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La Realidad de las Posesiones Demoniacas

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Hemos señalado en una anterior columna, que hay muchos autores, incluidos católicos, que pretenden negar la realidad de las posesiones demoniacas que se describen en los relatos evangélicos, atribuyéndolas a formas de pensar propias de una cultura del pasado, en la cual se creía que las enfermedades con causas desconocidas eran producidas por el demonio. Las posesiones demoniacas, según dichos autores, nunca existieron ni existen en la actualidad. Las llamadas “posesiones” serían solo casos de neurosis, psicosis, desequilibrios cerebrales orgánicos, trastornos de la personalidad; todos ellos explicables por la psiquiatría. Dichas posturas contradicen la enseñanza de la Iglesia y toda la práctica milenaria de los exorcismos, acreditada no solo en el Nuevo Testamento sino en toda la tradición de la Iglesia. Hay autores, como por ejemplo C. Duquoc, W. Kasper, que no admiten la realidad del demonio, tal como lo hace notar José Antonio Sayés (Cf., El demonio. ¿Realidad o mito? Edicep, Valencia 2008, p. 51 en la nota 45), para los autores aludidos por Sayés, no hay certeza de si la revelación divina afirma o no la existencia personal de Satanás. No pretenden, desde luego, eliminar los textos bíblicos que hablan de la existencia del diablo, sino darles otro tipo de interpretación. Para Kasper, “la creencia en el diablo y los demonios no presenta nada específicamente bíblico. Es un elemento de la concepción, que la Biblia comparte con el propio ambiente, una concepción del mundo que podríamos llamar mitológica” (Citado por Sayés, J.A., en: El demonio. ¿Realidad o mito?, p. 52, en la nota 45). Concordamos con Sayés, cuando afirma que “Jesús muestra siempre una independencia absoluta de criterio. No acepta nunca una mentalidad equivocada. Por lo tanto, ello resulta totalmente incoherente decir que Jesús se adaptó a la mentalidad popular en un punto que tiene que ver precisamente con la concepción del Reino” (Sayés, J.A. O. Cit., p. 55).

La enseñanza de la Iglesia, fundada en la Biblia y la Tradición, no deja la menor duda de la existencia de Satanás (ángel caído, príncipe de los demonios) y de su actuación en el mundo. Actuación que se produce no solo en las personas de modo individual, sino también en grupos humanos y estructuras de poder que gobiernan el mundo (estructuras sociales, políticas y económicas). Para un católico, pues, no puede estar en discusión de si existe o no Satanás y de su actuación real; lo que podría estar en duda es si Satanás en persona pueda poseer a un individuo humano, o si cualquier otro ángel caído, “ángeles del Diablo” (diablos). Además, no habría que dejar de lado la hipótesis de que sea el espíritu de un condenado (un ser humano que está en el infierno), quien, movido por el príncipe de los demonios (Satanás), y cumpliendo sus órdenes, pueda actuar de algún modo, maléficamente, sobre una persona. A ello habría que agregar a las personas que en esta vida actúan en favor de Satanás; aquellos a quienes el Evangelio llama “hijos del mal”, o “hijos del diablo” (Cf., Jn 8, 44). Los “hijos del diablo” se les puede reconocer, según san Juan, porque no practican la justicia ni tampoco aman a su prójimo (Cf., 1Jn 3, 10).

Todos los llamados “espíritus malignos”, poderes “hostiles al Reino de Dios”, pertenecen al reino de Satanás, “príncipe de este mundo” (Jn 12, 31), “príncipe de los demonios” (Mt 9, 34), o como lo llama san Pablo, “el dios de este mundo” (2Cor 4, 4). A ese “reino tenebroso” pertenecen Satanás, sus “ángeles infernales” (Cf., Mt 25, 41), es decir, los ángeles caídos por seguir a Satanás en su rebelión contra Dios (Cf., 2Pe 2, 4; Ap 12, 9); y, también pertenecerían los seres humanos condenados (en el juicio particular después de la muerte) que murieron en pecado mortal; a estos últimos, en nuestra opinión, también se los podría considerar como “espíritus malignos” o “demonios”, diferentes a los “ángeles caídos” (diablos).

Los poderes de las tinieblas se manifiestan tanto en individuos que actúan como “anticristos” como también en grupos y estructuras de poder mundano que oprimen al hombre. La Biblia no se limita a hablar de las fuerzas del mal “en abstracto”, sino también de seres reales no visibles, con rasgos personales: los ángeles caídos (diablos), encabezados por Satanás, los demonios que forman parte del reino de las tinieblas. La influencia maligna de esos poderes es fundamentalmente de tipo moral o psicológica. Concordamos con diversos autores en el sentido que la mayoría de los caos actuales que muestran indicios de “posesión demoniaca” se trata de casos de enfermedades de tipo psiquiátrico; pero, consideramos que no puede excluirse a priori una real posesión demoniaca.

¿Qué se entiende por “posesión demoniaca”? Antes de responder a esta cuestión, hay que tener presente que el diablo y los poderes infernales actúan de diversas formas: de una manera ordinaria y persistente tentando a las personas con el propósito de apartarlos de Dios; aquí no interviene el exorcista. Otra forma de actuación es la extraordinaria, la cual, según los especialistas tiene múltiples formas de manifestarse: infestaciones diabólicas, disturbios externos, vejaciones diabólicas, obsesiones interiores, posesiones diabólicas; además hay que añadir los casos en que voluntariamente algunos individuos se someten al diablo a través de pactos (Cf., García, J.M. Ministerio de liberación. El oficio del exorcista. Editorial San Esteban. Salamanca, 2020). Un conocido exorcista, el padre G. Amorth (Cf., Nuovi Racconti di un esorcista. Edizione Dehoniane. Bolonia, 2004) nos presenta una definición bastante completa de la posesión diabólica; para ser más precisos, es la “posesión demoniaca”. G. Amorth señala que es la forma más grave de la intervención extraordinaria del demonio en los individuos, y “comporta la presencia permanente del demonio en un cuerpo humano, aunque la acción maléfica no es continua: se alternan las crisis con pausas de reposo. Implica manifestaciones temporales de bloqueo mental, intelectivo, afectivo, volitivo. Pueden desatarse violentas reacciones, conocimiento de lenguas ignoradas por la persona, fuerza sobrehumana, conocimiento de cosas ocultas o del pensamiento de otros. Típico es la aversión a lo sagrado, acompañado a menudo de blasfemias” (citado en García, J.M. El oficio del exorcista, p. 40). El padre Amorth advierte que se debe estar muy atento para no dejarse engañar por “camuflajes diabólicos”.

Es necesario precisar que la “posesión demoniaca” no debe entenderse como si el diablo o demonio ocupa el cuerpo de una persona como si fuera su morada, pues “siendo puro espíritu no se localiza en un puesto o en una persona, aunque da la impresión de eso. En realidad, no se trata de localizarse, sino de actuar, de influir. No es una presencia como cuando un ser vaya a habitar en otro ser; o como el alma en el cuerpo […]. Sería errado pensar que en el cuerpo humano pueda habitar el Espíritu Santo y el demonio, como si dos rivales estuviesen en la misma habitación” (G. Amorth. Nuovi Racconti di un esorcista, pp. 203-204, citado en: García, J.M. El oficio del exorcista, p. 190). El demonio no puede penetrar en el espíritu humano y quitarle el libre albedrío, la libertad de decidir; lo que puede hacer es afectar parcial y temporalmente la dimensión física y psicológica del individuo.