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Jesús Entre los Pobres en el Evangelio de Lucas

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En este año litúrgico, en que corresponde la meditación del Evangelio de Lucas, en ocasión de la celebración de esta navidad, conviene reflexionar sobre algunos aspectos de la teología de este Evangelio. En nuestra anterior columna mencionábamos la preocupación de Lucas por enmarcar los acontecimientos salvíficos dentro de la historia, no haciendo una separación entre “historia profana” e “historia sagrada”, sino enfatizando que la historia de la salvación se realiza en esta historia; así, por ejemplo, el nacimiento de Jesús en Belén se da porque un decreto del emperador ordenó un censo, y eso obligó a José y María a desplazarse a Jerusalén para cumplir con lo dispuesto.

Un dato relevante son las genealogías de Jesús presentadas por Mateo y Lucas; notamos que la genealogía de Mateo es descendente: comienza con Abraham y llega hasta Jesús (Cf., Mt 1, 1-16); en cambio, la genealogía propuesta por Lucas, es ascendente: comienza con Jesús y llega hasta Adán (Cf., Lc 3, 23-38). De este modo, Lucas entronca a Jesús, mejor que Mateo, con toda la historia de la humanidad hasta la creación del hombre (Adán).

En el Evangelio de Lucas, todo tiende hacia Jerusalén, y el libro de los Hechos, todo parte de Jerusalén; y, el centro de Jerusalén es el templo. La historia comienza en el templo y termina en el templo. Después del prólogo (Cf., Lc 1, 1-4), Lucas relata el episodio de Zacarías que, como sacerdote, “oficiaba en el santuario” (en el templo) y recibe el anuncio del ángel del Señor comunicándole que su esposa Isabel, que era estéril, concebirá a un hijo (Juan el Bautista) (Cf., Lc 1, 5-25). Luego el evangelio continúa con el relato de la Anunciación. En Lucas, el relato del nacimiento de Jesús (Lc 2, 1-7) no es puesto como escena principal sino la presentación en el templo (Cf., Lc 2, 21ss); es allí donde Jesús va a ser revelado. El anciano Simeón, movido por el Espíritu Santo, acude al templo en el momento preciso en que los padres de Jesús habían llegado allí para cumplir con el ritual establecido por la ley, pues a Simeón “le había sido revelado por el Espíritu Santo que no vería la muerte antes de haber visto al ungido del Señor” (Lc 2, 26). Simeón, “tomó en brazos al niño y bendijo a Dios diciendo: Ahora, Señor, puedes, según tu palabra, dejar a tu siervo que se vaya en paz, porque han visto mis ojos tu salvación, la que has preparado a la vista de todos los pueblos, luz para iluminar a los gentiles y gloria de tu pueblo Israel” (Lc 2, 28-32). Encontramos aquí un reconocimiento de Jesús (de pocos días de nacido) como el “Mesías del Señor”, como el Salvador de todos los pueblos (de Israel y de todas las naciones). Esta revelación se hace en el templo de Jerusalén.

Por otra parte, Lucas es el único de los evangelistas que nos habla de una visita de Jesús a Jerusalén cuando tenía doce años, lo que se conoce como el niño perdido y hallado en el templo (Cf., Lc 2, 41-46). La tercera tentación de Jesús también sucede en el templo (Cf., Lc 4, 9-13). Jesús sube a Jerusalén para continuar allí su ministerio (Lc 9, 51, ss); entra al templo y expulsa a los mercaderes (Cf., Lc 19, 45ss); enseña en el templo (Cf., Lc 19, 47ss). Al final del Evangelio, después de la Ascensión de Jesús resucitado, Lucas dice que los apóstoles se volvieron a Jerusalén con gran alegría y “estaban siempre en el Templo bendiciendo a Dios” (Lc 24, 53).

Lucas es considerado como el “Evangelio del Espíritu” (por la importancia de su actuación en este Evangelio); también es conocido como el “Evangelio de la misericordia”, es el único de los evangelios que presenta la parábola del Hijo Pródigo, que en realidad debe llamarse la “Parábola del Padre misericordioso” (Cf., Lc 15, 11-31). Lucas también destaca mucho la idea de la universalidad de la salvación, a la vez que la opción preferencial por los más pobres y marginados. Simeón proclama a Jesús como la “luz que ilumina a todas las naciones” (Cf., Lc 2, 29-32). Juan el Bautista, en su predicación, cita un pasaje de Isaías (Cf., Is 40, 3-5), en el que se proclama que, con la llegada del Mesías, “todos verán la salvación de Dios” (Lc 3, 6). Al final del Evangelio, en las últimas instrucciones que Jesús les da a sus apóstoles antes de su ascensión, se hace referencia al cumplimiento de las Escrituras, según la cuales, en el nombre del Mesías (el Cristo), “se predicará la conversión para el perdón de los pecados a todas las naciones” (Lc 24, 47). En el Libro de los Hechos (Cf., Hch 13, 44-49), Lucas cita un pasaje de Isaías (Cf., Is 49, 6), para sustentar la necesidad de llevar el Evangelio también a los gentiles y que la Iglesia debe abrirse al mundo entero, la cita de Isaías es: “Te he puesto como luz de los gentiles, para que lleves la salvación hasta el confín de la tierra” (Is 49, 6/Hch 13, 47).

Lucas resalta que la salvación es para todos, pero hay una opción preferencial por los más pobres y marginados. Esa universalidad se expresa a través de la parcialidad. El mismo Jesús se presente como pobre, solidario con los pobres y marginados. Desde su nacimiento comparte la suerte de los pobres, fue puesto en un pesebre “porque no tenían sitio en el alojamiento” (Cf., Lc 2, 7). Jesús hace realidad la profecía de Isaías (Cf., Is 61, 1-2), en cuanto que ha sido enviado a anunciar la Buena Nueva a los pobres (Cf., Lc 4, 18). Cuando los discípulos del Bautista le fueron a preguntar a Jesús si él era realmente el Mesías, recibieron como respuesta: vayan y díganle a Juan Bautista lo que ustedes han visto y oído: “Los ciegos ven, lo cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, se anuncia a los pobres la Buena Nueva…” (Lc 7, 22). Lucas es el Evangelio que revaloriza a la mujer. Jesús sana a una mujer (que es curada en día sábado) el título de “Hija de Abraham” (Cf., Lc 13, 16), título que estaba reservado solo a los hombres.

Jesús, en el Evangelio de Lucas, expresa abiertamente su preferencia por los excluidos de la sociedad de su tiempo. Presenta a samaritanos como modelos: el leproso curado que regresa para agradecer y dar gloria a Dios (Lc 17, 11-19); el samaritano que ayudó al hombre asaltado en el camino (Cf., Lc 10, 29-37). Jesús exhorta a acoger a los pobres que no tienen como pagarnos (Cf., Lc 14, 12-14). Nos pone en guardia frente a los peligros de la riqueza, nos pide “no acumular riquezas” (Cf., Lc 12, 13-21); señala categóricamente que “no podemos servir a Dios y al dinero” (Lc 16, 13). La condición para ser discípulos de Jesús es renunciar a las riquezas (Cf., Lc 14,33). Se condena la insensibilidad frente al pobre (Cf., Lc 16, 19-31). Es en esta vida, en su relación con el otro, donde el hombre está decidiendo su destino final.