso del Señor en el encuentro con los otros. Nos habla de la necesidad de hacer crecer una “cultura de la misericordia”  que esté basada en el encuentro y redescubrimiento del otro; “una cultura en la que ninguno mire al otro con indiferencia ni aparte la mirada cuando vea el sufrimiento de los hermanos” (Misericordia et Misera, 20).