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Sínodo de la Amazonía e Inculturación del Evangelio

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El Sínodo de la Amazonía ha vuelto a poner el tema de la inculturación del Evangelio como uno de los desafíos permanentes de la Iglesia. De nuevo se pone la cuestión de las relaciones entre Evangelio y cultura, sobre lo cual se ha escrito mucho, sin embargo, sigue siendo una cuestión abierta y no siempre bien entendida. El fundamento teológico de la inculturación es la encarnación del Verbo de Dios: “Cristo con la encarnación dejó su prerrogativa de Dios y se hizo hombre en una cultura concreta para identificarse con toda la humanidad. La inculturación es la encarnación del Evangelio en las culturas autóctonas... En este proceso los pueblos son protagonistas y acompañados por sus agentes y pastores” (Sínodo de la Amazonía. Documento final, N.° 51).

El documento final del Sínodo de la Amazonía dedica el capítulo tercero, bajo el título de “Nuevos caminos de conversión cultural”, para hablarnos de la necesidad de una “Iglesia inculturada” que en su acción misionera respete las culturas y derechos de los pueblos, promoviendo el diálogo intercultural. América Latina – nos dice el documento final del Sínodo - posee una inmensa biodiversidad y una gran diversidad cultural, es una tierra de innumerables pueblos, muchos de ellos milenarios, “nuestra conversión debe ser también cultural, hacernos al otro, aprender del otro. Estar presentes, respetar y reconocer sus valores, vivir y practicar la inculturación y la interculturalidad en nuestro anuncio de la Buena Noticia” (Documento final, N.° 41). Se necesita una “Iglesia amazónica”, con rostro y corazón “amazónicos”. “En los territorios de la Amazonía hay una realidad pluricultural que exige tener una mirada que incluya a todos… Sólo una Iglesia misionera inserta e inculturada hará surgir las iglesias particulares autóctonas, con rostro y corazón amazónicos, enraizadas en las culturas y tradiciones propias de los pueblos, unidas en la misma fe en Cristo y diversas en su manera de vivirla, expresarla y celebrarla” (Documento final, N.° 42).

El problema de las relaciones entre ‘fe’ y ‘cultura’ se remonta a los orígenes mismos de la Iglesia, dichas relaciones no siempre han sido armoniosas, sino con frecuencia difíciles y a veces tirantes. La Iglesia tiene, ciertamente, que preservar su propia identidad, su unidad, su ‘catolicidad’; pero, a la vez, tiene que ‘particularizarse’, ‘inculturas’ y, precisamente, tiene que encarnarse en cada cultura, para poder seguir siendo la ‘Iglesia universal’ y evitar el riesgo de convertirse en una secta. La Iglesia, pues, se mueve en esa ‘tensión dialéctica’, entre la unidad y el pluralismo, la universalidad y la particularidad. Esto, ha traído no pocas dificultades a lo largo de toda la historia de la Iglesia. Podría decirse que la historia de las misiones, la historia de la evangelización, ha sido la historia de las tensiones entre ‘Evangelio’ y ‘cultura’. Con frecuencia se ha confundido el cristianismo con la cultura occidental y, en virtud de esa ‘identificación’, se entendía por evangelizar el llevar, con la fe cristiana, la cultura occidental; no se buscaba encarnarse en las distintas culturas de los pueblos, sino hacer que esos pueblos sean cristianos y vivan la fe según los moldes culturales de los evangelizadores. Aunque en teoría se distinguía entre ‘fe’ y ‘cultura’, en la praxis pastoral, con mucha frecuencia, se ha tendido a identificar lo cultural con la ‘fe cristiana’

No hay auténtica evangelización sin una inculturación del Evangelio, es decir, sin una encarnación del Evangelio en las culturas de los pueblos. El elemento religioso, como se ha dicho en el Documento de Puebla, es un elemento esencial de la cultura; pero, no se identifica con ella. El cristianismo no se identifica con la cultura occidental, ni con ninguna cultura en particular; pero, la fe cristiana no existe en estado puro, sin unas mediaciones culturales concretas. Desconocer ese hecho ha llevado a graves consecuencias en la historia de la evangelización de los pueblos. Son de sobra conocidos, por poner un ejemplo, la condena de los intentos de inculturación del cristianismo en la China y en la India en el pasado.

La Iglesia, en cuanto portadora del Evangelio, no puede identificarse con ninguna cultura en particular; pero, a la vez tiene que encarnar el Evangelio en cada cultura. Ya el Papa Juan XXIII, en la encíclica Princeps Pastorum (1959), decía que la Iglesia no se identifica con la cultura occidental ni con ninguna otra cultura, por muy ligada que haya estado históricamente a la cultura occidental. El Papa Juan Pablo II nos hablaba de la necesidad de lograr una “síntesis entre cultura y fe” y esto no solo como una exigencia de la cultura, sino también como una exigencia misma de la fe, pues “una fe que no se hace cultura es una fe no plenamente acogida, no totalmente pensada, no fielmente vivida”. El Evangelio tiene que llegar a las raíces de las culturas. Inculturación no es “adaptación”. No se trata, de una simple “adaptación” del Evangelio a las diversas culturas, no se trata de “adaptación” sino de “encarnación”.

La inculturación de la fe es una exigencia esencial de toda evangelización, ‘define’ la evangelización misma. Evangelización e inculturación de la fe vienen, pues, a ser en el fondo la misma cosa. Si la Iglesia es universal, si el Evangelio está destinado a todos los pueblos, a todas las culturas, es entonces evidente que no se puede evangelizar sin asumir las culturas en sus valores, sin un respeto profundo por la diversidad cultural. La Iglesia tiene el deber de hablar el lenguaje concreto de cada cultura que quiere evangelizar, no puede pretender utilizar las culturas como meros ‘instrumentos’ de evangelización; debe ser consciente de la heterogeneidad de las mediaciones históricas de la fe; en consecuencia, la Iglesia debe renunciar a la pretensión de una ‘romanización’ de todas las iglesias locales. Necesitamos también de una “Iglesia amazónica”.

Tomar en serio la inculturación del Evangelio exige asumir los retos de una auténtica renovación eclesial en las Iglesias locales: habría que, por ejemplo, africanizar la liturgia, la teología, el derecho canónico, etc., dígase lo mismo para América Latina, Asia, etc. No se trata, hay que insistir en este punto, de “adaptar”, por ejemplo, la liturgia romana al África, América o Asia; se trata de que los hombres que viven vinculados a esas culturas particulares, como por ejemplo los pueblos amazónicos, sean capaces de expresar la fe cristiana según sus propias culturas, según su propio espíritu, no se trata de bautizar unos ritos externos o de incorporarlos a la ‘liturgia oficial’. Todo esto, es necesario aclararlo, no supone una ‘evaporización’ o vaciamiento del Evangelio bajo pretexto de inculturación. De ahí la importancia que el Sínodo Amazónico ha dado la liturgia, al punto de aprobar que se forme una comisión que se encargue de “la elaboración de un rito amazónico, que exprese el patrimonio litúrgico, teológico, disciplinario y espiritual amazónico, con especial referencia a lo que la Lumen Gentium afirma para las Iglesias orientales (cf. LG 23). Esto se sumaría a los ritos ya presentes en la Iglesia, enriqueciendo la obra de evangelización, la capacidad de expresar la fe en una cultura propia y el sentido de descentralización y de colegialidad que puede expresar la catolicidad de la Iglesia” (Documento final, N.° 119).