Si Escuchas Su Voz

El Hombre Como Ser en El Mundo

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A lo largo de la historia el hombre ha tenido distintas visiones del mundo y de la naturaleza: una visión animista, una visión naturalista, racionalista, mecanicista y positivista. Últimamente estamos retornando a una visión más humana del mundo. Los movimientos ecologistas han contribuido, de algún modo, a humanizar nuestra visión de la naturaleza, la misma que no puede ser considerada como una “despensa” que pueda ser depredada sin dañar al hombre mismo. Asistimos a una mayor toma de conciencia de los problemas ecológicos. El hombre busca una reconciliación con la naturaleza, sabe que de ella depende su propia subsistencia en el planeta.

El mundo no es para el hombre solamente su ambiente vital, como lo es para el animal, sino que es también el objeto de su conocimiento y de su acción, el soporte e instrumento de su personalidad integral. El hombre no está en el mundo como en un ambiente externo que lo circunda, sino que es también “parte integrante” de ese mundo; puesto que el hombre no es ningún “Yo puro” como el “Yo” cartesiano, sino también materia, no es sólo una mente pensante, sino también un cuerpo viviente. El hombre no es el acoplamiento de dos partes (“material” y “espiritual”) sino, como dice el filósofo X. Zubiri, es una sola sustantividad integrada por dos subsistemas (“cuerpo” y “psique”), en donde el cuerpo es siempre cuerpo-de una psique y la psique es siempre psique-de un cuerpo.

El hombre tiene algo en “común” con los animales, las plantas, con las mismas cosas materiales e “inanimadas”; pero, por su condición de persona, se distingue y separa de todas ellas, pues el hombre, como dice Zubiri, es la única realidad mundanal que es persona, y en cuanto tal se autoposee, es dueño de sí mismo, se separa del mundo, es relativamente absoluto, en el sentido de “estar suelto”, por así decir, en la realidad. El Yo o persona es un modo de realidad, un modo de poseernos en nuestra propia sustantividad. En ese sentido no es “parte” del mundo como lo son todas las otras realidades puramente materiales (meros fragmentos del Cosmos).

El Ser en el mundo es el dato primordial de nuestra conciencia, el presupuesto fundamental de toda afirmación o negación, proyecto o acción; es, como dice E. Husserl, la consideración fenomenológica fundamental. Debemos hacer notar, sin embargo, que el “Yo” no es, al menos de modo explícito, objeto primordial de la conciencia. Según los resultados de la psicología genética, los primeros datos de conciencia del niño, en los primerísimos estadios de su desarrollo fisiológico y psíquico, no tienen como contenido a un Yo, o al propio cuerpo, lo que equivale a una ausencia completa de la conciencia de sí. El mundo vivido del infante, en los primeros meses de su evolución post-natal, a decir de J. Piaget, no contiene todavía “cosas” y un “Yo”, al menos de modo expreso; no tiene una delimitación entre lo objetivo y subjetivo, sino que consiste sólo en una sucesión de cuadros fenoménicos, casi apariciones más o menos fugaces, en las cuales confluyen las diversas sensaciones visuales, táctiles, auditivas, agradables o dolorosas, sin alguna coordinación. El niño, a través de una progresiva toma de conciencia de su horizonte, de su campo perceptivo, no tarda en “darse cuenta”, en interesarse, inicialmente con sorpresa y estupor, de su propio cuerpo. Será, sobre todo, el contacto con las personas que lo circundan lo que hará en el niño despertar y desarrollar la conciencia del propio “Yo”.

Yo puedo distinguirme del “resto del mundo”, pero no puedo separarme del “mundo”, porque yo soy en cuanto que pertenezco y participo del mundo. Un “Yo” que fuese un “puro yo”, como el “Yo pienso” de Descar­tes, un “Yo” sin el mundo o fuera del mundo, no sólo es una abstracción sino una ficción que destruiría mi realidad viviente. Separándome del mundo me autodestruiría. Del mismo modo, el mundo, en cuanto es objeto de conciencia, en cuanto que es para mí, no lo puedo separar de mí realidad. Un mundo sin mí no es el mundo que me es dado a la conciencia; un mundo sin mí no existe para mí, no es mi mundo; también esto sería una abstracción. Además, no sólo yo soy en el mundo, sino que también, indiscutiblemente, soy el centro de mi mundo y el mundo es el ambiente de mi ser, el soporte de mi vivir y obrar. No puedo renunciar a mi posición central de mi “ser en el mundo.” (Cf., Selvaggi, Filippo: Filosofia del mondo. Cosmologia filosofica. Pontificia Università Gregoriana. Roma 1985).

Otro dato fundamental, de mi conciencia de “ser en el mundo”, lo constituye la experiencia de la presencia de otros “Yo” o personas. Yo me percibo a mí mismo como “Yo” en cuanto que percibo también a los otros estando en el mundo. Nuestro mundo es común, el único mundo real, en el cual Yo y los “Otros” estamos juntos. Los “Otros”, en cuanto seres humanos, no son objetos, son como yo, en su ser, en sus exigencias, en sus necesidades y derechos. Nuestro mundo común es, por lo tanto, un mundo social que reconoce a cada uno la plena paridad de los derechos esenciales de la persona humana.

Otro dato fundamental de nuestra conciencia de “ser en el mundo” es la experiencia de la temporalidad y contingencia de nuestro propio “ser” con relación al mundo: la experiencia del nacimiento y la muerte. Esta doble experiencia del nacimiento y la muerte nos hace palpar una verdad fundamental: la temporalidad radical y la contingencia del “Yo” en el mundo. El mundo puede ser sin mí y sin los otros. La temporalidad no es sólo una condición accidental de mi ser sino una condición radical. El hombre, por su condición material es contingente, limitado, depende del mundo; pero, por su condición espiritual trasciende al mundo, es capaz de “separarse” del mundo elevándose por encima de él.

La fe nos dice que Jesús ha venido a salvar al hombre, se entiende al hombre en su integridad, no a una parte de él, como podría ser su alma. La redención alcanza al cuerpo, a la materia en su totalidad, en otras palabras: la redención tiene un alcance cósmico, como lo entiende el apóstol Pablo: “La creación entera gime hasta el presente, con dolores de parto, esperando ser liberada” (Rm 8, 22ss). Este mundo material, ciertamente, será renovado con la nueva creación, pero esa renovación no es destrucción sino transformación. La plenitud del Reino de Dios incluye la elevación de la materia en su dimensión cósmica.

PADRE LORENZO ATO, Si Escuchas Su Voz