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¿Cómo Defendernos del Maligno?

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El apóstol Pedro nos dice que “nuestro enemigo el Diablo, como león rugiente, ronda buscando a quién devorar” (1Pe 5, 8). Por ello, debemos “resistirle firmes en la fe” (1Pe 5, 9). Dios no nos ha dejado solos para enfrentar al Maligno, sino que nos da todos los medios para resistir. En la oración del Padre Nuestro pedimos al Señor que nos libre del Maligno.

En primer lugar, jamás debemos “buscar” o acercarnos al demonio. Una forma de buscarlo es, por ejemplo, asistiendo a sesiones de espiritismo, recurriendo a la hechicería o a la magia en sus diversas formas; participando en rituales donde se invoca al demonio. Quien busca al demonio, sin duda que lo encontrará.

¿De qué manera podemos defendernos del demonio? Como dice José A. Sayés, “la respuesta es más fácil de formular, aunque es difícil de realizar. Podremos decir todo lo que nos defiende del pecado nos libra por ello mismo del invisible enemigo. La gracia es la defensa decisiva” (Sayés, J.A. El Demonio ¿Realidad o Mito? Edicep, Valencia (España), 2008, p. 86). El cristiano – dice Sayés – “debe ser vigilante y fuerte; y debe también recurrir a un ejercicio ascético especial para alejar ciertas incursiones diabólicas. Jesús lo enseña indicando el remedio en la oración y el ayuno” (Ibid., p. 87). Jesús pide a sus discípulos que “oren para no caer en la tentación” (Lc 22, 40).

El apóstol Pablo nos propone como una especie de regla: “No te dejes vencer por el mal; antes bien, vence el mal con el bien” (Rm 12, 21). Es necesario “revestirnos de las armas de Dios para poder resistir a las asechanzas del Diablo” (Ef 6, 10). Pablo nos exhorta a “tomar las armas de Dios para resistir al Maligno” (Ef 6, 13). El Apóstol señala que debemos tener “ceñida nuestra cintura con la Verdad y revestidos de la Justicia como coraza, calzados los pies con el Celo por el Evangelio de la paz, embrazando siempre el escudo de la fe, para que podamos apagar con él todos los encendidos darnos del Maligno” (Ef 6, 14-16). A ello añade “el yelmo de la salvación y la espada del Espíritu, que es la Palabra de Dios; siempre en oración y súplica, orando en toda ocasión en el Espíritu” (Ef 6, 17-18). Las armas son: la fe, la Palabra de Dios, la práctica de la caridad, la oración. Hay que añadir el amor y fidelidad a la Iglesia (cuerpo místico de Cristo), la práctica de los sacramentos (la confesión frecuente, la comunión eucarística), la devoción a la Santísima Virgen, el ayuno, la limosna; los ejercicios de piedad (devoción a los santos, rezo del rosario, etc.,). El apóstol Santiago nos dice: “Sométanse a Dios; resistan al Diablo y él huirá de ustedes” (Stg 4, 7). San Pablo nos exhorta a dejar el pecado y “no dar ocasión al Diablo” (Ef 4, 27). Vivir, pues, en la gracia, es la mejor arma contra el demonio.

En el relato del “endemoniado epiléptico” (Cf., Mc 9, 14-29), se dice que los discípulos no habían podido liberar al muchacho “poseído”. Jesús echa encara la incredulidad; nos dice que “todo es posible para quien cree” (Mc 9, 23). Cuando sus discípulos le preguntaron por qué ellos no habían podido expulsar al demonio, Jesús les responde que hay una clase de demonios que no pueden ser expulsados sino es con “la oración y el ayuno” (Mc 9, 29). Debemos mantenernos vigilantes en constante oración, con la convicción que no seremos probados más allá de nuestras fuerzas y que el Señor nos dará su gracia para no sucumbir a las tentaciones del Diablo.

En nuestra lucha contra Satanás, una especial mención merece la devoción a la Virgen, pues el Diablo tiene una fuerte aversión a la Virgen; se siente humillado por ella, tal como se evidencia en la práctica de los exorcismos. La humillación es mayor, por cuanto el Diablo acepta que Jesús (verdadero Dios y Hombre) lo haya derrotado, pero no acepta que lo derrote una criatura humana (la Virgen María), que como Nueva Eva ha pisado la cabeza de la antigua serpiente. Todo aquél que se confía al manto protector de la Virgen, puede tener la seguridad que el demonio no le hará daño y huirá.

Hay que tener también en cuenta la intercesión de los ángeles. El papa Francisco tiene especial devoción por el Arcángel San Miguel en su lucha contra el demonio. El 29 de septiembre de 2017, fiesta de los santos Arcángeles, el papa Francisco explicaba que los arcángeles Miguel, Rafael y Gabriel nos ayudan en la lucha contra las seducciones del diablo: «Miguel le hace la guerra, el Señor le pidió hacer la guerra: por nosotros que estamos en camino, en esta vida nuestra, hacia el cielo, Miguel nos ayuda a hacerle la guerra, a no dejarnos seducir por este espíritu maligno que nos engaña con seducciones» (Homilía del 29 de septiembre de 2017, Casa de Santa Marta). El Papa recomienda rezar la oración a san Miguel compuesta por León XIII. En la entrevista que le hicieron el 15 de abril de 2022 (viernes santo), el papa Francisco señaló que él mismo rezaba diariamente, por las mañanas, esa oración para que le ayude a vencer al Diablo.

En la misa según el ritual de Pío V, al final se rezaba la oración a San Miguel. Existen varias versiones de dicha oración, con algunas variantes. Aquí citamos parte de esa oración: “¡Oh glorioso príncipe de las milicias celestes, san Miguel arcángel, defiéndenos en el combate y en la terrible lucha que debemos sostener contra los principados y las potencias, contra los príncipes de este mundo de tinieblas, contra los espíritus malignos! Ven en auxilio de los hombres que Dios ha creado inmortales, que formó a su imagen y semejanza y que rescató a gran precio de la tiranía del demonio. Combate en este día, con el ejército de los santos ángeles, los combates del Señor como en otro tiempo combatiste contra Lucifer, el jefe de los orgullosos, y contra los ángeles apóstatas que fueron impotentes de resistirte y para quien no hubo nunca jamás lugar en el cielo” (León XIII, 18 de mayo de 1890; Acta Apostolicae Sedis, p. 743). La oración continúa. Con la reforma litúrgica impulsada por el Concilio Vaticano II, esta oración ya no figura en la misa; lo cual no significa que no podamos rezarla, como lo hace el mismo papa Francisco.

También podemos recurrir a los sacramentales de la Iglesia, el agua bendita, las oraciones de bendición, el signo de la cruz, siempre y cuando no se desvirtúe su sentido, es decir, no se los considere como que tuvieran un poder casi mágico. El recurso a los exorcismos es solo para los casos más graves de intervención demoníaca.

Cuanto mayor sea nuestra unión con Cristo más fácil será vencer las tentaciones del Diablo. Cristo nos asegura la victoria contra las fuerzas del mal. La Virgen, los ángeles y los santos son nuestros aliados en la lucha contra del demonio. Estar en gracia de Dios es el escudo más poderoso contra los dardos del Maligno.