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¿Posesión Demoniaca o Enfermedad Psiquiátrica?

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Los evangelios sinópticos no dejan la menor duda que Jesús actuó como un “exorcista” expulsando demonios con el “dedo de Dios”, lo cual constituye un signo de que el Reino de Dios había llegado (Cf., Mt 12, 28; Lc 11, 20). Pero, a diferencia de otros exorcistas, Jesús no utiliza rituales especiales, sino que actúa con autoridad, con la sola palabra; ordena a los espíritus inmundos a salir de las personas consideradas como poseídas por algún demonio. Marcos es el evangelista que más casos reporta de la actividad exorcista de Jesús. Jesús no solo curaba a los enfermos de diversos tipos de enfermedades, sino que también “expulsaba demonios”.

Hay diversos autores, incluso algunos teólogos católicos, que han pretendido negar la realidad de las posesiones demoniacas, reduciendo las narraciones a la mentalidad propia de un tiempo y cultura, en la cual, por los escasos avances de la medicina, se pensaba que las enfermedades de causas desconocidas eran producidas por demonios. Señalan dichos autores que Jesús se adecuó a la mentalidad de su tiempo actuando como exorcista sin que ello signifique un reconocimiento expreso que había personas poseídas por el demonio. J.B. Cortés y F.M. Gatti (Cf., Proceso a las posesiones y exorcismos. Un análisis histórico, bíblico y psicológico de los demonios, diablos y endemoniados. Ediciones Paulinas, Madrid 978), señalan que el objetivo de su estudio es “demostrar que los Evangelios no contienen ningún caso de personas poseídas por el diablo, que no se encuentra en ellos ningún caso auténtico y evidente de posesiones por demonios, y que los llamados «exorcismos» realizados por Jesús y los apóstoles no debieran ser considerados como tales, ya que en nada diferían de las otras curaciones descritas por los evangelistas” (p. 7). No se trata, desde luego de la opinión aislada de un teólogo, sino que recoge el sentir de muchos estudiosos (que incluso publican sus artículos y libros en editoriales católicas) contradiciendo la enseñanza del magisterio de la Iglesia sobre la práctica legítima del exorcismo. Para dichos autores, Jesús y sus apóstoles, como hijos de su tiempo, no habrían podido escapar a los condicionamientos culturales de la época, habría obrado con una conciencia “invenciblemente errónea” al practicar exorcismos, confundiendo enfermedades como la epilepsia y otras enfermedades psiquiátricas, para las cuales hoy la ciencia tiene explicación. Señalan que “la expresión «poseído por demonios» era una forma literaria, un modelo de pensamiento condicionado por las creencias de aquellos tiempos, una forma de explicar cosas y enfermedades desconocidas, misteriosas e incomprensibles” (J.B. Cortés y F.M. Gatti, O. Cit., p. 251). Cuestionan que se haya hecho una “interpretación literal” de los relatos referidos a posesiones y exorcismos. Añaden que “muchos estudiosos de la Biblia están en pleno acuerdo hoy en que gran parte, si no la mayoría, de los que se consideraban poseídos en siglos anteriores, en realidad no lo eran. Pero ¿por qué solamente muchos, o la mayoría, y no todos ellos?” (Ibid., p. 254). Para nuestros autores, todos los casos, sin excepción, son falsas posesiones demoniacas. Señalan que “es posible aceptar la existencia del Diablo, y de sus diablos a la vez que se rechaza la existencia de los demonios” (Ibid., p. 267). Consideran que es un error haber identificado la palabra “Diablo” con “demonio”, las cuales no son sinónimos, pues hacen referencia a entidades distintas.

Nosotros estamos en desacuerdo con dichas posturas, pues parten del presupuesto racionalista que todo lo que tiene que ver con eventos extraordinarios o milagrosos no es digno de crédito. Se considera a Jesús como un ser humano excepcional; pero negando, en el fondo, su condición divina. Algunos no se atreven a negar la existencia de Satanás, pero niegan su poder maléfico sobre las personas, intentan explicar los relatos de posesiones en clave simbólica, negando radicalmente que se haya tratado de hechos reales. Dichos autores actúan con una soberbia intelectual increíble, como para atreverse a decir que los apóstoles, los Padres de la Iglesia, la tradición, hasta nuestro tiempo ha vivido en el engaño al practicar exorcismos, hasta que apareció la psiquiatría que tendría explicaciones más que suficientes para los casos que antes se consideraba como “posesiones” del demonio. En el libro de los autores precitados, se entra en contradicciones al momento de intentar conciliar sus posturas con el magisterio de la Iglesia. Citan textos bíblicos y del magisterio que sostienen la postura correcta de la Iglesia, pero luego terminan negando su valor doctrinal. Parecen confiar más en la psiquiatría que en la revelación cristiana. Dan más credibilidad a los psiquiatras y a sus métodos terapéuticos que a lo que enseña el magisterio de la Iglesia sobre el exorcismo. Los autores mencionados, al final de su libro, intentan atenuar su postura, diciendo (de manera contradictoria a lo que han sostenido) que no han argumentado “contra la posibilidad de que Satanás o sus ángeles puedan poseer a los seres humanos (…) Tampoco podemos estar seguros de que absolutamente todos los casos de posesión que hemos discutido, y los otros muchos que se han registrado a lo largo de los siglos, no hayan sido nunca reales (…) Lo más que puede decirse en relación con tales casos es que la verdadera realidad de la posesión no ha sido nunca probada con certeza”; es decir, pasan de la fe en la inexistencia de posesiones a la duda y al agnosticismo. Ahora admiten, lo que ellos llaman “posibilidad”. Luego vuelven a sus ideas originarias de rechazo a todo tipo de exorcismo, afirmando con contundencia que la Iglesia “debiera abolir todo tipo de exorcismos solemnes lo antes posible. Como nos hemos forzado en mostrar, ni Cristo ni los apóstoles exorcizaron jamás en el sentido estricto de la palabra. Tal práctica no debiera ser perpetuada. Muy probablemente nunca ha habido demonios que expulsar y por tanto no hay necesidad de exorcizar a las personas que se creen poseídas. Ya se ha hecho bastante daño” (Ibid., p, 276). Para dichos autores la Iglesia debería sentirse avergonzada de haber permitido por tantos siglos los exorcismos, puesto que “…los exorcismos ni ahora ni nunca han estado justificados, y que, por tanto, no deben ser tolerados ni permitidos por más tiempo” (Ibid., p. 277). Tanto el antiguo como el Nuevo Ritual de Exorcismo deberían ser dejados sin efecto inmediatamente y dar por concluidos, a nivel mundial, todos los encargos de exorcistas otorgados por los obispos; además de pedir perdón por el “daño que han hecho”. Realmente increíble.

Lamentablemente, el influjo de dichas ideas se ha dejado sentir hasta en obispos y cardenales de la Iglesia. La mayoría de los sacerdotes que han recibido el encargo de exorcistas no se sienten apoyados por sus obispos que les dieron el encargo. Basta entrar en las páginas Web de algunas arquidiócesis para darnos cuenta de que no figura el sacerdote encargado de realizar los exorcismos. Allí donde existen se mantienen muy ocultos; los fieles que requiriesen sus servicios no puedan contactarlos. Muchos auguran que dicho ministerio terminará pronto por desaparecer; entonces cualquier fiel que muestre algunos indicios de “estar poseído” será derivado a los psicólogos terapeutas y a los psiquiatras. El diablo está ganando esa batalla, para beneplácito de algunos teólogos e incluso de algunos ministros de la jerarquía eclesiástica.