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Lucas: El Evangelio como historia

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Lucas es el único de los evangelistas que no era de origen judío, sino un converso procedente del paganismo; él no fue uno de los doce apóstoles sino un discípulo de Pablo. Era un cristiano de segunda generación que escribió una historia en dos volúmenes: El primer volumen es el Evangelio que lleva su nombre (Evangelio de Lucas); el segundo volumen es el Libro de los Hechos de los Apóstoles. Lucas comienza su evangelio, en el prólogo, diciendo: “Puesto que muchos han intentado narrar ordenadamente las cosas que se han verificado en nosotros, tal como nos las han transmitido los que desde el principio fueron testigos oculares y servidores de la Palabra, he decidido yo también, después de haber investigado diligentemente todo desde los orígenes, escribirte por su orden, ilustre Teófilo, para que conozcan la solidez de las enseñanzas que has recibido” (Lc 1, 1-4). Lucas manifiesta su interés de “historiador” crítico. Quiere contar la historia de Jesús de una “manera ordenada”, no obstante, él mismo reconoce no haber sido un testigo de primera fuente (testigo ocular), sino que ha recogido los testimonios creíbles y algunas “pruebas documentales” (fuentes que ha utilizado para redactar su evangelio). Entre sus fuentes estaría el mismo evangelio de Marcos, Mateo y alguna otra fuente para nosotros desconocida.

En el prólogo del libro de los Hechos, dice Lucas: “En el primer libro lo escribí, Teófilo, sobre todo lo que Jesús hizo y enseñó desde un principio, hasta el día en que, después de haber dado instrucciones por medio del Espíritu Santo a los apóstoles que había elegido, fue llevado al cielo” (Hch 1, 1-2). Ese primer libro es su Evangelio. Por ello hay que vincular ambos textos, en lo que destaca de una manera muy clara la presencia del Espíritu. El libro de los Hechos es considerado como el “Evangelio del Espíritu”; dicho texto no sería entendible sin la acción gravitante del Espíritu Santo.

Hay en Lucas una preocupación por presentar su evangelio como “historia”, buscando sincronizar la historia de Jesús con la historia de la humanidad. Lucas enfatiza, de manera especial, que Jesús pertenece la historia de la humanidad, entronca a Jesús con esa historia. La misma predicación del Bautista se enmarca en un momento histórico concreto: “En el año quince del imperio de Tiberio César, siendo Poncio Pilato procurador de Judea, y Herodes tetrarca de Galilea…” (Lc 3, 1). El nacimiento de Jesús en Belén se da porque un decreto de César Augusto ordenó un censo, lo cual obligo a José y María (que estaba embarazada) desplazarse desde Nazareth (lugar donde se había instalado la Sagrada Familia) hasta Belén, para empadronarse en cumplimiento del edicto (Cf., Lc 2, 1-7). De este modo, Dios utiliza los elementos humanos para realizar sus designios. Jesús nació en Belén, según Mateo, para que se cumplieran las escrituras que habían predicho, por boca del profeta Miqueas (Cf., Mi 5, 1), que el Mesías (el Cristo) nacería en Belén de Judá (Cf., Mt 2, 1-6).

Lucas no pretende separar la historia del Mesías de la historia llamada “profana”. No se trata de presentar dos historias sino una sola historia. Para Lucas está muy claro que “la salvación se realiza en nuestra historia”. La historia de la salvación es, ciertamente un dado de fe, es una lectura religiosa de la misma historia de la humanidad. La historia humana es, a pesar de sus vicisitudes, una historia de salvación. Dios realiza su obra actuando a través de los acontecimientos históricos, a veces con personajes considerados como “paganos”, algunos de ellos incluso son presentados por Jesús como “modelo de creyentes”. De un centurión romano, que pedía que curen a su sirviente, Jesús dijo: “Les aseguro que en todo Israel no he encontrado nadie con una fe tan grande” (Lc 1, 9). Igualmente, en el libro de los Hechos, el plan de Dios se realiza sumiendo la historia humana.

Dios realiza su proyecto de salvación contando con la historia humana. Dios, como se suele decir, “escribe derecho con líneas torcidas”, es decir, hay muchos acontecimientos que nos pueden parecer incomprensibles, hasta contrarios a lo que nosotros esperamos. ¿Cuántas veces hemos sentido alguien con sus acciones nos estaba ocasionando injustamente un mal, pero después llegamos a comprender que “gracias a aquellas malas acciones” ha resultado en un bien para nosotros? Aquello que nos parecía “torcido” deviene en algo “derecho” (beneficioso) para nosotros. Hay quienes dicen que “no hay mal que por bien no venga”. Algo de verdad debe haber en esa expresión de la sabiduría popular.

En el Antiguo Testamento encontramos también muchos ejemplos de esa intervención de Dios en la historia humana para convertirla en “historia de salvación”. El pueblo de Israel siempre leyó la historia, desde la fe, como acontecimiento salvífico. Pensemos en la misma historia de José (hijo de Jacob) que fue vendido por sus propios hermanos para deshacerse de él (Cf., Gn 37, 2-36); sin embargo, a través de ese acontecimiento fue como José llegó a ser un personaje importante en la corte del farón, lo cual permitió posteriormente que su familia reciba provisiones de alimentos durante la hambruna que se produjo en la región.

Pensemos también en la historia narrada en el libro de Daniel, cuando el rey Nabucodonosor sitió y saqueó Jerusalén, deportando a muchos judíos a Babilonia (Cf., Dn 1, 1ss); entre los deportados estaba Daniel, que posteriormente fue puesto al servicio de la corte, ganándose el aprecio del rey. Muchos maquinaron contra Daniel, pero Dios lo liberó hasta de las fauces de los leones (Dn 6, 17ss), hecho que ocasionó que el propio rey Darío, un pagano, hiciera una especie de profesión de fe ordenando que en su reino se “tema al Dios de Daniel”. “Y este mismo Daniel floreció en el reinado de Darío y el reinado de Ciro de Persia” (Dn 6, 29). En el libro de Isaías se presenta al rey Ciro como un instrumento de Dios: “Así dice Yahvé a su Ungido Ciro, a quien he tomado de la diestra para someter ante él a las naciones…” (Is 45, 1). El título de “Ungido de Yahvé” estaba reservado para los reyes de Israel; este título resulta aplicándose a un pagano, a un rey extranjero que ni siquiera conocía al Dios de Israel. Ciro de Persia, conquistador de Babilonia, emitió en decreto real para el retorno de los judíos desterrados y para que reedificaran el templo (Esd 1, 1-11). Sin saberlo el rey Ciro, se convierte en un instrumento de Dios.

Los ejemplos antes mencionados evidencian, pues, que Dios interviene en la historia humana, y en nuestra historia personal, escribiendo sobre “líneas torcidas”. Desde la fe, podemos leer la historia como “historia de salvación”. Los designios de Dios muchas veces resultan inescrutables; hay preguntas se quedan sin respuesta; pero, esto no debe menguar nuestra fe y confianza en el Señor. Dios permite, a veces, que nos suceda lo que nosotros podemos considerar como males. Como creyentes debemos orar diciendo: “Hágase en mí tu voluntad”, pues tenemos la certeza que nunca nos equivocaremos ni saldremos perdiendo si nos podemos en las manos de Dios.